“Un buen libro es como una vacuna contra la covid porque te salva”

Por Jorge Turpo Rivas

El escritor, Orlando Mazeyra Guillén, con nuevo libro bajo el brazo, conversa sobre la lectura, el ejercicio físico, la posibilidad de ser padre y su pasión por el FBC Melgar.

LAS LETRAS EN TIEMPOS DE INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Al arte solitario de escribir, Orlando Mazeyra Guillén, le ha sumado el sacrificio de correr. “No lo hago por pasión”, dice. Es por salud. Hace unos años decidió empezar a trotar por las mañanas, en algunas tardes, incluso en las noches como una manera de contrarrestar el sobrepeso y despejar la mente.

El escritor arequipeño de 44 años cuenta que algunas de sus pasiones las fue adquiriendo de sus hermanos. Por ejemplo, el afán por empezar a correr lo copió de su hermana Karen que radica en Francia y es runner. “No es atleta profesional, pero participa en las carreras y maratones como aficionada”, dice como marcando el paso.

Varios escritores han encontrado en el trote una manera de mantener el cuerpo y mente en buenas condiciones para seguir produciendo literatura. Lo hacía Mario Vargas Llosa y también el japonés, Haruki Murakami, que se fue al extremo y no sólo empezó a correr maratones (42 195 km), sino ultramaratones de 100 km.

Murakami cuenta en su libro “De qué hablo cuando hablo de correr”, que empezó a correr tarde (como lo hizo Mazeyra), o sea después de cumplir los treinta años.

Tras dejar de regentar el club de jazz que tuvo durante unos años y luego de decidir dedicarse exclusivamente a la literatura, Murakami se puso a correr para compensar la falta de actividad física. Lo que empezó como algo accesorio pronto se convirtió en algo muy serio.

Mazeyra no pretende correr maratones. “Las rodillas ya no me dan y prefiero la pasión del fútbol antes de la soledad de correr”, dice.

¿Qué piensas mientras corres? Le pregunto.

–Muchas veces sólo disfruto del paisaje de la ruta, pero también se me pueden ocurrir algunas historias para un cuento. Las historias afloran mientras corres.

Su pasión primigenia, incluso antes de la de escribir, fue el fútbol. Su padre lo hizo hincha del FBC Melgar. “Como muchos, crecí queriendo jugar en el Melgar, después uno se da cuenta de sus limitaciones y se queda como hincha”, reconoce.

En “Mi familia y otras miserias”, su libro de cuentos reeditado este año, Mazeyra hace referencias a su padre desde la ficción. Destaca la severidad del padre con él y sus hermanos, pero Mazeyra ahora prefiere dejar eso en la ficción y recordar, por ejemplo, que su padre le transmitió el sentimiento por el Melgar.

“Mi abuelo lo hizo con él. En mi familia todos son de Melgar, el que no era de Melgar no comía. Ahí no había rebeldía. La única autoridad a la que no me negué es cuando mi padre me dijo: eres del Melgar”, recuerda.

Tiempo después, ya en la escuela, le reclamaría a su padre por qué le hizo hincha de un equipo que no lograba títulos.

“Mis amigos en el colegio me decían que era hincha de un equipo sin títulos y de media tabla, pero luego entendí que no se trata de copas, sino de la pasión que sientes por el equipo. Mi padre me enseñó que esa pasión no cambia”, dijo.

¿Hubo necesidad de pedir perdón a tu padre por lo escrito?

–Sí, claro, pero hay historias donde el narrador de mis cuentos busca ese reencuentro, esa reconciliación. Además, el tiempo pasa. Nadie te enseña a ser papá, se cometen errores y uno critica de una manera tan dura. Ahora que conviví dos años con mi pareja desde la pandemia, veo las cosas desde otra perspectiva y preguntándome si acaso algún día podré ser padre, digo que no era tan fácil el asunto, qué complicado que es.

¿Piensas en la paternidad?

–Cuando tenía cabello decía: yo no quiero tener hijos, tengo miedo de equivocarme y ahora digo: ojalá tuviera el valor de mi papá que ha tenido cuatro hijos en este mundo. Yo con uno me volvería loco. Ahora tengo otra mirada. Tengo 44 años y de todas las historias que he escrito, por más duras, ásperas o que hayan chocado con mi entorno personal, no me arrepiento de ninguna. Hubo una experiencia que me marcó y ahí quedó. Ahora es otro momento.

Mazeyra recuerda que no volvió a ir al estadio con su padre desde la década del noventa tras un partido con Alianza Lima. Su padre dejó estacionado el automóvil cerca de la tribuna por donde salían los hinchas aliancistas y le hicieron mucho daño al vehículo. Desde ahí, su padre no volvió a la tribuna, pero el escritor no dejó de hacerlo.

¿Por qué crees que el estadio sólo se llena cuando Melgar juega con equipos limeños?

–Es simple, como somos regionalistas, nuestra victoria simbólica es ganar a los equipos limeños, nos encanta ganarles a ellos, por eso va mucha gente a esos partidos, no es igual ganar a los otros equipos. Ganarle a la “U”, con diez hombres, fue épico. Creo que esa es la mejor victoria de Marco Valencia, pero igual pienso que Valencia se sobró al decir que tenía el plantel completo y no necesitaba refuerzos, ahora lo estamos padeciendo.

Volviendo a la literatura. ¿Qué es un buen libro?

–Un buen libro, dice Vargas Llosa, se inocula en el lector como una vacuna. Entonces creo que un buen libro es como la vacuna contra la covid porque te salva y se queda contigo para siempre. Te pone en entredicho tus convicciones y creencias. Si eres creyente te invita a pensar a discutir. Replantearte las cosas. Un buen libro es un compañero fiel, te dice, vuelve cuando quieras. El libro que te ha marcado con fuego es al que vuelves siempre.

Mazeyra enseña comunicación en la Universidad La Salle y procura combinar su pasión por el fútbol con la literatura para tratar de inocular el amor por la lectura y la escritura en sus estudiantes. Y para contrarrestar el uso de la Inteligencia Artificial, les pide que todo trabajo de creación literaria lo hagan a mano y en clase.

Quiso estudiar periodismo, pero se graduó de ingeniero de sistemas, luego se dedicó a la literatura. Sólo ha publicado libros de cuentos.

Mazeyra es hincha del FBC Melgar.

¿Algún día pasarás del cuento a la novela?

–Qué difícil pregunta. No sé cuándo será el momento. Soy un corredor de distancias cortas, como decía Ribeyro (escritor de cuentos), si me mando a una maratón corro el riesgo de que cuando llegue esté cerrado el estadio y nadie me espere en la tribuna.

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