Migración y disturbios: mirándonos en el espejo francés
Por Juan Sheput – El Montonero
Hay quienes piensan que se exagera cuando se señala que debemos vernos en el espejo de Francia. En las últimas semanas, como consecuencia de la muerte de un adolescente, Nael, de 17 años que se negó a obedecer las órdenes de un policía que le exigía se detuviera, se ha desatado una ola de violencia que no pueden calificar de disturbios según algunos analistas, sino de una revuelta. La razón fundamental es que los que han salido a la calle a protagonizar actos de violencia están convencidos que la muerte de Nael es por su color, por su condición de migrante, por estar en el barrio equivocado o marginado. No se trata de un error policial, dicen. Se trata de un asesinato, perpetrado por alguien, un policía, que los odia al igual que la mayoría en el país que los acoge.
No creo que sea así. Francia ha demostrado desde hace años que ha sido el país más amable con los migrantes que provenían de África. El haber tenido colonias allí facilitaba esta decisión que hizo del gobierno de Macron el que más migrantes recibió en algún momento sin primar un criterio selectivo. En la actualidad la población migrante musulmana se calcula en siete millones de personas lo que haría que se constituyan en el 10 por ciento de la población.
Las características de la crisis nos permiten ver el carácter complejo de la situación. La población migrante no está limitándose a protestar contra la policía francesa o el Estado o gobierno que no se hace responsable. Está atacando símbolos de la cultura de Francia, incendiando ayuntamientos, bibliotecas, destruyendo edificios emblemáticos o estatuas de personajes representativos de la historia francesa. Eso es muy grave. Demuestra que, a diferencia de otras migraciones, esta no se ha integrado. Siguen conservando sus costumbres, su religión, sus prácticas sociales. Esa falta de integración hace que se vean como un Estado dentro de otro Estado y contribuye al nivel de zozobra que se vive en la actualidad.
La situación francesa ha llevado a que países como Hungría y Polonia saboteen cualquier intento de ampliación en la política de recepción de migrantes. Europa necesita de mano de obra. El envejecimiento de la población también es una realidad. Pero el peligro de perder identidad también. Es por eso que Meloni anuncia en Italia políticas de endurecimiento para la migración, y lo mismo se exige suceda en Alemania, otro país gran receptor de migrantes.
El Perú debe de analizar con especial interés lo que sucede en Francia. La migración puede devenir en peligrosa para la identidad y tranquilidad de una nación. Más aún cuando adquiere estatus de masa crítica, se niega a integrarse y mantiene sus usos y costumbres provenientes de la tierra que los vio nacer. Así no serán una ayuda sino un problema. Miremos con atención y objetividad este fenómeno social.