EL PERÚ YA NO ES SERRANO, ES COSTEÑO
Por: Manuel Bedregal Salas
Los dos últimos fines de semana decidimos dar una vuelta rápida en auto por nuestra costa sur más cercana. Recorrimos: Majes, Camaná, Mollendo, La Punta de Bombón, Ilo, Moquegua y Tacna. Pasando, por su puesto, por las poblaciones más pequeñas que se empinan tercas a lo largo de la carretera. En lo personal había decidido adoptar una mirada más profunda con la idea -tomada del entrañable libro “El Principito” – de que “…lo esencial es invisible a los ojos”. Andar por el mundo con esa actitud te da otro alcance de las cosas, te hace más empático, más gregario, más humano. Encontramos lo previsible: interminables desiertos, estrechos valles, carreteras matizadas por vehículos averiados, imprudentes conductores, frecuentes casetas de peaje, cunetas y veras del camino con abundante basura -con todo tipo de objetos que pasan fácilmente por la ventanilla de un vehículo- Encontramos también vastas poblaciones cubriendo lo que antes fueron cerros sin vida. Algunas consolidadas con claras muestras del esfuerzo puesto en ellas, tanto por parte de sus habitantes como del Estado que las atendió con luz eléctrica, agua potable y algunas incluso mostrando orgullosas sus antenas de TV cable. Otras muy nuevas, como pájaros rompiendo el cascarón, precarias, pero en la misma ruta de las primeras. También vemos terrenos demarcados sabe Dios por quién y en las ciudades más grandes, edificios de departamentos bien diseñados que van cambiando el paisaje urbano para bien.
Quedé convencido de que algo que debemos hacer los peruanos si queremos entendernos, es recorrer el país por tierra. Nada más elocuente y demostrativo de nuestra historia y del momento sociodemográfico, cultural -y económico también- que vivimos. En nuestros intervalos de descanso se da la reflexión, los momentos del ¿Por qué?, de atar los cabos, de encontrar una explicación a lo que quedó en nuestras retinas, en nuestro sentimiento y razón de ser peruanos. Una de las primeras reflexiones se relaciona con los resultados de los censos de población que muestran que el Perú dejó de ser un país serrano para convertirse en costeño. En 1 940, 65% de la población vivía en la sierra, 28% en la costa y 7% en la selva. En 2017 -año del último censo- hemos cambiado drásticamente ya que 58% se encuentra en la costa, solamente 28% – ¡de 65% a 28%! – en la sierra y 14% – ¡de7% a 14%! -en la selva. En el mismo lapso, Lima pasó de tener algo más de 800 mil habitantes a casi 9.5 millones, es decir un parco 13% a concentrar el 32% de la población peruana. Arequipa -sin ser costa sino “cuesta”- pasó de 263 mil a 1.4 millones de paisanos, es decir del 4% al 5% del total nacional. Por el contrario, regiones otrora muy importantes como Cusco y Puno, pasaron de ser el 8% y 9%, respectivamente, al 4% cada una. Puede explicarse así el proceso de reconfiguración de nuestro territorio -de desfiguración dirían algunos equivocados-. Esto ha originado las nuevas poblaciones costeras que vimos y también las casas abandonadas de la sierra. Hay que ponderar las razones que, en mi opinión, parten de la falta de potencialidades económicas viables en nuestra sierra que llevaron a los recursos humanos y financieros a emigrar a la costa. Los procesos socioeconómicos y políticos -Sendero incluido- y el avance tecnológico, restaron competitividad a casi todos los productos de la sierra, cambiando para siempre nuestro territorio. Corresponde ahora educarnos en el amor a lo nuestro, el respeto y las buenas costumbres, asi como, comprender una vez más, que las personas somos eso: Personas y que lo distinto solamente son sus circunstancias. Ardua tarea la de gestionar un país con nuevas características básicas.