LOS REGALOS QUE DESTRUYEN A LOS HIJOS
Por: JUAN MANUEL ZEVALLOS RODRIGUEZ – MEDICO PSIQUIATRA MAGISTER EN SALUD MENTAL DEL NIÑO ADOLESCENTE Y FAMILIA

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Los bienes materiales pueden llegar a satisfacer las necesidades materiales en un momento dado de nuestros hijos. Un niño de pronto tiene un play station, tiene la oportunidad de jugar con él, realizar en su concepto una actividad recreativa (muchos padres piensan lo mismo que el niño), se desenchufan del mundo, viven una experiencia distinta y electrónica. Sobre activamos su cerebro, lo volvemos adicto a la velocidad de la tecnología y sus procesos mentales se ajustan al avance de la ciencia. El niño está más vivaz, atento, cada vez aprende a jugar mejor. Nos sentimos felices por su éxito, ¡Mi hijo es un ganador! exclamamos.

Luego viene la debacle y la frustración. El cerebro de nuestros hijos no fue hecho para trabajar a esa velocidad y lo hemos estimulado para que rinda más allá de sus límites. Creemos que somos buenos padres y gracias a la nobleza de nuestros actos nuestros hijos tendrán mejores cerebros que el que tuvimos nosotros para esa edad y para este tiempo. ¡Qué grave equivocación! El tiempo nos demostrará con tristeza en los ojos que nuestra decisión fue la peor de todas.

Hemos sobreactivado el cerebro de nuestros hijos y ahora los niños se mantienen constantemente activados. Cambian una actividad por otra. Buscan algo nuevo. El play station les aburre de pronto, ya lo dominan, necesitan un nuevo desafío. ¡No hay problema! Siempre hay nuevos juegos en el centro comercial. Seguimos sobreactivado ese cerebro. Sin darse cuenta y repitiendo los mismos errores los padres dicen públicamente: “Debe ser algo bueno para mi hijo”.

Hay algo que no se han dado cuenta los padres, algo que no se han percatado. Sus pensamientos están en las actividades inconclusas del día o en los proyectos de trabajo del mañana, se han desenchufado del niño que hasta hace poco no con poca bulla ha estado jugando. Aquel hermoso niño, con grandes capacidades y un futuro promisorio al dejar el juego de computadora o el electrónico se halla intranquilo, su mente quiere hacer más y no sabe qué hacer con su sobre activación. La sobrecarga de descargas eléctricas neuronales lo irritan, no puede dormir, se da vueltas y vueltas en su cama, mira a todas partes, busca centrar en algo su atención y nada, poco a poco el cerebro va apagando sus luces, finalmente puede llegar a dormir.

Muchos padres creen que favorecer el “síndrome de pensamiento acelerado” que es aquello que acabamos de desarrollar en el cerebro de nuestros hijos es favorable. La realidad es muy distinta a nuestras suposiciones. ¿Qué pasa si a un niño le enseñamos a manejar un auto a doscientos kilómetros por hora?, de seguro que al inicio sentirá miedo, pero luego lo disfrutará, será un amante de la velocidad y disfrutará ir a esa velocidad o ir a velocidades más altas. Si le decimos cuando va por una ruta de la ciudad, ¡ve más lento!, el letrero dice velocidad máxima 60 km/hora, se intranquilizará, se sentirá incomodo, querrá ir más rápido y quizá lo intente; nosotros le diremos ¡no!, respeta las normas de tránsito, no puedes acelerar de esa manera; él se irritará, discutirá con nosotros, buscará la sinrazón, discutirá más con los otros choferes en los cruces peatonales y maldecirá su día.

La experiencia relatada en el párrafo anterior se asimila de forma perfecta a lo que sucede en el procesamiento mental de nuestros hijos condicionados a una sobre activación cerebral. La velocidad se ha quedado a vivir en los cerebros de nuestros hijos. La nueva tecnología ingresa por los ojos y las prácticas manuales, las reacciones de defensa ancestralmente asociadas al estrés ahora se vinculan a la sobrevivencia virtual y condicionan la respuesta cerebral, la adicción a la tecnología y su diversidad de efectos estimulantes en las áreas límbicas y corticales desembocan en una convivencia al inicio pacífica y con el tiempo destructiva en el cerebro en desarrollo de nuestro hijo. El cerebro empieza a activarse de modo más frecuente y en un intervalo más marcado, es como si antes del efecto tecnológico el cerebro del niño hubiera estado capacitado para trabajar a cien watts/hora, luego de la sobre activación la nueva velocidad de funcionamiento es de doscientos o trescientos watts/hora, pero no es bueno, a la larga no es bueno. Cuando nuestros hijos sobreactivado quieran ir más lento, hacer actividades que necesiten un nivel de activación cerebral menor como hacer las tareas, estudiar para un examen o pasar un rato de ocio no podrán hacerlas o sentirán un grado de dificultad alto para su realización; sentirán intranquilidad, su mente sobreactivado querrá captar todos lo que pasa en su entorno, entonces se sentirán intranquilos, desarrollarán problemas de estudio e injustamente los acusaremos de malos estudiantes cuando como padres descuidados o poco informados dañamos sus cerebros.

Las notas del colegio empiezan a ser reportadas como negativas. Entonces nos disgustamos con ellos. Se inicia un conflicto. Les llamamos la atención por su conducta académica irresponsable. Ellos nos responden vehementemente, su cerebro está preparado para esos momentos, se sobre activa, descarga adrenalina por todo su cuerpo, la agresión física está cerca.

La familia entra en crisis. No entendemos en que hemos fallado. Si el hijo ha ingresado a la adolescencia hacemos responsables a las hormonas. Las amistades, las “malas amistades” son puestas en el ojo de la tormenta. Se critica a un miembro de la familia. Se va al colegio a hablar con la tutora y hacer responsable del cambio de conducta de nuestro hijo al sistema de enseñanza. No aceptamos nuestra culpa. ¡Todo lo estamos haciendo bien! Alguien ha venido a contaminar la mente de mi hijo y lo ha vuelto violento e irresponsable.

No entendemos. No hay razones válidas. Como decía Blas Pascal: “el hombre está dispuesto a negar todo aquello que no comprende”. Cada padre debe asumir su responsabilidad en este mundo de desafíos. Cada uno de nuestros hijos representan el mayor bien que tenemos y es nuestra obligación comprometernos a plenitud con ellos. Un padre bueno engríe y contempla, un padre maravilloso forma con el corazón y la mente la personalidad de si hijo

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