PROHIBIDO MIRAR DE ARRIBA ABAJO (2° PARTE)
Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez. – Psiquiatra y Magister en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia.
Todo ser humano es importante, cada actitud de las personas que te rodean sirve de algo, aunque en este presente no puedas identificar el porqué de esa conducta. Extraer de cada momento un gozo, una alegría o un aprendizaje es importante, aunque muchas veces en el momento en que se dan los actos de nuestro prójimo dichas alegría o conocimiento necesario para nuestro desarrollo vital no pueda ser entendido.
HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA
Hay cosas que no entendemos porque se dan en este presente pero que son necesarias. Recuerdo al respecto una historia que quiero compartir con ustedes y que me permitió muchos años atrás entender un poco más la conducta conformista humana y entender que lo malo de hoy puede ser lo bueno del futuro.
“Ocurrió que un Sheij realmente sabio, caminaba con su fiel discípulo por mitad de un páramo, cuando divisó a lo lejos una casa con una apariencia extremadamente pobre. El lugar era desolador, sin árboles, pedregoso y seco. El maestro le dijo a su aprendiz que irían a descansar un rato allí.
Por el camino hacia la casa, el maestro estuvo explicando a su joven discípulo la importancia que tenían las visitas a los lugares para poder conocer personas de todo tipo y ver las posibilidades de aprendizaje que ofrecían estas experiencias.
Al llegar a la casa, el aprendiz pudo comprobar la pobreza que reinaba en aquel lugar. La vieja y vetusta casa de madera parecía querer derrumbarse en cualquier momento, y sus habitantes, una pareja y sus tres hijos, iban descalzos y vestidos con ropas sucias y deterioradas.
El maestro se acercó al hombre y le preguntó:
– En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni de comercio, ¿cómo hacen usted y su familia para sobrevivir aquí?
El hombre calmadamente respondió:
– Amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos proporciona varios litros de leche cada día. Una parte del producto la vendemos o la cambiamos por otros alimentos en la ciudad vecina y con la otra parte, producimos queso y cuajada para nuestro consumo y así es como vamos sobreviviendo.
El sabio agradeció la información, y antes de partir contempló el lugar por un momento, luego se despidió y se fue seguido de su discípulo.
Cuando se fue alejando de la casa, se volvió a su discípulo y le ordenó:
– Busca la vaquita, llévala al precipicio que hay allí enfrente y empújala al barranco.
El joven estaba espantado de lo que le pedía su maestro, y, en principio se negó.
– ¿Cómo voy a hacer algo así? Esa vaca es el medio de subsistencia de toda la familia.
– El maestro lo miró sin decir una sola palabra esperando que cumpliera su orden. El joven, abatido, fue a ejecutarla.
Así que, el discípulo empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante algunos años. Un buen día, el joven, abrumado por la culpa de lo que se había visto obligado a hacer en contra de su voluntad, decidió abandonar a su maestro y todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar y contarle todo a la familia, pedirles perdón, ayudarles en todo lo que se pudiera para resarcirles de lo que había hecho.
Así lo hizo, volvió a coger aquel mismo camino y, a medida que se aproximaba al lugar, veía todo muy diferente. Había árboles floridos, una hermosa casa y un bello jardín. El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia hubiese tenido que vender el terreno para sobrevivir a la pérdida de su vaca. Aceleró el paso y al llegar fue recibido por un hombre bien vestido y muy agradable. El joven le preguntó por la familia que vivía allí hacía cuatro años. El señor respondió que seguían viviendo en aquel lugar y que se acordaba de él, que había ido a verles hacia exactamente ese tiempo acompañado de su maestro.
A duras penas el joven reconoció al hombre que les había recibido lleno de harapos en su casa medio derruida. Al entrar en la magnífica casa, pudo confirmar que, efectivamente, era la misma familia que había visitado hacía algunos años con su maestro. El joven elogió el lugar y preguntó, intrigado, al hombre, que era dueño de la vaca:
– ¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?
El señor, entusiasmado, le respondió:
– No sé si recordará que nosotros teníamos una vaquita.
– Sí – respondió el joven, y, antes que le diera tiempo a contar que fue él quien la precipitó al vacío, el hombre continuó.
– Pues verá, el pobre animal cayó por el precipicio y murió. A partir de ese momento, nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos, así, y con la ayuda de Dios, alcanzamos el éxito que sus ojos vislumbran ahora”.
Todos tenemos capacidades y potencialidades innumerables para ser mencionadas, pero caminamos por los senderos de la vida creyendo que somos seres limitados y condenados por el medio social y por las circunstancias en las cuales hemos nacido.
Cuanta mentira hay en aquellas palabras que expresan resignación y desidia por la vida. Cuando maldad personal hay en cada uno de aquellos seres humanos que definen su vida con frases de conformismo, que no buscan “algo nuevo cada día”; que tristeza brota de los poros de aquellas personas que agachan siempre la cabeza y que se olvidan de contemplar el eterno cielo azul. Cuantas lágrimas podrían ahorrase los pobladores de este maravillo astro azul si sólo comprendieran que las respuestas a cada una de sus interrogantes habitan en su interior, cuantas penas y citas célebres de pesimismo nos ahorraríamos si comprendiéramos que en nuestro interior vive la magia que puede hacer realidad cada uno de los sueños que nos hemos planteado.
Somos, muchas veces, seres mezquinos para con nosotros mismo. Vivimos pidiendo limosna y ayuda social teniendo en nuestro interior una riqueza inconmensurable.
Debemos abrir los ojos y hacerlos tintinear con la luz brillante del astro rey. Debemos trabajar nuestro intelecto y emociones día a día para que den el mejor fruto: nuestra realización constante.
La vida es maravillosa, no me cansaré de repetirlo. Tengo una plena esperanza en la vida y por consiguiente tengo fe en mí. Pero para que el milagro de mis sueños se haga realidad necesito algo más: tener esperanza en la gente que me rodea. Si cumplo con dichos requisitos podré seguir sonriendo.