Sor Ana de los Ángeles Monteagudo: la vida y legado de una beata arequipeña
El 26 de julio de 1602, en la ciudad de Arequipa, nacía Ana de los Ángeles Monteagudo, una mujer destinada a convertirse en un modelo de fe y devoción religiosa. Hija del español Sebastián de Monteagudo de la Jara y de la arequipeña Francisca Ponce de León, Ana demostró desde muy temprana edad una inclinación espiritual que marcaría el curso de su vida. A los tres años, fue entregada al Monasterio de Santa Catalina de la Orden Dominica, donde empezó su formación religiosa bajo la tutela de las monjas catalinas.
Durante su infancia en el monasterio, Ana recibió educación básica y cultivó un profundo amor por la vida espiritual. Sin embargo, por decisión de sus padres, regresó al hogar familiar con la esperanza de un matrimonio conveniente. A pesar de estas expectativas, la joven Ana sintió un llamado claro hacia la vida religiosa. Después de superar numerosos obstáculos, en 1618 ingresó formalmente al noviciado y adoptó el nombre de Sor Ana de los Ángeles. Desde ese momento, vivió con entusiasmo el ideal de Santo Domingo de Guzmán y Santa Catalina de Siena, dedicándose por completo a su fe.
SU SERVICIO EN EL MONASTERIO
En 1647, Sor Ana fue nombrada Maestra de Novicias, Sacristana y Priora del Monasterio de Santa Catalina. En este último cargo, lideró una reforma espiritual y disciplinaria, buscando restaurar el rigor de la vida austera y entregada a Dios. A pesar de su gran amor y dedicación hacia las monjas bajo su cuidado, enfrentó la oposición de algunas religiosas que resistían el retorno a la austeridad. Con paciencia y fortaleza, Sor Ana soportó estas ofensas, siguiendo el ejemplo de Jesús y ofreciendo siempre el perdón.
Una de las preocupaciones de Sor Ana fue la observancia del silencio, una práctica que consideraba esencial para el crecimiento espiritual. También demostró una devoción singular al Santo Rosario, que era su oración predilecta. Se dice que los demonios, en su rabia, intentaban arrebatarle el rosario de las manos, pero Sor Ana perseveraba, alentando a todos a rezar y a amar a la Virgen María.
Una vida de fe y sufrimientos
Sor Ana también fue conocida por su devoción a las Benditas Almas del Purgatorio, a quienes llamaba “sus amigas”, y a San Nicolás de Tolentino. Su vida estuvo marcada por la penitencia, la oración y un arduo trabajo apostólico. A pesar de las dificultades, su paciencia y entrega nunca flaquearon. Su tío paterno, Santo Tomás de Villanueva, fue también una fuente de inspiración espiritual para ella.
El 10 de enero de 1686, Sor Ana falleció santamente. Fue encontrada sentada, con las manos cruzadas y su rosario en las manos, como si estuviera viva. Este momento, lleno de paz y devoción, se convirtió en una muestra del fervor religioso que guió toda su existencia.
BEATIFICACIÓN Y LEGADO
Los esfuerzos por reconocer la santidad de Sor Ana comenzaron en 1900 con la fundación de los “Círculos Monteagudo”, liderados por el Padre Vicente Caicedo y un grupo de caballeros del Santo Sepulcro de Santo Domingo. Tras años de trabajo e innumerables fieles, Sor Ana fue beatificada el 2 de febrero de 1985 por el Papa Juan Pablo II, en una ceremonia celebrada en su natal Arequipa. Fue la primera monja de clausura de América en ser elevada a los altares.
Este 10 de enero de este año, al conmemorarse el 339º aniversario de su fallecimiento, el Monasterio de Santa Catalina recreó la escena de su muerte en la celda donde pasó sus últimos momentos. En este espacio, remodelado con motivo de los 40 años de su beatificación, los visitantes pudieron apreciar la reproducción de Sor Ana vestida con su hábito blanco y negro, rosario en mano, y recostada sobre un lecho de troncos y cueros de oveja.
Las actividades conmemorativas incluyeron una misa solemne a las 10:00 de la mañana, seguida de una procesión que recorrió la calle Santa Catalina. Por la tarde, otra misa reunió a fieles y miembros de la Hermandad del Señor de los Milagros, quienes participaron con devoción en honor a la religiosa arequipeña. Estas celebraciones resaltaron la relevancia de Sor Ana como un modelo de fe y su legado espiritual para la ciudad de Arequipa.