El incendio de Lima

Por Carlos meses
Solo hubo cuantiosas pérdidas materiales que afectan a los más pobres. Esta es la hora de la enmienda para que nuestros bomberos puedan tener la ayuda que requieren para cumplir su reconocida misión.
Desde que se fundaron las compañías de voluntarios que se encargan de apagar incendios se estableció un régimen de asistencia del Estado para ayudarlos. Esto ha ocurrido, pero no en la forma satisfactoria que se esperaba; a lo anterior se han sumado problemas de coyuntura que han terminado por perjudicar la economía y las bondades que en equipamiento debieran tener todas estas organizaciones de auxilio a la comunidad.
El Perú tiene el orgullo de ser el único país del mundo donde los bomberos son voluntarios y solo reciben ayuda estatal en la medida en que se las pueden conceder las dependencias oficiales. Lamentablemente los controles han sido insuficientes para garantizar los cuidados que bien merecen estas instituciones.
Así se recuerda un famoso incendio que lastimó a Arequipa y que provocó que surgiera la Compañía de Bomberos Arequipa N° 2 que se formó a raíz de ese siniestro y que contó con la simpatía ciudadana, además del concurso de muchos nobles arequipeños quienes con su ayuda desinteresada constituyeron el mejor recuerdo útil no solo en caso de incendios sino también en inundaciones.
Lo ocurrido en Lima, tal como lo acaba de decir el alcalde Rafael López Aliaga, es la consecuencia de la suma de descuidos que, para este caso, se han podido comprobar en las deficientes instalaciones de agua y desagüe, que, por cierto, no han sido las más convenientes. Ahora resulta que no se tiene el adecuado servicio para atender una emergencia como la ocurrida cerca de un centro de atención hospitalaria de Lima.