Rhys o el fulgor insular

Por Fátima Carrasco

Ellen Gwendolen Rees nació en Rousseau, isla de Dominica, en 1884. Fue la cuarta y penúltima hija de un médico galés y de una escocesa nieta de un traficante de esclavos.

Su afición a la lectura terminó, junto con su infancia, en 1907, cuando fue enviada a Inglaterra a estudiar, acompañada de su tía. El contraste absoluto entre Dominica e Inglaterra se refleja en su obra, autobiográfica y monográfica, que publicaría ya como Jean Rhys.

Con el permiso paterno y por sugerencia de la madre de una compañera suya del internado católico, estudió Arte Dramático y a los 16 años ya era corista en una compañía teatral, etapa que calificaría como »vida abominable y completamente anodina». Tras dos años de gira dejó los escenarios, al conocer a un hombre de negocios, aunque ni entonces, ni nunca, halló estabilidad en ninguna de sus acepciones. De nuevo sola y tras lo que se llamaba de forma eufemística »una intervención ilegal», Rhys, que sumaba ya el alcoholismo a su desarraigo, escribió sus impresiones en tres cuadernos y medio que guardó sin releer durante años.

Durante la guerra de 1914 fue voluntaria en una cantina que servía comidas a soldados voluntarios. Tres años después, en una de las innumerables pensiones en las que vivió, conoció al periodista, cantautor y espía antifascista Jean Lenglet, belga-francés-holandés (cuya azarosa vida merecería capítulo aparte). Tras casarse, vivieron en París, donde tuvieron dos hijos —el primero moriría semanas después de nacer—. Lenglet, miembro de la Comisión Interaliada que se reunió en Viena en 1920, fue encarcelado durante un año por estafa con cuadros falsos. Tratando de vender artículos escritos por él, Rhys acudió a la señora Adams, esposa del corresponsal de The Times en París, quien le preguntó si ella escribía. Rhys le envió sus tres cuadernos y medio, que Adams retocó, convertidos en “Viaje a la medianoche” y remitió a Ford Maddox Ford, quien fue su padrino literario en su debut de 1927 y con quien mantuvo una ambivalente relación, narrada en “Cuarteto”, publicada en 1929. Rhys, en un acto de justicia, tradujo y buscó editor después para la novela “Sous le Verrous”, que su ya exesposo Lenglet escribió sobre el mismo affaire, con el seudónimo de Edward de Néve.

En “Cuarteto”, Marya, alter ego de la autora, mientras hace cola en la cárcel para visitar a su esposo recuerda: »tuve una repentina y devastadora conciencia de la locura esencial del hecho de existir». Sus cinco obras, publicadas entre 1927 y 1939, mejor valoradas por crítica que por público, tratan siempre sobre la soledad, la inadaptación de mujeres — ella misma, siempre— vulnerables y autocríticas, preocupadas por la ropa y el peinado y con angustia vital extrema, a partes iguales. »Yo no pertenezco a ninguna parte, en realidad y no tengo dinero para comprar el derecho a pertenecer. Y tampoco lo querría» —declara una de sus alter ego en “Los tigres son más hermosos”, una selección de sus mejores relatos.

Con franqueza absoluta escribió sobre sus debilidades y sobre las dos islas en las que vivió: una, que recordaba llena de luz, colores y olores antillanos y la otra, gélida y llena de normas —incluso para ducharse en las pensiones— que detestaba y donde acabaría volviendo, olvidada, apartada de la vida literaria, a la que tampoco llegó a pertenecer nunca.

»Las personas mueren siempre dos veces: una de verdad y otra cuando los demás se enteran» escribió en su valorada novela “El ancho mar de los zargazos”, publicada en 1988. Rhys se atrevió a escribir la precuela de Jane Eyre, nada menos, cambiando para siempre la perspectiva de la obra de la Bronte. Sólo Rhys era capaz de escribir la historia de Berta-Antoinette Cosway, la desventurada esposa loca, el personaje misterioso de “Jane Eyre”. Dividida en tres partes, narra la Ley de Emancipación de 1830, describe los ritos animistas —la obeah, o vudú, que recordaba de su niñez— y crea una desdichada y moderna figura femenina, que es al mismo tiempo reflejo de sí misma, para variar. La escribió a lo largo de veinte años, siempre en medio de adversidad: su enfermedad cardíaca, la de su tercer esposo —que también sería encarcelado por estafa— y sin la esperanza ni perspectiva de vivir para verla publicada. Rhys repasa sus referencias antillanas infantiles en su obra maestra: las monjas católicas, a quienes siempre apreció, las empleadas negras, la exuberante y decadente naturaleza que devora la finca en la que Rhys veraneada, rebautizada como Coulibri, quizás por la pena absoluta que sintió la autora adolescente recién llegada a Inglaterra en un zoológico, al ver en una jaula sucia a colibríes descoloridos, apagados y desesperados —creando una atmósfera de inexorable, fatal declive.

En 1978 fue nombrada Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico por su aportación a la literatura y poco después murió.

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