¿Ellos o nosotros?
Por: Christian Capuñay Reátegui

 Sea cual fuere el resultado de las marchas de protesta que tienen previsto desarrollarse en estos días en varias ciudades del país, es urgente promover el diálogo como el mecanismo principal para que los distintos sectores se pongan de acuerdo, pese a las diferencias que separan a uno del otro.

Invocar al diálogo es ahora casi una letanía carente de esencia y a la que algunos gobiernos recurren principalmente cuando se ven en serios apremios en el ámbito político o social. Pero cabe preguntarse ¿qué otra herramienta tienen las sociedades tan fragmentadas como la peruana para lograr consensos mínimos que les permitan avanzar?

Pensar en el diálogo como salida enfrenta, no obstante, el gran problema que representa el tener actores que no solo rechazan, sino que desprecian la sola posibilidad de considerar al otro como sujeto digno de un acercamiento.

Quienes proponen unidad deberían también llamar al abandono de toda posición irreductible, de uno y otro lado. Por su parte, quienes mantienen esa posición sectaria deberían aceptar que la otra parte tiene todo el derecho de plantear sus puntos de vista, por más opuestos que estos sean.

Son un error, en ese marco, toda declaración mediante la cual se descarte cualquier posibilidad de acercamiento e, incluso, lo condicionen a la neutralización de quienes piensan de forma distinta.

No son solo un error. Representan también una forma de la exclusión que tanto daño le hace a nuestra sociedad. Si ni siquiera somos capaces de considerar a quienes piensan diferente como sujetos con los cuales podemos llegar a un acuerdo, entonces no debe sorprender que se observe animadversión de un grupo social respecto a otro, ni que estemos tan fracturados como colectivo social.

“Son ellos o nosotros; en esta lucha uno de los dos tiene que sucumbir; no es posible convivir ellos y nosotros en armonía”, dijo hace poco una exautoridad regional refiriéndose a quienes desean protestar sin darse cuenta que lo que debería sucumbir es ese pensamiento que dejaría muy satisfecho a los más crueles tiranos de la historia.

Aclaremos que no se propone brindar un lugar en la mesa a aquellos sectores antidemocráticos o a quienes son herederos de las organizaciones que le declararon la guerra al Estado peruano en la década de 1980. Tales grupos no deberían ser considerados en virtud de que el uso de la violencia deslegitima cualquier demanda y a quienes recurren a ella como método de imposición.

La sociedad peruana nunca será verdaderamente democrática si no abandonamos esa infeliz característica de dejar de ver por encima del hombro al resto y especialmente a aquellos con los cuales no comulgamos. En el fondo de esta conducta, aunque a muchos no les guste que se lo recuerden, habita el racismo y su primo hermano el clasismo.

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