¿Vacar o no vacar?
Por Eduardo Vega
La incapacidad del Gobierno de turno se ha convertido en un titular constante en los noticieros, alternando con los detalles de las polémicas de la presidenta (entre Rolex y cirugías), posibles encubrimientos en favor de su hermano o Vladimir Cerrón, y la aparición de personajes como Chibolín o Villaverde. A esto se suman los persistentes rumores sobre mociones de vacancia en el Congreso, promovidas por una oposición cada vez más percibida como oportunista.
En este contexto, lejos de los apasionados comentarios políticos, lo más razonable es cuestionar si la continuidad de Dina Boluarte en el sillón de Pizarro realmente responde a un interés general o particular. O peor aún, si acaso es indispensable que deje el cargo para garantizar un mejor destino para el Perú.
Paradójicamente, quienes más se beneficiarían con la salida de Boluarte son, precisamente, sus propios “partidarios”. Aquellos que, aprovechando la ola provocada por la salida de Castillo, se han convertido en sus principales críticos, acusándola de haberse “alineado con la derecha”. Sin embargo, es importante señalar que el discurso a favor de la vacancia busca minimizar dos factores fundamentales:
El actual Gobierno fue instalado por la misma izquierda y centro que ahora se declara “indignada” y busca vacarlo.
El mayor socio político durante las dos etapas del gobierno de Perú Libre (César Acuña) sería el principal beneficiado de toda esta movida “provacancia”.
En efecto, el mediocre y presuntamente corrupto gobierno actual (similar a los cinco anteriores) es el resultado de un direccionamiento electoral promovido por la izquierda y el centro, cuyo objetivo ha sido perpetuarse en el poder. Esto a menudo implica proteger a un grupo de funcionarios que consiguen mantenerse en el sector público, independientemente del contexto político.
No menos relevante es que, desde julio de 2022, la presidencia del Congreso está, por tercera vez, en manos de un representante del partido de César Acuña. Este “líder político” ha demostrado ser lo suficientemente astuto como para aparentar ingenuidad, mientras acumula cuotas de poder que apenas son cuestionadas, a pesar de que cada titular del Congreso parece ser más polémico que su predecesor.
Pero, ¿alguien se ha detenido a pensar si realmente nos beneficia la salida de Dina? Más allá de sumar otro vergonzoso cambio de presidente. ¿Qué ganamos con su destitución? ¿Quién asumiría el cargo? ¿Carlos Anderson? ¿Susel Paredes? ¿Flor Pablo? Lo único claro es que no existe una propuesta concreta para el escenario post vacancia.
Seamos realistas: con el Congreso actual —que tampoco quiere irse— estaríamos cambiando mocos por babas. Un presidente sin bancada es inútil, como lo demostraron Vizcarra, Sagasti y ahora Boluarte. Cualquier “independiente” que asuma tendría que recurrir a pactos y prebendas bajo la mesa, reproduciendo los mismos vicios políticos que criticamos.
Boluarte es, sin duda, un desastre absoluto, pero es lo que la mayoría eligió. Cambiar de presidentes de manera constante solo satisface el juego político de una minoría que manipula mediáticamente a las mayorías. Es preferible soportar esta mala racha que ellos mismos provocaron, asumiendo el riesgo al que se expusieron. Después de 200 años de historia republicana, el Perú no puede seguir cambiando de presidente como en sus inicios.
Si pedimos un menú asqueroso en el mejor restaurante y, aun sabiendo que todo olía mal, llegamos al postre, no podemos intentar huir sin pagar la cuenta.