LOS ERRORES QUE COMETEN LOS PADRES (SEGUNDA PARTE)
Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez – Psiquiatra y Magíster en Salud Mental del Niño Adolescente y Familia
La gente que se siente feliz toma una decisión importante en su vida cada mañana: “Decide ser feliz, reír, valorar los obstáculos en el camino como una nueva oportunidad para desarrollarse y ser mejor”. Los seres humanos que disfrutan a plenitud de la existencia deciden cada mañana “no juzgar a la gente, valorar lo más importantes de cada encuentro personal, alegrarse con las ocurrencias de sus vecinos y no hacerle caso a las agresiones físicas o emocionales de aquellos que viven por momentos extraviados y que solo viven para dañar”.
HOY CONOCI EN EL MUNDO GENTE MARAVILLOSA
FAMILIA
“Un día un estudiante le preguntó a su maestro, “¿Por qué usted no se disgusta como los otros maestros que nos enseñan en esta universidad?”. El maestro con una sonrisa en los labios y con mucha cortesía le respondió, “Al despertarme cada mañana me hago dos preguntas respecto a cómo quiero pasar el día, ¿Quieres estar feliz? ¿Quieres estar disgustado? Y me respondo casi siempre, ¡Quiero estar feliz!”
Estar bien, disfrutar de cada momento de la vida es una decisión personal. Pero ¿Les hemos enseñado a nuestros hijos a ver una puesta de sol? ¿Nos hemos sentado junto a ellos en la ribera de la playa y hemos estado en silencio contemplando el movimiento de las olas del mar? ¿Hemos escuchado plácidamente junto a nuestros hijos una canción bonita? ¿Cuántos juegos de mesa hemos compartido como familia y lo hemos disfrutado?
Si no hemos enseñado a disfrutar la vida a nuestros hijos ¿Cómo podrán disfrutarla? ¿Si le hemos colocado letreros luminosos a la vida que dicen “la vida es sufrimiento? ¿Cómo querer que nuestros hijos no les hagan caso a esos mensajes si nosotros como padres los hemos puesto?
Debemos de valorar cada momento maravilloso que nos toca vivir. Demos gracias cada día por la vida. Debemos llevar una agenda emocional en donde se anoten con letras grandes todos esos mágicos momentos de felicidad, de compartir, de disfrute y de realización.
Debemos aprender que la vida sólo está hecha de buenos momentos. Los malos momentos son momentos de aprendizaje. Los momentos desfavorables nos enseñan. Los momentos desfavorables son los obstáculos que nos fortalecen.
Los malos momentos nos permiten valorar los buenos momentos. No es al revés.
“Un día un hombre sintió la necesidad de ir hacia una ciudad llamada Kammir. Había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo. Así que lo dejó todo y partió. Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores. La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de madera lustrada. Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquel lugar. El hombre traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles. Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor. Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras: Abdul Tareg, vivió ocho años, seis meses, dos semanas y tres días. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: Era una lápida. Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar. Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla. Decía: Yamir Kalib, vivió cinco años, ocho meses y tres semanas. El hombre se sintió terriblemente conmocionado. Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba. Una por una, empezó a leer las lápidas. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto. Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años… Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó. Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
No, por ningún familiar – dijo el hombre -. ¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños?
El anciano sonrió y dijo:
Puede usted serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré… «Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:
A la izquierda, qué fue lo disfrutado
A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión y el placer de conocerla? ¿Una semana? ¿Dos? ¿Tres semanas y media? Y después, la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso… ¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana? ¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo…? ¿Y la boda de los amigos? ¿Y el viaje más deseado? ¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano? ¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones? ¿Horas? ¿Días?
Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos…Cada momento.
Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba.
Porque ese es para nosotros el único y verdadero TIEMPO VIVIDO».
El relato anterior de Jorge Bucay refleja lo importante que debe ser para cada uno de nosotros el aprendizaje adecuado de las experiencias de la vida. Lo importante son los buenos momentos. Lo importante es la felicidad de compartir. Nuestras relaciones interpersonales, hacer realidad nuestros sueños y creer en la gente y en el mundo en el cual nos ha tocado vivir. Lo demás no es importante. Los malos momentos son parte de aquellas situaciones que han construido nuestra vida, pero son aquellos momentos que solo debemos evocar para no volver a cometer el mismo error, más no deben ser aquellos momentos que nos llenen de tristeza al recordar. Si nos hemos equivocado ayer, no nos lamentemos por ello hoy, digámonos “Que bueno que me equivoqué ayer, ya que aprendí la lección y hoy podré ser más feliz”.
Y si hoy soy más feliz es porque aprendí, porque comprendí, que la vida está hecha de pequeños momentos de gozo y que esos momentos tan simples y de duración tan pequeña, sumados uno tras otro, crean un universo de felicidad.