BELLI

Por: César Belan

Dice la inmortal samba de Cartola: “En Mangueira, cuando muere un poeta todos lloran”. Haciendo eco de esta frase, es tiempo de luto en nuestra tierra pues el pasado sábado 10 ha fallecido uno de los más grandes cultores de la poesía en el Perú: Carlos Germán Belli.

Perteneciente a la generación del 50, Belli ha sido una de las figuras más lúcidos de la literatura nacional. Con una voz inconfundible –a la vez vanguardista que tradicional– encarnó en el contexto peruano la poesía más universal de las letras españolas. Celebrado en todo el mundo –fue propuesto para el premio Nobel y ganador de sendos premios– y admirado en los círculos más selectos de conocedores –el propio Mario Vargas Llosa lo ha elogiado desde sus inicios–, es poco conocido y, menos aún, imitado en el Perú; país donde la poesía fácil, prosaica y efectista ha sentado sus reales desde hace un par de décadas, por el influjo de una tendencia “conversacional” que aupó varias mediocridades. Todo lo contrario ocurre con Belli. En su verso se aprecia toda la riqueza de un amplio dominio de la mejor poesía, desde el dolce stil nuovo hasta los timbres gongoristas del barroco. No obstante, como los grandes maestros renacentistas, Belli no buscó el remedo. Hizo suya la Belleza atesorada por los siglos, reeditándola de manera muy personal e innovadora. Toda una paradójica novedad en tiempos en los que se celebra cualquier disparate rupturista.

Por otro lado, el estilo de Belli, tan firme, hermoso y depurado como una columna griega, es eco de una personalidad semejante: tan sencilla como profunda, y fundamentalmente humana. La obra de Carlos Germán Belli emerge de un contrapunto entre la más honda reflexión por la mísera condición humana –especialmente la inscrita en el Perú– y sus propias tragedias personales.  El dolor por el hermano enfermo y postrado, la oscura vida de funcionario público que le tocó vivir y la prematura muerte de una de sus hijas fue el germen de uno de los más conmovedores testimonios de empatía universal. Alegato contra el triste destino humano sólo comparable a los vertidos por el inmortal Vallejo.

No obstante, la contemplación del sufrimiento metafísico en Belli –tan bien adecuado a las formas y registros clásicos utilizados para expresarlo– solo es posible de ser entendida en clave de esperanza, concepto que ilumina su obra. Justamente, uno de sus últimos textos se dirige a ella: Salve, Spes! En este poemario se consagra con piedad cristiana a la alegoría de la Esperanza; al fuego de la diosa pagana Spes que personificará la implacable y acogedora confianza humana en el porvenir ultraterreno.

A la esperanza también consagramos el alma del buen don Carlos Germán, ya que confiamos que goza de los deleites intelectuales en el empíreo que tanto anheló. “El ansia de saberlo todo” será por fin satisfecho, ya “lejos del terrenal cepo” al que estaba atado. Una “hada cibernética” cual arcángel arcabucero de su amado Perú lo introducirá a la morada donde su alma, un verdadero pozo de humanidad, se colmará finalmente de Belleza. (Lo afirmo, y lo afirmo bien, por haber compartido con él algunas inolvidables horas en la estancia terrestre). Eso sí, está demás decirlo, la inmortalidad literaria le está asegurada; aunque a él solo le cabe la celeste.

“En Mangeira, cuando muere un poeta todos lloran” dice el samba, reitero. Hoy lloramos y a la vez cantamos con y por la poesía de Carlos Germán Belli. 

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