Cerrarle el paso a los sinvergüenzas
Por: Juan Carlos Rodríguez Farfán – Escritor y analista político
La defenestración de Lady Camones de su puesto de Presidenta del Congreso pone en evidencia el estado de descomposición de nuestra democracia. Cuando un candidato accede al poder su obsesión debería ser el bien común, es decir servir a todos, a los que votaron por él y a los que votaron en su contra. Lo que se ha descubierto en los vergonzosos audios del señor César Acuña con la ex jefa del legislativo es una práctica corriente de nuestros actuales políticos: hacer leyes, decretos u ordenanzas para beneficio personal. La accesión al poder no corresponde entonces a la consecución de un anhelo popular. Es por el contrario la ocasión para engordar cuentas bancarias, engordar egos, engordar círculos de influencia. Engordar monstruos cuya única preocupación es su excluyente beneficio personal. El personaje Lady Camones resulta frio, calculador y sufre de un triste sojuzgamiento a su jefe de partido. Sin tener en cuenta el cargo importantísimo que estaba ejerciendo, fue más fuerte para ella la deuda política con aquel que contribuyó a entronizarla. Acá estamos frente a un juego de favores recíprocos, de contabilidades electoreras mezquinas. Conducta propia del cínico “dame que te daré”, o del “favor con favor se paga” que son ahora dogmas absolutos de una sociedad enferma de arribismo. Más allá de las sanciones de orden penal o administrativo, lo que merecen estos personajes es el oprobio popular. Conductas semejantes deshonran la democracia y favorecen la normalización del latrocinio. La indignación no es suficiente. El oprobio debe manifestarse al momento de votar. Si persistimos en elegir a este remedo de líderes, la historia se repetirá ad vitam eternam. La única manera de frenar sus turbios e insaciables apetitos es una contundente sanción en las urnas. La proliferación de candidatos con prontuario en las elecciones municipales y regionales próximas, es la prueba que no aprendemos de las experiencias pasadas. Cada escrutinio parece convertirse en la ocasión ideal para blanquear ignominias donde nuevas virginidades se generan como por arte de magia. Reciclamiento general es la consigna común de los partidos. Personajes con desastrosa gestión en gobiernos anteriores, advenedizos que fungieron de gerentes, carga maletines y carga carteras de funcionarios sin relieve, parece ser el perfil ideal para los aspirantes a autoridades. Si se une a la impunidad reinante la mitomanía de los susodichos, la historia está cantada: una retahíla de futuros rufianes utilizarán el puesto para volverse ricos de la noche a la mañana. La nueva camada de mafiosos encaramados en las instituciones del estado, tendrán una única preocupación: hacerla linda con el erario nacional intentando por todos los medios escapar de la prisión. Es urgente un despertar ciudadano. Ya no se puede descender más en el estropeo de instituciones y principios. Estamos tocando fondo. El descenso vertiginoso en las regiones de la vileza nos conducirá más temprano que tarde al descalabro como sociedad. Y no estoy haciendo acá proclamas de profeta del apocalipsis. Necesitamos con urgencia recobrar nuestra dignidad y mirarnos en el espejo sin sentir vergüenza. Si dejamos la cancha libre a los truhanes, a los impostores, estamos avalando el reino de la mediocridad. Las Camones y los Acuña no pueden continuar siendo modelos a seguir. En nuestra larga historia tenemos razones de orgullo auténtico por realizaciones materiales y espirituales que no fueron resultado de componendas ni de malas artes. Aún estamos a tiempo. Pero hay que comenzar ya. No nos resignemos a la fealdad. Empecemos por cerrarle el paso a los sinvergüenzas. Cualquier calle, barrio o provincia puede convertirse en trinchera. Por nosotros, por nuestros hijos, por nuestros nietos. Por el país hermoso que hemos heredado. Si creemos en la democracia, hay que defenderla con nuestros actos, sencillos, cotidianos pero trascendentes.