La venganza del texto

Por Miguel Ángel Huamán

El ensayo Escritura No-creativa (2011) de Kenneth Goldsmith constituye una lectura desde el sistema productivo de la cultura del espectáculo (“El mundo está lleno de textos” y estos son “objetos más o menos interesantes”) y propone que “tenemos que aprender a manejar la vasta cantidad ya existente”. En el caso de la literatura se trata de la hegemonía del prototipo del genio “no-original” que ha proliferado por la revolución informática y digital, generadora de una eclosión, un “huayco” de textos en formatos diversos considerados en sentido ampliado como artísticos o literarios. La sustitución de la imagen romántica del artista, antes visto como una personalidad singular, excéntrica y enigmática, por la del creador visto como un programador obsesivo por internet y la multimedia, solo entroniza la novedad, lo nuevo, en detrimento de la innovación o la auténtica creatividad.

Así esta escritura electrónica ha sido sobrevalorada en términos positivos con la denominación de Goldsmith de “literaturas no-creativas”. En este punto es imprescindible recordar que la escritura constituye una técnica del uso del lenguaje que nos permite a los seres humanos crear y conservar, a partir de un limitado repertorio de signos, doblemente articulados, una infinitud de contenidos e ideas que significan exponencialmente de modo dinámico y diferencial gracias a su relación con contextos socio-culturales en constante evolución.

Lo realmente maravilloso es la imaginación de nuestra cognición especial humana del lenguaje, que nos convierte en casi dioses. No la técnica de la escritura que solo posibilita su conservación. El tránsito de los caracteres tallados en piedra u objetos tangibles hacia registros gráficos o virtuales no debe llevarnos a confundir la esencia creativa por excelencia, que radica en la propia condición simbólica del lenguaje.

El acopio, el ordenar y el sistematizar contenidos o significados para su recuperación, actualización o aplicación no genera ni crea nueva información pues solo la repite. Es decir, como ha precisado Boris Groys (2003), en relación al discurso artístico y literario, no es lo mismo lo nuevo y la novedad que la innovación. Únicamente cuando se crean nuevos contenidos disidentes y críticos a través del uso creativo de la imaginación, que se produce por las combinaciones potenciales, se revelan innovaciones muy diferentes que las simples nuevas expresiones de los mismos contenidos.

Por supuesto, la búsqueda de lo nuevo ha jugado en la escritura como práctica un rol destacado en el manejo de la información dentro de una o varias tradiciones literarias. La capacidad de diseminarla ha tenido en los siglos la voluntad de grandes cultores como Goldsmith reseña, pero desde una falsa ética de crisis y estancamiento donde equivocadamente se defiende que la “construcción o concepción de un texto se muestra tan importante como lo que este dice”. Se trata de un preludio ingenioso e intuitivo previo a un gran cambio de paradigma creativo, nada más.

Simultáneamente a los Cien mil millones de poemas (1961) de Raymond de Queneau y a la práctica de reunir fragmentos de las palabras de otros para generar una obra, intentos semejantes nos vienen desde el siglo pasado, aunque parece que en el actual ha conseguido la legitimación del plagio, en consonancia con la pérdida del horizonte ético, ante la supremacía de la religión del dinero y las ganancias de una cultura egocéntrica que incita a que jóvenes escritores tomen como modelo la copia o el engaño.

Este gracias al anglicismo usado para su denominación (patchwriting) -se pronuncia patchraitin- es elevado a virtud y revalorado por Goldsmith de modo falaz, cuando defiende las supuestas bondades y posibilidades de la literatura “no creativa” al afirmar que “la escritura transmite emoción de modo oblicuo e impredecible, con sentimientos expresados más como resultado del proceso de escritura que por las intenciones del autor” (p. 26).

Se desprende de la  cita la reducción de la cognición simbólica del lenguaje humano, inherente a la redacción como técnica creativa, a un simple sistema de transmisión de información existente sobre el entorno o medio y al uso estético-literario de la misma como un resultado o significado explicitado por azar en combinación aleatoria, ajena a la imaginación del enunciador y su intención técnica de generar efectos o revelaciones sensibles que comunican con plena conciencia sentidos implícitos, disidentes y críticos como experiencia de lectura estética o vivencia fenomenológica innovadora y enriquecedora.

No confundamos el uso informativo, lúdico y combinatorio de las palabras, que puede llamar la atención de casualidad, con el uso del lenguaje literario, simbólico y auténticamente creador, que logra iluminar dimensiones inéditas de la vivencia humana, con plena intención y conocimiento de las tradiciones culturales y artísticas.

En ese sentido, los cultores de esta escritura profana de una literacidad que reivindican una ampliación de la noción de literatura sostienen que la redacción estética se encuentra en una situación similar a la de la pintura frente a la fotografía y el teatro ante el cine o la televisión, frente a la tecnología más apta para replicar la realidad.

De modo que la computadora, internet y la Inteligencia Artificial, concretadas en el Chatgpt han conseguido poner al ser humano al servicio del algoritmo. Esta “venganza del texto”, parece para la mentalidad mediocre, ingeniosa y sedienta de fama, supuestamente desterrar la creatividad innovadora del talento, del genio, de la conciencia crítica y convertir a cualquiera en artista, literato o poeta, pero al servicio obediente de la mensajería instantánea digital y virtual.

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