UN ENCUENTRO CON LA PAZ (PRIMERA PARTE)

HOY CONOCÍ EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA

Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.

Día a día nos relacionamos con nuestros semejantes, a diario sembramos y destruimos algo, paso a paso decidimos construir una vida o de salto en salto destruimos lo poco que ven nuestros ojos para luego lamentarnos de que no tenemos nada y que lo poco que un día tuvimos, se fue.

Sembrar o destruir, una ambivalencia constante en la cual vive el ser humano, una ambivalencia que persevera en el intelecto de aquellos que nunca lograron comprender que la existencia humana se basa en la mutua tolerancia, en entender la imperfección de aquel que se halla cerca nuestro y en nunca aspirar a la perfección.

Ser tolerante en el nuevo milenio significa muchas cosas, en primer lugar, representa un compromiso de comprensión hacia nuestras imperfecciones y debilidades, hacia nuestras limitaciones y múltiples minusvalías, en fin, significa entender de modo claro que no somos diáfanos como la luz, sino que somos bizarros como cualquier reflejo en aguas turbulentas.

Ser tolerante significa, además, no ser intolerante con la verdad del prójimo, significa descubrir que no podemos tener la razón en todo razonamiento que llevamos a cabo y que tampoco tenemos el poder de acumular todo el saber de la humanidad en nuestros cerebros y que gracias a esta riqueza racional limitada podremos tomar mejores decisiones ante los diferentes panoramas que nos ofrezca la existencia.

Ser tolerante significa tener respeto hacia los valores personales y de la sociedad. Significa haber desarrollado la aptitud de amar las cosas sencillas del quehacer humano y haber descubierto que la verdad es un hallazgo temporal y, a la vez, una búsqueda continua.

Avanzar por los senderos del diario existir representa mucho para aquel ser humano que se ha despojado de sus pesadas cargas, de sus prejuicios y de la ingrata capacidad de juzgar a otros por los actos simbólicos que llevan a cabo. El discurrir por los cauces de los ríos de la vida debiera ser un viaje agradable, lleno del gozo de ver crecer los pastos y árboles en las veredas que les rodea; pero no, para muchos el discurrir por el cauce del vivir es un tormento que no tiene nombre basado en la percepción equivocada de que la existencia humana se basa en el lodo oscuro y maloliente del fondo del río y no en el milagro de la vida que se halla en nuestro interior y en el entorno que nos rodea.

Cada uno de nosotros, tú, yo, en nuestro nuevo despertar llevamos los mismos conceptos ancestrales, los juicios errados, las malas decisiones y los incongruentes actos que durante muchos años hemos desarrollado; pero, el hecho de tener dicha esencia no significa que seamos seres destructivos, psicópatas en potencia que buscan sin remordimiento alguno dañar a los seres que les rodean. ¡No!, pensar de la manera antes señalada significaría algo grave pero felizmente, tanto tú como yo, sabemos que lo más importante de nuestras experiencias no han sido los momentos en que le hemos fallado a la vida, sino aquellos instantes maravillosos en que hemos podido regalar vida.

Somos seres que hemos nacido en el bien y que, al respirar la inmundicia del mundo, nos hemos contaminado de los gérmenes emocionales de la violencia y el egoísmo. Pero eso no es importante. Lo que realmente vale es todo aquello que hacemos a diario para reencontrarnos con aquellos seres tan llenos de bien que fuimos un día. A veces, cuando no encuentro palabras para reflejar estos pensamientos invito a aquellas personas que me escuchar a ir una maternidad y ponerse a contemplar a aquellos seres tan inocentes que son los recién nacidos con la sola idea que contemplen la esencia única del bien humano.

Hemos nacido libres de todo sentimiento y pensamiento de rivalidad. A lo largo de los años hemos llenado nuestra alforja mental de pensamientos y sentimientos deshonestos, conflictivos y de aversión social, y deseamos inconscientemente iniciar un viaje por los desiertos de la convivencia humana con dicha alforja de dolor, ¡qué grave error!

Cuando nos preparamos para un viaje yo les pregunto ¿qué es lo primero que hacemos?, probablemente conocer un poco del clima del lugar donde vamos a pasar quizá nuestras vacaciones, todo con la finalidad de escoger el vestuario más propicio para aprovechar al máximo nuestra estancia en el lugar a visitar. Si desarrollamos de modo correcto la tarea antes detallada de seguro que gozaremos de una linda experiencia.

Para las cosas menores prestamos un gran cuidado, pero para las mayores somos tan negligentes. Cuando tenemos que elegir los sentimientos y los pensamientos a llevar para el viaje más importante que tenemos, nuestra vida, elegimos llevar los peores, aquellos que nos ponen a la defensiva, aquellos que nos van a involucrar en desencuentros o aquellos que nos van a limitar en las actividades a realizar. Elegimos mal y tercamente perseveramos en la elección tomada. No entendemos que dicha actitud es dañina y que tomar decisiones por razones que no tienen mayor base que “el yo siempre tengo la razón”, significa actuar sin darle valor al ser más importante que tenemos en la vida, uno mismo.

Actuar en discordia y romper el equilibrio del mundo es un acto deshonesto, en un inicio, puede generar una sensación de éxito, pero que, a lo largo de los minutos siguientes, se trastocará en inconformidad y desasosiego.

No podemos imponer nuestras ideas a los demás por más que “científicamente o probadamente” tengamos la razón. Cada ser humano se desarrolla y madura de un modo distinto. El hecho de ser un genio intelectualmente hablando no significa inevitablemente que dicha persona a la vez pueda manejar una buena inteligencia emocional. En virtud de las situaciones que nos ha tocado vivir y de nuestras capacidades innatas muchas personas habrán aprendido a tomar decisiones muy sabias en su vida como no interiorizar rencores, agradecer siempre y dar aunque nos den siempre la espalda; eso es bueno, pero muchas otras personas probablemente recién hoy están en su primera clase de “aprender a tener paciencia y tolerancia con los seres humanos que les rodea” y si hemos aprendido a valorar a cada ser humano por lo que realmente es, de seguro que los podremos comprender.

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