NO SOMOS SERES DE ESTRÉS (1° PARTE)
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez. – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.
Actualmente las enfermedades por estrés ocupan un segundo o un tercer lugar en las estadísticas de prevalencia de la Organización Mundial de la Salud.
HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA
El ser humano, una especie que ha afrontado con éxito más de un millón de años de evolución hoy se ve subsumido por una epidemia llamada estrés, creada por él mismo, por su deseo de empoderamiento sin límites y por haber perdido su horizonte de que el ser humano es un fin y no un medio en el proceso de desarrollo social.
Hoy en día nuestra calidad de vida se ha visto limitada por el ingreso del “estrés” en nuestras actividades diarias. Nos estamos volviendo progresivamente seres hijos del tirano tiempo, seres pisoteados por las necesidades del mundo y que a la vez por cumplir con dichas necesidades dejamos relegadas nuestras propias necesidades y a nuestra propia familia.
El estilo de vida del siglo XX que ya persevera con mayor intensidad en el nuevo milenio nos arroja a un estado de postración personal, de olvido de nuestras metas y de compromiso con un sistema que solo busca satisfacer su hambre económico olvidándose de aquellos que hacen posible el nuevo desarrollo social.
Nuestra mente sufre este embate de un medio que debería de ser favorable para nuestro desarrollo físico y emocional. Nos estamos enfermando cada vez de una variedad mucho mayor de entidades clínicas. Somos fácilmente víctimas de las bacterias, virus y parásitos de nuestro entorno; nuestro sistema de defensa mancillado por una respuesta crónica al estrés ha pasado a ser en muchos seres humanos solo un espectador de la acción nociva de los agentes patógenos en nuestro ser. Nuestro sistema de defensa, aquel que durante tanto tiempo se preparó bajo distintas circunstancias y ambientes físicos, hoy en día ha sufrido la amputación de su vitalidad, de su competencia y su desarrollo se ha visto limitado por la plaga del siglo XX: el estrés.
Para aquellos que tengan un conocimiento limitado de la medicina basta con señalar que el estrés crónico, ese estado de zozobra, de intranquilidad, de ansiedad, de perturbación constante activa de modo constante en nuestro ser una respuesta hormonal secundada por una activación permanente de corticoides y sustancias relacionadas que llevan en un inicio a mejorar nuestras defensas, a volverlas más despiertas, pero que con el paso del tiempo generan un cansancio en nuestro sistema de defensa, en nuestro sistema inmune, generando una parsimonia en el acto de defensa de nuestro organismo. Más aún, esta activación constante, altera muchos procesos genéticos, activa genes asociados a enfermedades al determinar los sistemas de estrés crónico que los sistemas de control genético pierdan su eficacia y así, el brote de nuevas enfermedades a priori metabólicas como la diabetes se da. Pero eso no es todo, lamentablemente también se aceleran los procesos de agregación plaquetaria en los diversos vasos sanguíneos, generando ateroesclerosis, el punto de partida de los infartos de corazón y de los así denominados “derrames cerebrales”.
Los efectos del estrés crónico sobre nuestro organismo son grandes y variados. En la piel los procesos de regeneración disminuyen, la piel se vuelve un tejido de fácil agresión. Así, la exposición al sol nos condiciona manchas y posibles cánceres a futuro. Las reacciones de alergia dérmicas se hacen más frecuentes y difíciles de tratar.
A nivel del aparto gastrointestinal, las denominadas gastritis emotivas condicionan con el tiempo gastritis erosivas de mala evolución clínica pese al empleo de súper fármacos que tienen la misión de proteger una mucosa gástrica afectada no solo por malos hábitos alimenticios, sino que también se ve agredida por la liberación constante de ácido clorhídrico secundario a nuestra angustia sin fin. Los problemas de coordinación entre los diversos esfínteres o válvulas reguladores (existentes en este sistema gastrointestinal) condicionada por las alteraciones en la transmisión nerviosa y regulación negativa nuevamente como respuesta secundaria al estrés determina molestias como pirosis, naúseas, distensión abdominal, estreñimiento y mala absorción intestinal, síntomas que con el paso del tiempo van a consolidarse en entidades clínicas conocidas por cada uno de nosotros: vesícula perezosa, dispepsia funcional e intestino irritable.
La asociación entre molestias digestivas y preocupación no es nueva. Ya los textos clásicos de medicina psicosomática de inicios del siglo XX señalaban claramente que los niveles de angustia y ansiedad en los seres humanos, las alteraciones en las respuestas emocionales, el carácter irritable y la personalidad sanguínea tenían una conexión importante con el desarrollo de enfermedades del aparato gastrointestinal.
Cada ser humano víctima del estrés ve limitado su potencial de desarrollo. El estrés es una respuesta nociva que paraliza nuestras capacidades mentales, que nos genera confusión, que perturba el funcionamiento de nuestros sistemas de control emocional y racional.
Más aún, enfermedades tan tristes y letales como el cáncer ven la luz amparadas en respuestas al estado de estrés crónico, que activa aquellos genes responsables de tanto sufrimiento y lágrimas en muchos miles de familias a lo largo de todo el mundo. ¡Si!, el punto de inicio de muchos cánceres subyace a esa agresión constante de la cual es sujeto nuestro organismo, esa agresión llamada estrés crónico, que determina que nuestro sistema de defensa se aletargue y no controle adecuadamente a esas células descontroladas y con capacidad de destrucción que forman las denominadas metaplasmas y neoplasias, más aún activa sus sistemas de desarrollo exponencial. El estrés crónico a parte de activar todo este sistema, desarrolla también su papel a nivel de los genes desactivando los sistemas de control existentes en el ADN para que aquella predisposición a tener un cáncer pase de ser una posibilidad a desarrollarse como una realidad.