Una reingeniería para nuestro sistema político
Por: Christian Capuñay Reátegui
Desde que tengo memoria, en el Perú vivimos en crisis política. Y no me refiero a enfrentamientos episódicos entre personajes o partidos, sino más bien a un problema estructural y que se ha hecho palpable con mayor dramatismo en los últimos años. El solo caso de contar cinco presidentes en el quinquenio pasado es una muestra del estado de zozobra del cual no habrá salida en tanto las cosas sigan transcurriendo de la misma manera. La crisis es y será nuestro ecosistema natural.
Pueden señalarse muchas causas para explicar tal situación. Una de ellas, y a mi juicio la más importante, es la dificultad que tienen los mandatarios para gobernar cuando no logran mayoría en el Congreso. Los últimos presidentes no la consiguieron; o si la tuvieron al inicio de sus gestiones, esta se fue diluyendo hasta dejarlos sin una base para poner en marcha iniciativas o contrapesos al poder parlamentario. Así, Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra encabezaron gestiones muchas veces atados de manos frente al Legislativo. Actualmente, el presidente Pedro Castillo enfrenta un problema similar.
Debido a la crisis de los partidos y a los problemas de representación política, el Congreso se presenta cada vez más fragmentado y es probable que tal esquema continúe en los próximos años. Por lo tanto, no resulta difícil advertir que el escenario descrito continuará.
Nuestro sistema político, de tipo presidencialista, con rasgos del parlamentarismo europeo, ha favorecido tal contexto, dado que otorga al Legislativo no solo la posibilidad de censurar a ministros o a todo el Gabinete, sino también la de vacar al mandatario. Asimismo, los cambios aprobados por la Comisión de Constitución le otorgan a este poder del Estado más control frente al Ejecutivo en temas claves como la cuestión de confianza.
¿Qué pasaría si tuviéramos un sistema parlamentarista? Es decir, a grandes rasgos, un jefe de Gobierno elegido por acuerdo del Congreso, como ocurre en algunos países del Viejo Continente. Tal vez, en ese escenario el Ejecutivo contaría con mayor estabilidad en la medida en que el Gobierno surgiría de un acuerdo parlamentario, lo cual le permitiría desarrollar su programa sin tantas turbulencias.
Por supuesto que soy consciente de las múltiples objeciones a este planteamiento. No solo la calidad de los últimos congresos ha sido lamentable, sino que sus procesos de selección de altos funcionarios, como los magistrados del Tribunal Constitucional, fueron blanco de críticas justificadas, en muchos casos, por falta de transparencia. Surge entonces la pregunta: ¿serían capaces los legisladores de elegir a un jefe de Gobierno óptimo?
Lo cierto es que la situación actual y las perspectivas del rumbo en el que vamos hacen necesaria una reingeniería o emprender cambios que sirvan para evitar que nuestros próximos gobiernos sean inviables e inoperantes.