En rechazo al cinismo y a los cínicos
Por: Ricardo Montero

La historia de la filosofía marca al cinismo como la corriente de pensamiento que desprecia las convenciones sociales y las normas y valores morales. Antístenes, discípulo de Sócrates, creó esta doctrina en la segunda mitad del siglo IV a. C. para demostrar que las personas podían vivir en extrema austeridad, imitando la forma de vida de los animales, pues consideraba que la civilización y su forma de vida era un mal en sí mismo.

De ahí que la palabra cínico proceda del griego antiguo kynikós, que se puede interpretar como llevar una vida perruna.

El mayor exponente de esta corriente fue Diógenes de Sinope, quien en rechazo a los convencionalismos sociales, vivía en una tinaja, comía con los perros y satisfacía sus necesidades biológicas en público.

A nuestro tiempo han llegado muchas historias sobre la conducta negacionista de Diógenes. Así, se cuenta que usó el sarcasmo para enfrentar el inconmensurable poder de Alejandro Magno, quien, admirado por la forma de vida del filósofo, llegó hasta el lugar donde moraba y lo invitó a pedirle lo que más quisiera. Diógenes le respondió: “El sol”. Confundido, Alejandro Magno le objetó que no podía cumplir ese deseo, a lo que Diógenes replicó de mala manera: “Sí puedes. Apartarte, que me estás tapando el Sol”. Según la leyenda, el todo poderoso monarca griego aceptó el desplante sin enfadarse, y le mostró su máxima admiración: “De no ser Alejandro, yo habría deseado ser Diógenes”.

Hoy, el Diccionario de la Real Academia define al cinismo como desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables, e impudencia, obscenidad descarada. Esta definición se aleja del sentir de Antístenes y Diógenes, quienes buscaban la autenticidad y la felicidad deshaciéndose de todo lo superfluo.

En nuestra era, el cínico defiende el desconcierto, la incoherencia y el barullo, y empuja a la sociedad a no creer en nada.

El filósofo catalán Francesc Torralba Roselló dice del cínico posmoderno que “solo se mueve por el instinto de autoconservación a corto plazo. Experimenta una cierta ternura frente al joven alternativo, al rebelde antiglobalización y al ecologista convencido; una suerte de piedad frente a los que sueñan que otro mundo es posible. (…) Pero, en el fondo, le devora una melancolía que mantiene bajo control emocional. Es un conformista, (…) aparenta creer en algo, da la impresión de que tiene convicciones y, de hecho, sigue en el partido, en la Iglesia o en la ONG de turno, pero solo él sabe que ya no cree en nada más que en conservar su statu quo”.

Tenemos que luchar contra el cinismo en tanto un tipo de resentimiento en contra del pensamiento alternativo y una ciega oposición a las ansias de luchar por el cambio racional y positivo. Al final de cuenta, como anota Torralba Roselló, el cínico es un camaleónico que adopta la forma del contexto, un ser sin convicciones que manosea las grandes palabras para mantener su silla. Cuando uno contrasta su discurso público con su vida privada, aflora la incoherencia y el cínico aparece con luz meridiana.

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