Buscar la esperanza en aquel que se haya perdido

Ciudadanos olvidan el bien más preciado: la vida humana.

Por: Dr. Juan Manuel Zevallos

“Y les dijo: Mirad y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. (Lucas 12, 15)

Lamentablemente, hemos evolucionado en ciencia y tecnología en proporción geométrica a lo largo de los últimos cien años y hemos involucionado en los aspectos más importantes del desarrollo humano: la espiritualidad y la comprensión por las necesidades humanas.

Hemos colocado al dinero como la base del desarrollo y del gozo personal y a los bienes adquiridos como una muestra de aquello que podemos ser y del estatus social que ocupamos. La historia de la humanidad nunca se ha visto tan amenazada como en estos tiempos por la tiranía de la desesperanza y de la desigualdad. Impresionantes mansiones se construyen cerca de poblados inmersos en la mayor pobreza y ostentaciones de gala, lujo y vanidad llenan las páginas de los diarios de circulación nacional. Los seres humanos contemplamos constantemente un espectáculo de derroche y apasionamiento por los bienes y deseamos acariciar ese mundo donde todo parece ser pintado en oro.

De pronto nos hemos olvidado de nuestro bien más preciado, la vida humana, y anhelamos ingresar dentro del círculo del consumismo y del éxito sin base.

El sabio maestro que vivió en Galilea hace dos mil años nos habla despacio y en confianza y nos recuerda que esta vorágine de adquisición de bienes y de culto por el dinero no se correlaciona con nuestra vitalidad, lucidez y deseo por vivir.

La esclavitud de la posesión, el auto reproche por la incapacidad de mantener un estatus económico y social y la marginación de la cual podemos ser sujetos en un momento dado por nuestra falta de recursos sumado al miedo atroz a ser desplazados en una sociedad tan competitiva como la actual nos ha puesto en la disyuntiva de vivir por el dinero o vivir por la vida.

Muchos seres humanos han apostado por la primera opción y hoy viven desgarrados, agónicos, estresados y frustrados. Por momentos tienen episodios de delirio por el éxito alcanzado y luego viven horas interminables pensando en qué hacer con lo obtenido sin sentir por un solo momento el gozo de lo alcanzado. Se sumergen en las aguas turbias del triunfalismo fugaz y luego insatisfechos por lo alcanzado, continúan una marcha interminable que los lleve a la cima o que los hunda finalmente en el caos de la necedad y el conflicto al no alcanzar la quimera del éxito social.

Vivimos contaminados por la idea de la propiedad privada y del ansia de conocimiento. De ser más que otros y de alcanzar situaciones de poder. Nos deprimimos por las crisis económicas y por las caídas de la Bolsa de Valores, sufrimos en ansiedad cada vez que la tecnología desarrolla un aparato que se halla lejos de nuestra capacidad de endeudamiento ya saturada, nos martirizamos hablando en voz hablando de todo aquello que nos falta y del supuesto éxito económico y social de aquellos que nos envuelven.

Nuestra vida no ha sido diseñada para ser utilizada del modo en que muchos lo hacen. La vida es disfrute y aprendizaje constante. Es valorar lo que se posee y no anhelar con sufrimiento lo que no se tiene. La vida es agradecer y no pedir constantemente.

La paz del mundo no se halla en las cajas fuertes de los grandes conglomerados financieros, no se evidencia en la cantidad de bienes que poseemos ni en la promesa de un futuro mejor basado en el endeudamiento y en la tiranía del estereotipo de belleza que no se puede alcanzar y venden como producto de gusto los medios de comunicación.

La paz del mundo se encuentra en la fe que tenemos en una vida distinta, en la esperanza por ser cada día mejores y subsanar los errores cometidos en el pasado, en el descubrir constante de nuevas capacidades no desarrolladas y en el agradecimiento constante por todo aquello que somos y todo aquello que podemos ser en virtud de nuestro deseo sano de superación personal.

En verdad hay dos mundos allá afuer: el mundo del consumismo, de los estereotipos, de la comparación, del pre juzgamiento y la marginación, y un segundo mundo habitado por seres humanos libres de conceptos negativos hacia su prójimo y a sí mismos.

¿En qué mundo vives?

¿Te sientes feliz con la existencia?

¿Te sientes pleno con lo que haces a diario con tu vida?

Todo aquello que somos hoy día, es aquello que hemos proyectado en nuestra mente que un día seríamos. Las casualidades no existen en este mundo, solo hay una ley que prima sobre las demás: la causalidad. Si haces algo, generas algo.

¿Qué estás generando para tu futuro?

¿Deseas vivir en sufrimiento y amargura el resto de tus días?

¿Estás conforme con todo lo alcanzado?

Si hoy no sembramos en nuestra mente semillas de esperanza, paciencia y sosiego, ¿cómo poder vivir un futuro distinto al actual?

Muchos me dicen, “es difícil poner en práctica lo que dices, todo lo que hablas me parece maravilloso y suena a sonata angelical”, pero luego concluyen suspirando, “ese no es mundo para mí”.

Se resignan, dan vuelta a la página de su oportunidad y continúan cavando su propia tumba.

No se consideran dignos de vivir una vida basada en los principios del bienestar personal. Viven aferrados a los bienes y eso los vuelve con el paso de los años vulnerables y tristes.

Hay que tener valor para cambiar, pero recuerda, no te pido que seas alguien distinto solo te digo que “eres alguien totalmente distinto a aquello que hoy piensas que eres”.

Hermano del alma, no dejes que el río del amor discurra por tu cuerpo sin generar en su amplia extensión un regalo de afecto personal, de compromiso y entrega por tus sueños. No permitas, hermano del alma, que la desidia, la fatiga y el dolor por lo vivido te sumerja en el pantano de la duda, la incertidumbre y la nostalgia por que no pudo ser y mañana quizás no será.

El maestro del amor te habla hoy al oído y te dice: “De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentareis, y el mundo se alegrará; pero, aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Juan 16, 20)

Y en verdad te digo, la niebla pasa y la luz llega si tienes esperanza, si tienes la mirada abierta y si decides caminar infatigablemente hacia el origen de la luz.

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