Francisco Martínez Benavides: El médico que curó con el alma

Por Marianela Martínez Marcos.

Hay hombres cuya vida no se mide en años, sino en actos de bondad. Mi padre, Francisco Alejandro Martínez Benavides, es uno de ellos. Nació en Arequipa en 1933, y desde entonces, ha sido una presencia luminosa, constante, inquebrantable. Médico otorrinolaringólogo de profesión, ser humano excepcional por vocación. A sus 92 años, sigue siendo un faro silencioso que nos guía con su ejemplo, su fe y su alegría.

EN EL DÍA DEL PADRE

El año de su nacimiento no fue un año cualquiera. Mientras el mundo sufría los estragos de la Gran Depresión, Adolf Hitler llegaba al poder en Alemania y Franklin D. Roosevelt asumía la presidencia de los Estados Unidos con su histórico «New Deal». En el Perú, el país buscaba estabilidad tras el asesinato del presidente Luis Miguel Sánchez Cerro. Y en Arequipa, nuestra ciudad blanca vivía su propio ritmo: campanas de iglesia, serenatas, tranvías, y el murmullo de una vida tranquila que comenzaba a despertar.
Y en medio de todo eso, naciste tú, papá.

En una casa modesta del Puente Bolognesi 314, tu madre —la abuelita Maruja— traía al mundo a un niño hermoso, como siempre lo recordaba con ternura. Ese niño eras tú, Francisco Alejandro Martínez Benavides, llamado cariñosamente: Paquito. Naciste en un mundo agitado, pero creciste para convertirte en todo lo contrario: un hombre de paz, de valores firmes, de fe profunda y de alegría luminosa. Desde entonces, llevas contigo una luz propia que nunca ha dejado de brillar.

Hoy, en este Día del Padre, quiero agradecerte públicamente por todo lo que nos has dado. Por haber sido mucho más que un médico brillante: por haber sido un padre presente, un esposo amoroso, un abuelo sabio y un ser humano íntegro. Fuiste director médico de la Clínica San Juan de Dios, fundaste el Rotary Club Arequipa Oeste, y atendiste a cientos de personas con el corazón, recibiendo a cambio una sonrisa que te dio fuerzas para seguir trabajando por hacer un mundo mejor. Porque para ti, la medicina nunca fue solo una carrera: fue una forma de servir.

Perdiste a mamá, Noelia —el amor de tu vida—, pero nunca perdiste la fe ni la sonrisa. No te rendiste, no te amargaste. Seguiste adelante con ese espíritu tuyo, lleno de gratitud, optimismo y compasión. Para tus cuatro hijos, tus siete nietos y tus dos bisnietas, sigues siendo el pilar silencioso que nos sostiene, el ejemplo que nos inspira.

Muchos te conocen como el médico que curó con el alma. Tu bata blanca fue siempre un símbolo de servicio y compromiso. A lo largo de tu carrera, no solo curaste dolencias del oído, la nariz o la garganta, sino que también aliviaste el alma de miles con calidez, cercanía, y, en muchísimos casos, con miles de atenciones para quienes solo necesitaban de un médico. Porque para Paquito la medicina siempre fue eso: un acto de amor, una responsabilidad humana, un deber con los demás.

Nosotros te conocemos como el hombre que nos enseñó a vivir con dignidad, a servir sin esperar, a no quejarnos nunca. “La vida es una prueba”, nos decías. Y tú la has vivido como tal: con valentía, con humildad, y siempre con amor.
En este Día del Padre, que tu historia nos recuerde que ser padre es un compromiso de todos los días, y que, con amor y entrega, se puede dejar una huella imborrable en el corazón de una familia y también en el mundo.

Gracias, papá. Por tu vida, por tu luz, por tu ejemplo. Hoy te celebro no solo como hija, sino como testigo de todo lo que has sembrado en este mundo. Porque tú no solo nos diste la vida: nos enseñaste a vivirla bien.
¡Feliz día, Pa, y feliz día a todos los que como tú, abrazan la paternidad con el alma!

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