TALLER: García Márquez.

P. ¿Cuál es en tu caso, el punto de partida de un libro?
R. Una imagen visual. En otros escritores, creo, un libro nace de una idea, de un concepto. Yo siempre parto de una imagen. “La siesta del martes”, que considero mi mejor cuento, surgió de la visión de una mujer y de una niña vestidas de negro y con un paraguas negro, caminando bajo un sol ardiente en un pueblo desierto.
P. Después de Kafka, ¿qué otros escritores te han sido útiles desde el punto de vista del oficio y de sus trucos?
R. Hemingway.
P. A quién no consideras un gran novelista…
R. A quien no considero un gran novelista, pero sí un excelente cuentista. Dio el consejo aquel de que un cuento, como el iceberg, debe estar sustentado en la parte que no se ve: en el estudio, la reflexión, el material reunido y no utilizado directamente en la historia. Sí, Hemingway le enseña a uno muchas cosas, inclusive a saber cómo un gato dobla una esquina.
P. Greene también te enseñó algunas cosas. Lo hemos hablado alguna vez.
R. Sí, Graham Greene me enseñó nada menos que a descifrar el trópico. A uno le cuesta trabajo separar los elementos esenciales para hacer una síntesis poética en un ambiente que conoce demasiado, porque sabe tanto que no sabe por dónde empezar, y tiene tanto que decir que al final no sabe nada. Ese era mi problema con el trópico. Yo había leído con mucho interés a Colón, a Pigafetta y a los cronistas de Indias, que tenía una visión original, y había leído a Salgari y a Conrad y a los tropicalistas latinoamericanos de principios del siglo que tenían los espejuelos del modernismo, y a muchos otros, y encontraba una distancia muy grande entre su visión y la realidad. Algunos incurrían en enumeraciones que paradójicamente cuanto más se alargaban más limitaban su visión. Otros, ya lo sabemos, sucumbían a la hecatombe retórica. Graham Greene resolvió ese problema literario de un modo muy certero: con unos pocos elementos dispersos, pero unidos por una coherencia subjetiva muy sutil y real. Con ese método se puede reducir todo el enigma del trópico a la fragancia de una guayaba podrida.
P. ¿Hay alguna otra enseñanza útil que recuerdas haber recibido?
R. Una que le escuche a Juan Bosh en Caracas, hace como veinticinco años. Dijo que el oficio del escritor, sus técnicas, sus recursos estructurales y hasta su minuciosa u oculta carpintería hay que aprenderlos en la juventud.
(De una entrevista de Plinio Apuleyo Mendoza a Gabriel García Márquez, 1982)