La Tierra es plana, el cambio climático no existe
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario

Hay una guerra de narrativas que está escalando cada vez más, al punto de constituir mundos paralelos que tienen consecuencias catastróficas. En esa disputa por instalar un sistema de creencias que no necesariamente obedecen al grado de verdad de lo que se sostiene, están involucrados muchos factores que van organizando la percepción colectiva.

Es más una batalla por una visión del mundo, vinculado con intereses grupales antes que el bien común, en la que gana quien logra instalar una forma de explicación representativa o, cuando menos, más generalizada. No es solamente un conflicto sobre la verdad o falsedad, sino también por un montaje edificado de la forma de ver las cosas.

Recientemente, ante la pandemia, los movimientos antivacunas fueron un peligro latente, apelando a supuestos derechos individuales o a explicaciones conspirativas, para atacar la estrategia global de detener o minimizar el impacto del covid-19 a través de la masiva vacunación.

Lo mismo sucede con aquellos que niegan rotundamente que exista una afectación grave del clima por responsabilidad de las acciones industriales. A pesar de mostrar las pruebas científicas que hay un error en sus conclusiones, estos grupos suelen asumir posiciones radicales ante las evidencias. Las pruebas y comprobaciones deberían ser suficientes para la demostración y validación de las certidumbres; sin embargo, al ser una zona de disputa ideológica, la verdad se difumina y se vuelve instrumental. La verdad muchas veces es derrotada cuando afecta a intereses muy poderosos.

Tenemos que estar conscientes de que en este forcejeo por la hegemonía de creencias hay mucho que perder si una visión conservadora, medieval, única, se impone, sea cual fuere su tinte ideológico.

Es un atentado contra la libertad toda idea que se pretenda como insuperable, excluyente y que fuese capaz de resolver todos los problemas. Son una amenaza cuando las ideas se convierten en manuales incuestionables o recetas que hay que aplicar sin dudas ni murmuraciones. Cualquier totalitarismo ideológico es el final de la independencia humana.Una estratagema de uso común de esta red de pensamiento es asumirse a sí mismas con condiciones morales superiores al sistema de creencias oponente. Es decir, buscan una legitimidad ética previa para que sus acciones estén organizadas con un supuesto tejido moral.

Por ello, los detectarán cuando apelan a una posición de calculada y falsa moralidad superior. Es así que a los sectores que defienden y divulgan las tesis más extremas no les importa divulgar que la Tierra es plana o que es inexistente el dramático cambio del clima o que las vacunas fueron una conspiración global. La verdad, para ellos, es un escollo; la ciencia, una contrariedad.

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