La política como discusión sin argumentos
Por: Carlos Rivera – El Montonero
La izquierda peruana levanta monumentos de inteligencia y capacidad a seres que a veces solo son un muestrario de generalidades, frases clichés o paporretas que solamente buscan el aplauso popular. Por eso un día aparece en América Televisión Indira Huillca en un debate sobre propuestas técnicas de los candidatos a la presidencia (Keiko Fujimori y Pedro Castillo) y sus huestes la elevaron a una Juana de Arco llena de santidad luchadora y argumentos invencibles cuando lo único que hizo fue hablar en voz alta. Por eso Marissa Glave se presenta como investigadora (una cocina Surge a quien me muestre un paper de su autoría) y suelta su rollo sobre cosas que no entiende completamente. Por eso Sigrid Bazán afirma: “Pero, en realidad la economía crece o decrece por cómo están los trabajadores produciendo, si los trabajadores no están produciendo pues la economía no se dinamiza, no se consume y no hay gasto y por ende se paraliza”. (Plaza San Martín, 9 de febrero de 2022). Por eso también el congresista Bermejo cree que puede dar lecciones de cómo debe comportarse la prensa. Sus excusas son intimidaciones e insultos, pues se cree el portador de alguna verdad comunicativa que él ha descubierto; y deben aplaudirlo porque cree haber sintonizado con el futuro de la comunicación y la opinión de millones de peruanos.
Se obnubilan por cualquier personaje que creen es la quinta esencia del conocimiento y solo son mortales sin ninguna iluminación. Pero desde esos juicios la izquierda militante o simpatizante califica a los demás intelectuales o políticos de ignorantes o sin formación. Es costumbre su estrategia de anular al adversario, quien tal vez les sobrepasa en obra y pensamiento. Entonces, un nobel como Mario Vargas Llosa es un senil al que le inventan cuentos de la realidad política peruana. Pero Mario siempre toma posturas acordes a sus convicciones liberales y democráticas. Además se suele señalarlo de fascista y conservador como en una mazamorra de piedras contra alguien que fue el padre putativo de quienes ahora lo injurian como todos aquellos poetas y escritores antifujimoristas que hablan con los pies. Para ellos Hernando de Soto es un “mediocre economista” que se inventó una fama académica a pesar de debatir con el más pintadito de los economistas progres norteamericano, Joseph Stiglitz o Naomi Klein. Todos son mediocres y fachos menos los de izquierda y sus libros; poseen ideas de avanzada que nadie más pudo decodificarlas porque ellos surcan lo inconmensurable del saber humano.
Ahora bien, muchos de estos personajes radicales o progres además de creerse profundos son autoritarios, mezquinos y caen en todos los vicios que dicen combatir. Confunden tener autoridad intelectual con ser actores de su propia vanidad. Cuando un ego se convierte en autoridad o firmeza y se acentúan sobre la base de una impecable trayectoria, o el aporte a una especialidad o el aporte de una teoría fundamental a la sociedad, puede comprenderse esta altanería. Mosterín, Bunge, Aníbal Quijano o el mismo Dussel hablaron y hablan desde cierta arrogancia, pero sus –gigantes– andamiajes de saber los justifican (o mejor dicho, son perdonables). No cualquiera puede arrogarse estas posturas porque le dé su gana o un día amanezca machito.
Entonces la idolatría cariñosa y politiquera tuerce la voluntad del buen juicio y crea fantasmas de valor donde a veces hay solo ignorancia, petulancia y uno que otro discurso un tanto ecuánime. Puedo discrepar y admitir la buena prosa de César Hildebrandt o Diego Trellez Paz, pero el primero es a todas luces más inteligente por explícitos méritos de aprendizaje y libros leídos. Es imposible comparar a César Lévano con Marco Arana, uno es sabio y de belleza en el pensamiento y luchador social y el otro un político apático y limitado. José Carlos Mariátegui fue un genio y eso es incuestionable, pero nunca se puede sopesar su leyenda junto a la de Hugo Pesce. Y ojo que este fue militante y cercano al amauta y además de un excelente médico que conoció al Che Guevara.
Así llegamos a nuestro premier Aníbal Torres que es soberbia vacía, resentimiento puro y duro, y rencor a sus colegas de la academia jurídica que piensan distinto o le enmiendan la plana de su actuar como ministro de Estado. Su recurso cuando no sabe nada o no tiene una mínima idea de algún tema es recurrir a la chacota o explotar con algo que haga olvidar los argumentos en cuestión. El congresista de Guido Bellido, de Perú Libre, ante la sustentación del primer gabinete Torres y contra la crítica de la oposición en el parlamento expresó: “(…) y solo como muestra, señor presidente, el presidente del Consejo de Ministros tiene nueve libros publicados, una trayectoria académica impecable que seguramente comparándola con la de algún congresista, muchos no han escrito ni una carta de amor, pero a la hora de cuestionar, como se trata de cuestionar, cualquier argumento es válido” (marzo,2022).
Nuevamente la recurrencia de sonsacar la inteligencia o especialidad del político criticado sobre el argumento de unos libros, como si fuera el único que los tuviera. Sabrá Bellido que el aprista Luis Alberto Sánchez publicó más de 100 obras acerca de diversos temas que abarcan la historia, crítica literaria, ensayo, política y hasta guiones de películas y además fue diputado, senador, presidente del senado y premier y tres veces rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Hasta se dio tiempo para conducir un programa de televisión por la señal del Estado. Sin ir a la capital puede mirar al sabio José Antonio Encinas. Bellido quiere anular a los adversarios con su prédica barata de alguien a quien no se le discute su trayectoria intelectual o su ejercicio como docente, sino cada uno de sus actos y declaraciones como premier. El problema con Torres no es su edad o su filiación ideológica, es su incompetencia e ignorancia de las cosas de la gestión de un gobierno. Una cosa es haber escrito “Acto jurídico” y otra conocer cómo funcionan las políticas públicas y cómo desarrollar sobre ello discursos que satisfagan la demanda de la ciudadanía y de la opinión pública.
En la entrevista que le hizo J. Anibal Stacio Panta al singular premier, Aníbal Torres le plantea una interrogante abierta, una complicidad socarrona, lista para que se despache con su artillería: “Usted ha demostrado una capacidad de memoria muy buena. Una capacidad de recordar cosas y de hilar oraciones muy fácilmente. Alguna vez alguna congresista muy mal intencionada, que no es para nada de mi agrado, ni para muchas de las personas que ven este programa, lo llamó a usted senil. Me pareció un ataque bajo, canalla digno de una persona que solamente puede recurrir a ataques tan miserables para sostener un punto. Sin embargo, no es esa la pregunta que quiero hacer, aunque si usted gusta puede responder que le parece”.
El entrevistador sabe lo que dirá el entrevistado. Le ha puesto la sobremesa confortable para que no exista ningún punto de contraste que alimente la curiosidad de los espectadores. La adulación nunca puede ser entrevista, porque ella cumple roles clarificadores, es un instrumento de revelación. Y Torres abre la responde:
–Sí. Me agradaría responderle y decirle si la señora sabrá qué cosa es senilidad…
–Jajaja. Podemos regalarle un diccionario…
–Ni leyendo un diccionario va entender qué cosa es senilidad. La senilidad le viene a las personas por su avanzada edad que consiste en que las células cerebrales se van muriendo y eso es irreversible y ya no puede recuperar la inteligencia que ha perdido es gradual y puede llegar hasta la locura. Pero no es igual en todas las personas. En la historia podemos citar a Sófocles que escribió su novela Edipo en Colona a los 80 años de edad. Sus hijos lo llevaron a un proceso judicial para declararlo interdicto o sea incapaz con la finalidad de entrar en la posesión, en el dominio de sus bienes. Y Sófocles se defendió ante los tribunales leyéndoles esa novela. De manera que eso no es igual en todas las personas, yo pienso que senilidad todavía no tengo y la puedo tener en cualquier momento. Claro, puede comenzar eso está en la naturaleza humana, pero yo me pregunto: ¿La señora que sabrá de estas cosas? Aprenden de memoria. Y cuantos lo repiten, ustedes lo verán, en Facebook, como repiten: “¡viejo senil!” Si sabrá esa ignorante que cosa es viejo senil. Yo solamente me río, yo no me molesto por esos insultos, me dan pena… Claro, esos insultos no son tan graves como otros. Hay otros insultos mucho más graves, pero ¿por qué lo hace? Porque es un ser animalizado, es un ser sin cultura, es un ser que no puede dialogar, es un ser que no puede debatir, y entonces lo único que le queda es insultar, que vamos hacer, es su naturaleza y así se morirá. Se ha quedado un tanto animalizado. Es un ser sin cultura, así se quedará. Así vuelva a nacer, no se superará.
Ante la respuesta del premier, Panta estalla en sonrisas de éxtasis, quiere abrazarlo por la chirigota del soberbio hombre de derecho. Stacio Panta celebra su brillantez y comparte su venganza contra la parlamentaria a quien también desprecia (“Sin duda el dinero no te da conocimiento. Las grandes elites son en el Perú analfabetos funcionales, son huérfanos intelectuales por eso solo recurren al insulto fácil, al ataque mezquino.”) desde su militancia marxista. En la respuesta de Torres vemos su estrechez y su resentimiento que lo ciega ante elementos objetivos, los cuales estoy seguro puede desarrollar con soltura. Pero no dice nada de las críticas que se le hacen por su nefasto papel como jefe del Ejecutivo. Por eso cuando cita a Hitler como ejemplo de estadista constructor quiere atarantarnos, haciéndonos creer que es una práctica de racionalidad histórica e intentan unas sosas disculpas: “A veces decimos barbaridades y nos disculpamos”. “Solo Dios y los imbéciles son perfectos”, dice. Así de sabio es cuando nos arremete con sus frases.
Resultan obvias sus torpezas, su desprecio a los medios de comunicación o las investigaciones de sus funcionarios (y ex ministros con prontuario). Y su excusa es culpar a todos de la corrupción existente en el gobierno, a la derecha que no lo deja gobernar. Cree que todos somos muchachitos tontos y él la lumbrera a la que hay arrodillarnos porque en realidad nos está haciendo un favor al gobernarnos.