Nieve, guerra y canto

Por: Gabriela Caballero Delgado

Era febrero y el tirador de ametralladora estaba de guardia, por primera vez, en el bosque ruso. Nieve por todas partes, vistiendo el ramaje y el tronco de los árboles, cubriendo la tierra, disimulando formas y distancias bajo la luna. Nieve, diluyendo más el color de la noche. Mucha nieve. El soldado puede oír el pálpito de la sangre que brama en sus oídos desnudos, aguijoneados por los puntiagudos dedos del general Invierno, con cuarenta y dos grados bajo cero.

Repentinamente un suspiro a la izquierda, otro a la derecha. Nuevos suspiros que se multiplican y aproximan. Entonces el soldado, ante la amenaza de la muerte, siente cómo se le cristaliza en la frente el miedo hecho de agua. Traspira, se congela y luego canta. “Cantó en voz alta, para que la angustia ya no se oyese. Ni los suspiros. Y para que el sudor ya no se congelara. Cantó. Y ya no oyó la angustia. Cantó canciones de Navidad y ya no oyó los suspiros. Cantó muy alto canciones de Navidad en el bosque ruso. Porque la nieve colgaba en el ramaje negroazul en el bosque ruso. Mucha nieve”.

Estos cantos navideños me traen el eco de otro relato: “Entonces solo hay una salida”, donde el narrador demanda que los distintos habitantes del mundo se nieguen a cambiar vida por muerte. En una parte dice: “Tú. Poeta en tu habitación. Si mañana te ordenan que cantes canciones de odio y no canciones de amor, entonces solo hay una salida: ¡DI NO!”.

En setiembre de 1939, Hitler detonó la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia. El actor y escritor Wolfgang Borchert tenía 18 años de edad y no presagió que, dos años después, la guerra lo arrebataría de los escenarios teatrales para incorporarlo como soldado en el frente oriental contra Rusia. Se convirtió en un cautivo político obligado a pelear mientras protestaba en privado contra el régimen nazi, por lo cual un tribunal militar lo enjuició reiteradas veces, además de acusarlo de desmoralizar a las tropas. Esta experiencia bélica hiere su espíritu profundamente humanista. El clima invernal de Rusia, así como las condiciones carcelarias que sufrió en Alemania, terminaron enfermándolo todavía más. Seis meses después de cumplir 26 años, partió de este mundo no sin antes dejar una importantísima obra literaria, aunque breve, absolutamente intensa, por su interpretación del hombre y por su lenguaje.

En un escenario de posguerra enmarcado en lo que se denomina “Literatura de escombros”, compuso relatos cortos, poemas, ensayos y la célebre obra de teatro Fuera, delante de la puerta. Durante sus dos últimos años en cama, cuando ya la muerte se acunaba en su cuerpo, escribió frenética y febrilmente “El ojo de Dios”, “Los tres reyes oscuros”, “Claro que las ratas duermen de noche”, “Canta el ruiseñor”, “El gato se había congelado en la nieve”, “Jesús ya no quiere participar”, “La mucha, mucha nieve”, “Radi”, “La pista de boliche”, “A lo largo de la larga, larga carretera”, “El reloj de cocina”, “Trenes de tarde y noche”, “El pan”, “A él también le causaban mucho incordio las guerras”, “La generación sin despedida”… No fue necesario más tiempo para convertirse en un clásico de las letras alemanas en el siglo XX, ni para que su voz se integre al coro de nuestra literatura universal con mayor calidad.    

Al final del cuento “La mucha, mucha nieve”, Borchert describe las manos que sujetan y la risa desgarradora del sargento y el tirador de ametralladora, cuyo canto de Navidad en pleno mes de febrero ha quebrado el silencio, aún más atemorizante que el invierno ruso, mientras la nieve inclina los árboles y se desliza de aquellas ramas, suspirando.

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