Una oportunidad para reencontrarnos
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario
En el mundo occidental, del que somos parte, el nacimiento del Niño Jesús no solo es un recordatorio de nuestros orígenes religiosos comunes, sino que se fue convirtiendo en una forma social de reunirnos y celebrar ecuménicamente una maravillosa ficción. Los debates sobre que sea exactamente un 25 de diciembre o días cercanos son tan interminables como innecesarios para las consecuencias simbólicas ya instaladas en la historia colectiva. Lo importante es que es una oportunidad para reencontrarnos con los demás y, nuevamente, acompañados de los más cercanos nos recordemos que tenemos alguna posibilidad, breve, furtiva, de compartir alegrías, incluso, de perdonarnos.
Es que no se trata de buscar compulsivamente el regalo caro, muchas veces a última hora, y en medio de bulliciosos y mercantilizados espacios, sino de entender que en situaciones tan duras, terribles, como las que pasamos actualmente, puede haber un instante en la que nos detenemos para abrazarnos y decirnos, con la intensidad esperada, que nos queremos. Sin embargo, no todos tienen una Navidad igual. Hay quienes tendrán que recordar a los ausentes, a aquellos con quienes se compartió anteriormente la mesa navideña y, ahora, eso ya no es posible. La silla vacía, el silencio afligido de su presencia ida o arrancada, que vuelve momentáneamente, como un fulgor nocturno para agradecer que pudimos pasar antes un tiempo juntos, o para recordarnos que hay una justicia que espera su cumplimiento. Es la noche en la que reforzamos el concepto de una familia más grande que tiene lazos de amor y protección imperecederos.
Hay quienes la pasan totalmente solos, por elección, ya que se sienten forasteros en esa celebración comunal tradicional. Son almas solitarias que han elegido otra ruta para redimirse. Hay un gesto de iconoclastia, de rebeldía saludable en esa decisión. A la vez, por razones diversas, hay quienes están solos, a pesar de que no lo deseaban. Lejos de sus seres amados, o, en una situación de soledad no buscada. Solos más allá de su voluntad, en la que la noche navideña es la más larga de todas las noches.
Para otros, es una coyuntura laboral, en la que la necesidad de sobrevivencia los coloca en una posición de trabajo inevitable y de urgencia vital, en tanto los estruendos festivos suceden a su alrededor. Mantienen una parte del mundo funcionando, mientras los demás festejan ajenos. Hay personas que no tienen nada, ningún lugar en el mundo, en la que los villancicos les parecen réquiems, y las luces, cirios. Para esas almas, es inútil cualquier canción navideña de amistad, ninguna metáfora es suficiente para describir sus profundos abismos, sus hondas caídas, sus penas más insondables. No han encontrado el camino. Se extraviaron en algún punto, se perdieron en algún momento y ya no pudieron regresar. Por eso, si tienes a alguien que te abrace esta noche, hazlo también con todas tus fuerzas.