Guagua de pan
Por: Elard Serruto

Las mejillas rosadas y encendidas de la pequeña máscara de una tanta wawa. El cuerpo de pan dulce en arabescos enroscados, y salpicado de diminutos caramelos de colores. El recuerdo de una hermanita que se fue muy pronto y a la que nunca llegó a ver. Un recuerdo que ha ido construyendo, inventando a partir del torrente oral de las tías y las primas, y que le ha dejado la imagen de una niña con las trenzas de lazos blancos, sentada en una de las patillas del patio de la casa de la abuela.

Una epifanía en la mañana de noviembre que se suspende en el rostro diminuto, en la niña abrazada a una manzana enorme que deja huir una chispa de luz.

La pequeña máscara de una tanta wawa que comienza a sonreir, en la dormitada y húmeda mañana de noviembre, y el difuminado recuerdo de una pequeña lápida de hojalata al pie de los eucaliptos, con la caligrafía torpe y el nombre de la hermanita en el primer parentesco con la muerte.

Una pequeña ausencia que fue desapareciendo de los rincones de la inmensa casa de la abuela, y que solo algunas veces – el comedor y los altares para los muertos en noviembre- aparecía en el comentario de algún pariente que llegó a mirarle los ojos del color de los árboles atardecidos, como los de la madre.

El pálido recuerdo de una hermanita en una dulce tanta wawa de pan, y que se fue de este mundo sin tiempo para nada.

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