La separación necesaria

Por Guillermo Charcahuana

La relación entre la Lingüística y la Literatura ha sido un campo de estudio enriquecedor históricamente hablando, pero a la vez conflictivo. Ambas disciplinas comparten un vínculo esencial: el lenguaje, fuente de vida e inspiración. Sin embargo, esta exposición aproximativa, sobrepuesta, yuxtapuesta o circunscrita ha generado confusiones y tensiones en su aplicación académica y profesional en la Universidad de San Agustín, que dificulta distinguir sus objetivos, procedimientos y metodologías. La separación de estas áreas es necesaria para que cada una desarrolle su identidad y propósito sin interferencias, fortaleciendo su impacto en el ámbito académico, interdisciplinario, teórico y práctico.

El vínculo entre Lingüística y Literatura, bastante fructífero y enriquecedor para ambas ciencias, presenta problemas y disfunciones específicas si no se pueden delimitar lo suficiente como para saberlas distinguir de manera objetiva y sin lugar a dudas. Mientras la Lingüística se centra en el análisis estructural, objetivo y científico del lenguaje, como argumenta Noam Chomsky (1965), la Literatura explora su dimensión artística y crítica, según Terry Eagleton (2008). Por ejemplo, en el ámbito académico, muchos estudiantes enfrentan confusión al no saber si sus estudios se orientan hacia el rigor científico o a la creatividad literaria. Esta dicotomía es perjudicial, ya que como afirmamos con anterioridad, diluye la identidad de ambas disciplinas. Además, investigaciones como las de Roman Jakobson (1960) sugieren que, aunque hay áreas comunes, la separación metodológica, procedimental, objetiva y conceptual permite resultados más claros y enfocados.

Algunas áreas de estudio reflejan las diferencias esenciales entre Lingüística y Literatura. La primera se preocupa por la fonología, la sintaxis, la evolución y transformación y las estructuras subyacentes y paralingüísticas inherentes al lenguaje, como lo establece Saussure (1916), o Pinker (1994); mientras que la segunda se enfoca en temas como el análisis crítico, la narrativa y la interpretación subjetiva (Eagleton, 2008). Estas diferencias metodológicas resaltan la importancia de permitir que ambas crezcan, se fortalezcan, se tracen objetivos y los alcancen de manera independiente. Sin embargo, no se debe ignorar el valor de la interdisciplinaridad, como cuando se aplican teorías semióticas a obras literarias o se usa el análisis lingüístico para estudiar narrativas complejas (Jakobson, 1960). En estos casos, la colaboración enriquece las perspectivas sin comprometer la identidad de cada disciplina.

Con todo, la necesidad de una delimitación clara no implica un aislamiento total o el abandono por parte de una disciplina hacia la otra. Como indica el texto, «aunque hoy nuestros caminos se bifurquen, siempre estaremos unidos por el lenguaje». Esta metáfora recalca que, aunque Lingüística y Literatura tienen objetivos diferentes, pueden beneficiarse mutuamente desde una colaboración bien definida y respetuosa. Sin embargo, para lograrlo, es menester que sus bases, fundamentos metodológicos, objetivos, formas de trabajo y resultados estén sólidamente separados.

En conclusión, separar los estudios de la Lingüística y la Literatura no solo clarificaría su propósito y enfoque, sino que también fortalecería su contribución al conocimiento humano. Esta delimitación, respaldada por autores como Saussure (1916), permitiría que ambas disciplinas crezcan en sus respectivos campos y colaboren de manera más efectiva cuando sea necesario. Invito a los estudiantes, docentes y académicos a reflexionar sobre esta separación, promoviendo una coexistencia pacífica y tranquila que respete las fortalezas y desafíos únicos de cada área, y garantice su desarrollo pleno y efectivo.

(Escuela de Literatura y Lingüística, UNSA)

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