EL CERCANÍSIMO MAL EJEMPLO ECONÓMICO DE BOLIVIA
Por Manuel Bedregal Salas
Bolivia es uno de los pueblos más cercanos -sobre todo para nosotros en el Sur andino-. Hijo del Perú en medio de los avatares independentistas bolivarianos que dieron origen a su nombre. Aliado -malagradecido según muchos historiadores- en una guerra fatal con Chile. Conviviente en el Titicaca con el que compartimos historia, sobre la base de idiomas comunes -tanto nativos como importados- así como bellas expresiones culturales en danza y música está, lamentablemente, camino a un irremediable ajuste económico por la debacle del modelo económico estatista implantado en el gobierno de Evo Morales.
Hasta hace poco la economía boliviana sirvió a las izquierdas del continente –la peruana incluida- de solitario reducto que demostraba, supuestamente, cómo un modelo económico con alta participación estatal era viable. Que era posible alterar los precios del mercado con subsidios y que la gente podía indefinidamente recibir productos y servicios del Estado con recursos salidos de unas arcas provistas por exportaciones de hidrocarburos, su principal riqueza natural, nacionalizada años atrás. Que se podía imponer a los privados altas tasas impositivas porque “dizque” el ande es inmensamente rentable y por lo tanto se deben compartir las ganancias. Que Bolivia era un ejemplo de cómo un pequeño país latinoamericano conseguía lo que no pudieron en su momento ni la ex Unión soviética ni China, con toda su sabiduría ancestral. Era el milagro económico boliviano.
Pero resulta que, en el mundo de hoy, tarde o temprano los mercados se imponen a la política, es decir, a las decisiones ideologizadas de un puñado de burócratas que no recuerdan el primer principio de la ciencia económica que dice: “los agentes económicos responden a incentivos”. Es decir que, si una persona o empresa, advierte que no va a conseguir lo que le conviene, cambia a lo que resulte racionalmente mejor y menos riesgoso. Así, ante los altos impuestos y la ideologización de las decisiones que hacían imprevisible al país, los privados dejaron de invertir y con ello de generar empleo y de aumentar la capacidad productiva. Por su parte el Estado boliviano empeñado, en cumplir sus compromisos populistas, mantuvo una política de subsidio al consumo que le insume gran cantidad de recursos financieros impidiéndole invertir en las empresas nacionalizadas. Con el tiempo, los recursos propios resultaron insuficientes a pesar de los altos precios del gas, dando paso a altos déficits que obligaron a tomar deuda pública hasta llegar a un equivalente al 80% del PBI. Como la deuda también tiene límites, el gobierno dio el zarpazo estatizando los fondos de pensiones, robándole a la gente de a pie sus fondos de jubilación para usarlos, en su desesperación, en el cierre del déficit público para mantener el modelo a toda costa, algo que probablemente va a lograr temporalmente pero que prescinde de una visión de largo plazo. Nuevamente la mala economía, la que no ve el todo en el tiempo sino el interés político inmediato solamente.
El cuadro adjunto muestra los resultados de dos modelos económicos distintos. Los del peruano, de economía social de mercado -sin apuros financieros ni cambiarios a la vista- muy superiores prácticamente en todo -incluso en gasto en sectores sociales como educación y salud- a los del modelo boliviano encaminado hacia una crisis inminente y que ya recurrió hasta la usurpación para financiar su supervivencia, generando más deuda interna muy difícil de pagar en un país con la inversión tanto privada como pública, literalmente paralizadas. Espero que esta nueva lección de realismo económico haga reflexionar sobre todo a aquellos, que seguramente con buenas intenciones, persisten en creer que el Estado puede ser el motor del desarrollo.