Una carta a los jóvenes
Por: Cecilia Bákula – El Montonero

Hace unos días, en el portal El Reporte, se lanzó una comunicación abierta a los denominados “jóvenes del bicentenario”. Me parece que esa carta tiene varios objetivos, entre los que deseo destacar principalmente el reclamo de quienes, igualmente jóvenes y parte de ese nuevo portal, sienten la ausencia de un importante sector de la población nacional que, de muchas maneras, han optado por el silencio ante la gravísima realidad que vive el país hoy.

No se trata, en este momento, de discutir la legalidad del gobierno de Merino, que fue lo que los motivó a reaccionar, como tampoco de discutir la cuasi demostrada fraudulenta elección de Castillo. Me parece que se busca hacer un llamado a quienes, en ese momento, elevaron su voz, con claridad porque sintieron que esa voz expresaba repudio, preocupación, rechazo y lo hicieron con el derecho que da la libertad de asumir ciertos liderazgos y optar por una u otra postura política.

Esos jóvenes, cuyas voces expresaban también la vitalidad de una generación que no quería continuismo y que se indignaba ante lo que consideraba impropio de una nación libre. Ese reclamo y esa indignación cobró, como consecuencia de una innecesaria violencia, dos vidas, llenando de dolor y mayor frustración a dos familias y de rencor e incomprensión a muchas otras personas. Y como bien señalan quienes escriben esta misiva en El Reporte, es indispensable que esos jóvenes no dejen de elevar su voz ahora, cuando las condiciones del Perú, lejos de haberse conducido por las sendas que ellos hubieran deseado, se han orientado hacia caminos tortuosos llenando de agobio a la patria, a quienes pretenden invocar y representar.

Esa generación debe salir y reclamar su lugar en la historia, pues la historia se hace ahora y se leerá en el futuro. Y quizá ellos mismos quisieran que se les lea no como un relámpago que se apagó no bien fue encendido, sino que las siguientes generaciones los recuerden como una fuerza que fue capaz no solo de alzar un grito, de exhibir un dolor, sino de ser contundentes en la propuesta y suficientemente enérgicos y creativos para cambiar el rumbo de nuestro destino, hacia metas de equilibrio y justicia, de bien común. Eso aún no se ha dado.

Hoy ya no hablamos de política ni de tendencias ni de colores. Hablamos de la subsistencia del Perú; hablamos de no perder la posibilidad de ser, de existir. Hoy hablamos de erradicar vicios que nos carcomen, de no permitir aquello que no queremos tolerar en nuestra familia como el plagio, la deshonra, el robo, la coima, la usura, el tarjetazo, lo fácil, lo que ensucia, lo que impide el progreso, lo que enloda al más pobre, lo que quiebra sus sueños y esperanzas; la incapacidad, la mentira, el uso del poder en beneficio propio y lo que aleja al Perú de que sus ciudadanos sean, precisamente eso, personas capaces de vivir con derechos, esperanzas, servicios y posibilidades de insertarse en la comunidad mundial en igualdad de condiciones y oportunidades.

Hoy, la mafia que se ha instalado en el poder se defiende con uñas y dientes. Y no tengo duda de que los que están viviendo su juventud en los años del bicentenario nunca pudieron imaginar que su voz, elevada cual grito desesperado, llevaría a tener un gobernante como el que se ha instalado, y que esa voz habría sido tan desoída, tan poco respetada y tan manoseada.

El Perú no se merece inaugurar su tercer centenario con estos niveles de caos, crisis, latrocinio, desigualdad, corrupción y desesperanza. No es un secreto y así lo referí hace unos días, que las palabras de Manuel González Prada nos hieren por la pertinencia y realismo de su vigencia. Dije en anterior oportunidad que igual que hace un siglo, en “donde se pone el dedo, brota la pus” y ante la podredumbre, hay que talar hasta las raíces para que nazcan frutos buenos, cepas nuevas, vino nuevo. Y será el mismo don Manuel quien nos llame, una vez más a todos con su aguda pluma cuando nos dice “viejos a la tumba, jóvenes a la obra”.

Ahora se necesita de la voz, energía, pasión de esa juventud que debe salir al frente para ser y sentirse parte de una propuesta, de un sueño; debe exigir que quien no es capaz, porque simplemente no lo es o porque la inmoralidad se lo impide, dé un decisivo paso al costado y asuma las consecuencias de sus nefastos actos. Todos debemos exigir que el Congreso deje de ser un nido de vientres de alquiler en donde cada voto se ha comprado al precio de la deshonra. Estamos en la obligación de reclamar la independencia de nuestra nación respecto a la injerencia de entidades como la OEA, que nos utiliza para perpetrar en el continente americano planes siniestros y ajenos a lo que fueron sus propios fundamentos fundacionales.

Aquellos que protestaron en el 2020, no pueden ser ajenos al tremendo y severo deterioro del país, de la institucionalidad que se vive tan solo dos años después. La realidad del Perú, inserto en el contexto del mundo ha cambiado con celeridad pasmosa y nadie puede ni debe quedar al margen de la reacción responsable, serena y contundente de hacer saber que éste, no es el Perú que queremos ni merecemos; no es tolerable, no es ético ni justo que una gavilla de delincuentes pueda, ante la impasividad del Congreso, levantarse en vilo a todo un país, máxime si los grandes perjudicados, mortalmente perjudicados son los más pobres a los que dice representar, a los niños a los que olvida y arranca el futuro. Ese futuro es de todos y nadie, ningún peruano tiene derecho a destruirlo, robarlo, mancillarlo.

El Perú es y debe ser obra de todos y solo con todos, el nuestro será un país viable. No tenemos que pensar todos igual pero sí tenemos que desear todos que sea mejor para todos y no solo para un puñado de mafiosos que deben estar fuera del gobierno y purgando, con sus secuaces y cómplices y con estricto rigor, las consecuencias de su obrar ilegal, inmoral e injusto por el que han arrastrado al Perú a la realidad que vivimos. Solo esa justicia, ese rigor que no implica ensañamiento, sino justo castigo, dará paz y traerá esperanza; será la posibilidad de abrir la ventana del futuro a todos, para que el futuro lo vivamos sabiendo que tenemos derecho y posibilidad de gozar del nuevo amanecer que este hermoso país tiene para cada peruano. Recordemos, ese futuro, ya es hoy y es para los adultos y en especial para los jóvenes.

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