EN CAMINO A LA TRANSFIGURACIÓN
Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

El evangelio del segundo domingo de Cuaresma narra la ocasión en la que Jesús llevó a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan a lo alto de un monte y se transfiguró ante ellos (Mt 17,1-9). Como hace unos años dijo el Papa Benedicto XVI: «La Transfiguración no es un cambio de Jesús, sino que es la revelación de su divinidad» (Angelus, 20.III.2011). Los apóstoles vieron la gloria divina de Jesús, su ser uno con Dios Padre. Inspirado en ese pasaje evangélico, en su mensaje para esta Cuaresma el Papa Francisco nos invita a también nosotros subir con Jesús «a un monte elevado», es decir a salir de la rutina de nuestra vida cotidiana y dedicar tiempo a estar con Él para, como los tres apóstoles, «profundizar nuestro conocimiento del Maestro, para comprender y acoger plenamente el misterio de la salvación divina realizada en el don total de sí por amor». Esto es importante porque en el ritmo, muchas veces acelerado, de nuestra vida diaria, corremos el riesgo de perder de vista al Señor en nuestra historia y terminar viviendo como si Dios no existiera o, peor, rindiendo culto a los ídolos de este mundo que al final nos dejan insatisfechos.

La Cuaresma es un tiempo de gracia para profundizar en la intimidad con el Señor o recuperarla si la hemos perdido. Para ello, en su citado mensaje Francisco nos propone tres medios. El primero es «escuchar a Jesús» en la Palabra de Dios que se proclama en la Misa y dedicando un momento cada día a leer una parte de la Biblia y a dialogar con Él a partir de lo que hemos leído; pero también escuchando a «nuestros hermanos y hermanas, especialmente en los rostros y en las historias de quienes necesitan ayuda». El segundo medio es «no refugiarse en una religiosidad hecha de acontecimientos extraordinarios y experiencias subjetivas», sino «afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y contradicciones»; en otras palabras: entrar en la historia que se nos pone delante cada día, no con nuestras solas fuerzas sino apoyados en el mismo Jesús cuya Pascua nos preparamos a celebrar. Y el tercer medio que nos propone el Papa es no recorrer el itinerario cuaresmal solos, cada uno “yo con Dios”, sino en comunidad, participando en las celebraciones o encuentros de oración que organizan las parroquias o movimientos para prepararnos para la Pascua, como las liturgias penitenciales, el Via Crucis u otros.

Es cierto que el itinerario cuaresmal – marcado por el ayuno, la oración, la limosna y la participación en la vida eclesial comunitaria – puede resultarnos fatigoso porque nos saca de nuestra zona de confort, pero vale la pena recorrerlo porque, como también nos dice Francisco, «lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente»: nuestra propia transfiguración mediante la gracia que el mismo Jesús nos dona a través de su misterio pascual. Así que en estas semanas que nos quedan hasta la Pascua, los invito a que «corramos con constancia la carrera que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, caudillo y consumador de nuestra fe, el cual, por el gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,1-2). Escuchemos y sigamos a Jesús, hasta la pasión y la cruz, para participar también en su gloria.

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