Cuando el gusto excesivo por algo o alguien se vuelve fanatismo

Por: Daniela Fernández C.

Trastorno nubla la percepción de la realidad y la convivencia con otros.

El gusto por algo, una banda, un cantante, un deporte o una ideología, puede ser un motor de alegría y pertenencia, pero cuando se intensifica hasta convertirse en fanatismo, puede poner en riesgo la salud mental y la capacidad crítica de una persona. El fanatismo, en sus múltiples expresiones, se ha convertido en un fenómeno cada vez más visible. Aunque muchas pasiones comienzan como un gusto legítimo y emocionalmente significativo, la frontera que separa esa afinidad saludable de una adhesión irracional puede cruzarse sin que la persona lo perciba.

Especialistas advierten que cuando la emoción domina por completo y desplaza la reflexión crítica, el comportamiento se transforma, afectando la percepción de la realidad y la convivencia con otros. El psicólogoAndrés Luque, docente de la UNSA ,señala que la diferencia clave está en el equilibrio entre emoción y razón. “Cuando hablamos de gusto, hay un componente emocional, pero también un componente racional o cognitivo”, explica. Este balance permite que la persona disfrute, se identifique con ciertos valores y reflexione sobre lo que le apasiona.

Sin embargo, Luque Ruiz advierte que en el fanatismo el componente emocional domina completamente, “Lo racional sale de esa fórmula y va a predominar el aspecto emocional, es el aspecto emocional el que me va a mover a una conducta determinada”. En este punto, la persona ya no está en contacto con su juicio crítico ni con otras perspectivas, y se vuelve más vulnerable a ideas o influencias que refuerzan ese fanatismo de forma dogmática.

Psicóloga Evelyn Espiñeira.

Por su parte, la psicóloga Evelyn Espiñeira, este fenómeno emocional dominante puede llevar a una disociación con la propia identidad. “Cuando la mente se polariza, todo es blanco o negro, se pierde la capacidad de ver que otras verdades también pueden ser válidas”, comenta. Según ella, en estados fanáticos la mente puede entrar en lo que llama “modo mono”, “Una mente primitiva, emocional y reactiva” donde la reflexión se apaga y sólo prevalecen las respuestas emocionales instintivas.

Ese estado mental tiene consecuencias en el comportamiento, tales como ansiedad, impulsividad y reactividad intensa son señales frecuentes, según Espiñeira. Además, el fanatismo puede afectar las relaciones personales de manera significativa, al no tolerar puntos de vista diferentes, los fanáticos tienden a atacar, rechazar o incluso insultar a quienes se atreven a pensar distinto, sobre todo en espacios como redes sociales.

Desde una perspectiva más amplia, el fanatismo ha sido estudiado como un estado mental complejo que combina componentes cognitivos, emocionales y conductuales. Según el Manual Latinoamericano de Salud y Enfermedad Psicológicas, “Es una construcción cognitiva, emotiva y conductual que se defiende con excesivo fervor y que convierte lo parcial y sesgado en global y absoluto”. Este tipo de rigidez mental incluye intolerancia a puntos de vista alternativos y una visión dicotómica de la realidad.

Las personas fanáticas tienen dificultad para cambiar de opinión, aprender de sus errores o reconocer que la evidencia podría contradecir sus creencias. Esa rigidez refuerza la construcción de una identidad cerrada que rechaza el diálogo y el cuestionamiento. Además, el fanatismo no siempre es individual, sino que se alimenta de una lógica de masa, el fanático no solo está comprometido individualmente con un valor sagrado, sino que su identidad se define también a través de la comunidad fanática.

El fanatismo no solo amenaza la salud mental de quien lo vive, sino también el tejido social, puede generar polarización, rechazo y exclusión de quienes piensan distinto. Para prevenir ese desborde, Espiñeira propone trabajar en la terapia el pensamiento dialéctico, aceptar que pueden coexistir varias opiniones, preguntar antes de asumir y cultivar una mente flexible. Luque, por su parte, sugiere que la educación debe fomentar el pensamiento crítico desde la infancia para que las personas aprendan a cuestionar, analizar y no adherirse ciegamente a creencias emocionales.

La especialista añade que el trabajo terapéutico basado en valores ayuda a las personas que ya identifican señales de fanatismo en su vida. En estos espacios se revisa quién es la persona, qué valora y qué aspectos de su vida la están desconectando de sí misma. “Cuando uno vive lejos de sus valores, se desregula emocionalmente. Y eso también alimenta fanatismos, ya sea por una banda, una religión o incluso por marcas de ropa”, indica. Volver al centro, reconocerse y reconstruir un criterio propio permite recuperar el equilibrio emocional y romper los patrones que sostienen la conducta fanática.

Entonces, el llamado es a la reflexión individual y colectiva. El fanatismo puede comenzar con algo tan inocente como un gusto, pero si no se acompaña de conciencia crítica y diálogo, puede transformarse en una fuerza destructiva, para la persona que lo vive y para su entorno. Reconocer los signos, rigidez mental, eliminación del pluralismo, emocionalidad desbordada, es el primer paso para construir espacios más sanos de pertenencia y empatía.

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