Una historia sencilla

Por Gabriela Caballero

Víspera de la fiesta de José Carpintero. Llamada telefónica en la comisaría a las 9:37 de la noche. Giorgio Giorcella, diplomático jubilado, pide comunicarse urgentemente con el comisario pues ha descubierto “algo” inusual en su casa de campo. El inspector, atribuyendo la llamada solo a una broma, decide no atender el pedido ni alterar sus planes festivos. A la mañana siguiente, el sargento Antonio Lagandara y dos agentes encuentran al diplomático volcado sobre su escritorio con un cuajarón de sangre entre la sien y la mandíbula. A su lado, en una hoja de papel, su último escrito: “He descubierto”. Punto final. Este punto, lejos de cerrar la frase, abre dos posibilidades: ¿Suicidio? ¿Asesinato? El sargento se inclina por la segunda viendo la mano del hombre que no cuelga al nivel de la pistola caída, sino que parece aferrarse aún al papel. ¡Zas! La novela ha despegado su vuelo.

Aunque el escritor siciliano Leonardo Sciascia basa su novela, Una historia sencilla, en un hecho criminal, una investigación y el desvelamiento del crimen, no se trata precisamente del clásico género policial que instauró Edgar Allan Poe con sus relatos “Asesinato en la calle Morgue”, “El misterio de Marie Rogêt” y “La carta robada”.  La muerte de Giorgio Giorcella no es únicamente el detonante de la novela, sino además sirve como medio para incorporar algunas variantes en el género que la inscriben mejor en la novela negra: Hay más de un culpable; una velada alusión a mafia y drogas; personajes que razonan y hablan con un lenguaje más cercano a la realidad; así también la denuncia de corrupción en los sistemas de justicia y religioso, sin que, por ello, se plantee alguna solución a esta problemática social.

Muchos de los personajes pretenden que el crimen, al cual se añaden dos más, se resuelva de una forma muy simple, evitando atraer la atención hacia los delitos que se ocultan en el trasfondo; los cuales asoman y complejizan la historia ante la mirada atenta del sargento Lagandara, que reflexiona honestamente sobre los hechos y las declaraciones de los testigos, y quien se enfrentará con su antagonista en uno de los momentos épicos del libro. Aun así, no resulta claro si los hechos que provocaron los crímenes serán evidenciados ante los demás o se optará por el secretismo. Quedan, asimismo, otros misterios sin resolver que recorren a lo largo del texto: ¿Dónde está la pintura que Giorcella descubrió al llegar inesperadamente a su casa de campo y qué se ocultaba en sus almacenes? ¿Quién es el quinto integrante de la mafia? ¿Cuál es la extensión real de esta ramificación violenta y qué otros estamentos de la sociedad se involucran?… Interrogantes que el autor decide dejar sin explicación, contribuyendo con ello en lo que puede llamarse una “arquitectura de lo enigmático”. 

Por otra parte, ha despertado en mí algunas interrogantes que no son materia de la narración. El profesor Carmelo Franzó, en diálogo con el sargento, dice: “En determinado momento de la vida no es que la esperanza sea lo último en morir, sino que morir es la última esperanza”. ¿Es acaso una referencia velada a la lucha del autor contra el cáncer que padecía? ¿Qué otra forma de enfrentar y aceptar la muerte existe si no es a través de la creación artística? Escribir y escribir hasta que la muerte nos alcance. Parece haber sucedido de esta forma con Leonardo Sciascia: Una historia sencilla es su último libro y fue entregado al editor un mes antes de su muerte en 1989.

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