6-OPI1
SIN AMBAGES
Nada de reflexiones navideñas
Por Úrsula Angulo

Quizá son los villancicos o es el panetón, pero en estos tiempos empezamos a sentir, de pronto, mucha paz y mucho amor. No exactamente un «voy a llamar a este examigo con quien ya ni nos saludamos», pero sí un «hace tiempo que no hablo con este amigo, voy a llamarlo y ver cómo está». Y quizá también mientras más escuchemos «Belén, campanas de Belén…», crece en nosotros más empatía; vamos por las calles y ayudamos —como podamos en ese momento— a quien vemos que algo de comida aligeraría un trocito de sus pesares, o colaboramos con donaciones o efectivo con algún proyecto en la ciudad que busca llevar un poquito de algo a alguien.
Muchas veces, también eso es lo que trae la Navidad, y qué bonito. Y a eso le agregamos nuestros deseos de unas fiestas en familia, disfrutando de lo poco o lo mucho que vemos sobre la mesa, pero con nuestros seres queridos y en paz. Entonces, esta Navidad crea lindos recuerdos con la familia y los amigos. Y si hay niños en casa, disfruta verlos felices con sus juguetes nuevos —grandes o pequeños—.
Pero no te preocupes mucho en estos días por reflexionar sobre lo que hiciste o debiste hacer en el año, o lo que dijiste y no debiste, no vaya a ser que caigas en la reflexión estacional. Esa que se produce en nosotros provocada por el ambiente de felicidad lleno de música con campanitas, por las luces del árbol y el aroma del chocolate caliente. Esa reflexión estacional que nos hace enumerar los buenos deseos para el prójimo y nos lleva a hacer una lista mental de todo lo que vamos a cambiar en nosotros mismos para ser mejores personas desde el primer día del próximo año; sin embargo, esas buenas intenciones podrían tener una fecha de vencimiento más cercana que la que aparece en el panetón, pues fácilmente podrían desaparecer cuando guardes las esferitas de colores brillantes del árbol.
Mejor vamos por la coherencia cotidiana, es decir, en lugar de un listado que aparece por la emoción de la época, adoptemos una conducta y actuemos acorde. La coherencia cotidiana no se anuncia, se ejerce en nuestro día a día y sin testigos ni discursos. No son las palabras bonitas que practicamos en nuestra mente por si acaso nos piden que nos encarguemos del brindis con champán a medianoche.
Cómo tratas al otro, cómo actúas cuando no habrá una felicitación de por medio, es el «voy a colaborar con este grupo que se preocupa por los niños de ese pueblito tan alejado de la ciudad» y sin foto para las redes sociales, esa es nuestra decisión constante, nuestra coherencia cotidiana. Y esa conducta de nuestra vida diaria es la que vale y muchísimo.
No dejemos de celebrar estas fiestas tan bonitas. Más bien, nada de reflexiones navideñas, o sí, pero que sirvan a manera de introducción de lo que haremos a lo largo del año, con coherencia y sin olvido.
