La poesía de Alonso Ruiz Rosas reunida
Por Dino Jurado
Tenemos ya a la mano la obra del poeta arequipeño Alonso Ruiz Rosas reunida casi toda en un magnífico libro: “Contra el Leteo” (Paracaídas Editores, 2023). El poeta y narrador Dino Jurado, compañero con el autor en “Ómnibus”, le hizo una extensa entrevista de la que extraemos algunos párrafos pertinentes.
P. Hablemos de “Contra el Leteo”. ¿Cuál ha sido el criterio para organizar este libro?
-La mirada panorámica que implica una “poesía reunida” permite ajustes y afinamientos; los libros y poemas, dispersos a lo largo de los años, establecen, juntos, otros vínculos. He dejado fuera “La conquista del Perú” (1991), porque ese libro ya había sido absorbido y transformado por “Espíritupampa” (2015), al que le he añadido un par de poemas traspapelados. Recorté la introducción de “La enfermedad de Venus”, innecesariamente extensa, y he incorporado dos nuevos libros, con poemas inéditos y otros aparecidos en algunas revistas estos últimos años.
P. En tu obra, hay libros que recopilan poemas sueltos, con algunas afinidades, y otros que son, en realidad, un solo y extenso poema, dividido.
-Sí. El tema empezó a esbozarse en mi segundo libro y se fue extendiendo. Me parece que la mitad de mi obra está formada por ese tipo de poemas, extensos o unitarios. Son como ciclos, abordajes que asedian desde el estremecimiento o la conmoción que dan pie a lo que uno escribe.
P. ¿Esa podría ser una definición de tu poesía?
-En cierto modo. No soy muy dado a las teorizaciones, pero creo que se escribe poesía desde la conmoción, con todas las facultades racionales y emocionales puestas en juego para propiciar eso que Antonio Gamoneda llama “pensamiento rítmico”, aunque la palabra “pensamiento” esté, sobre todo, vinculada a juicios e ideas de otros discursos, que la poesía, más bien, abandona, subordina o reformula, en función de sus necesidades expresivas.
P. Usas con frecuencia formas clásicas, como el endecasílabo, el heptasílabo y, de manera reciente, el alejandrino, y hasta te inclinas de vez en cuando por las rimas consonantes. ¿A qué se debe esta tentación arcaizante o, al menos poco frecuente en la poesía actual?
-Es obvio que los versos, los ritmos y hasta las rimas, cuando las hay, están siempre al servicio de los poemas y no al revés; pueden ser útiles para darles eufonía, musculatura, ligereza, tonos paródicos, veladuras nostálgicas, etc., etc. A mí, en muchos casos, me resulta útil usar esas formas arcaizantes, pero creo que cada poeta encuentra o, al menos, busca lo que mejor le acomoda para expresarse. Por lo demás, veo que los jóvenes raperos son ahora muy aficionados a ciertas rimas.
P. Tu obra tiene un reiterado tono evocador o directamente elegíaco. Empieza incluso con un poema, “Una columna”, erguida contra el “abuso del olvido”. ¿A qué atribuyes ese tono?
-Debe ser algo que viene de la infancia: crecí con parientes muy ancianos, que iban desapareciendo. Recuerdo también que escribí mi primer poema cuando entraba en la adolescencia. Pasé una tarde jugando con un batallón de soldados de plomo, a los que derribaba tincando unas bolitas o canicas, hasta que vi a todos desparramados y sentí una profunda desazón. He olvidado el poema, pero no el momento. Fue mi primera elegía, mi primera canción evocadora.
P. En tu “Estudio sobre la belleza” (2010), que podría llamarse también “Estudio sobre la poesía”, dices al inicio: “La belleza es el viento detenido / la luz que recupera en la mirada / la lágrima que viene del olvido”. ¿Esa mirada recorre tu obra?
-Seguramente. Evocar lo perdido o pasado es un tema recurrente de la especie. La evocación suele estar acompañada de una carga dolorosa, porque se añora lo vivido o se reabren antiguas heridas. Tal vez las obras literarias completas del género humano podrían llevar el título de Proust: “En busca del tiempo perdido”. Algunos tomos, claro, tendrían subtítulos como “Historia universal de la infamia”, “Celebración” o “Veinte millones de poemas de amor y muchos poemas desesperados”.
P. ¿Solo veinte millones?
-Tienes razón: debe haber bastantes más. Pensando solo en los últimos cien años, ¿cuántas personas no habrán escrito al menos un poema de amor?
P. Hay otros dos temas que aparecen con frecuencia en tu poesía: la historia y la religión. ¿Por qué?
-Soy desde joven muy dado a leer libros de historia y, a estas alturas, debe ser lo que más leo. Me da la impresión de que es muy buen alimento para la poesía, al menos en mi caso. Debe ser también una inclinación nacional, dado que somos un país viejo e historicista. El problema con la historia está siempre en la objetividad de lo narrado y en la duración de sus lecciones. Uno pensaría que, a estas alturas, el género humano podría ser bastante más cuerdo y, sin embargo, mira la cantidad de horrores que se siguen cometiendo, aunque sean conflictos “de baja intensidad” si se comparan con las monstruosidades del siglo pasado. La religión, en el sentido de la inquietud por el misterio de la creación y todo lo que conlleva, me parece un tema central de la experiencia humana y, por lo mismo, de la poesía. Mis referentes culturales están marcados por el catolicismo, pero el tema religioso, o mejor aún, místico, va mucho más allá y necesita excluir dogmas, instituciones o creencias cerradas, que conducen a pavorosos fanatismos. Me parece que el ejercicio de la poesía tiene también algo de sacerdocio, en un plano individual, íntimo, y con toda la libertad posible. No es, propiamente, una “carrera literaria”, va más por otro lado.
P. He notado que, en tu obra, a pesar de los tonos dramáticos, a veces solemnes o paródicos de la solemnidad, son frecuentes también el humor y la ironía.
-Cierto, el humor ayuda a enfrentar o sobrellevar muchas desventuras. La ironía, que tiene de burla, permite también desacralizar, y funciona mejor si empieza por casa, es decir, con uno mismo. A propósito, me gusta mucho este epitafio de un poeta japonés llamado Yamazaki Sokan: “Si alguien preguntara / a dónde ha ido Sokan, / digan tan solo: / Tenía cosas que hacer en el otro mundo”.