ANCIANIDAD, DIVINO TESORO
Por: Javier Del Río AlbaArzobispo de Arequipa

En su mensaje para la III Jornada Mundial de los Abuelos y las Personas Mayores, que celebramos este domingo, el Papa Francisco nos recuerda la importancia del diálogo entre las generaciones, especialmente entre abuelos y nietos, jóvenes y ancianos. Como lo explica el Papa, la cercana relación entre unos y otros da lugar a un intercambio de dones en el cual todos nos vemos beneficiados. Por un lado, los niños conocen sus raíces porque los abuelos llevan consigo y les transmiten la memoria y las tradiciones de la familia, de los ancestros. De esa manera, desde pequeños van descubriendo «el don de pertenecer a una historia más grande», van tomando conciencia de que son parte de un pueblo, y de jóvenes aprenden a «no reducir la vida al presente y a recordar que no todo depende de sus capacidades». Los ancianos, por su parte, ven en los niños y jóvenes una proyección de su propia existencia y la certeza de que la historia continuará aun después de su partida de este mundo: «la presencia de un joven les da esperanza de que todo lo que han vivido no se perderá y que sus sueños pueden realizarse».

Los años nos enseñan que las grandes metas no se consiguen en un momento sino a través de procesos que, en ocasiones, pasan por etapas de dificultad y requieren perseverancia. Procesos que muchas veces nos trascienden y continúan después de nosotros, a través de otros. Nos enseñan también que no todo depende exclusivamente de nuestro esfuerzo y nuestras capacidades, sino que es importante apoyarnos unos en otros y todos en Dios. Así, vamos aprendiendo a no lamentarnos por las fuerzas que decaen y a no dejarnos abrumar por las ocasiones perdidas o los errores cometidos. La ancianidad enseña a ser paciente y saber esperar. Son grandes enseñanzas que los mayores podemos transmitir a las nuevas generaciones, tan vulnerables a la cultura de lo inmediato y lo superficial. Como sigue diciendo el Papa: «para los más jóvenes se trata de ir más allá de esa inmediatez en la que se confina la realidad virtual, la cual muchas veces distrae de la acción concreta».

La experiencia nos demuestra que la sociedad puede recibir mucho de la presencia de quienes son de avanzada edad. Como escribió san Juan Pablo II: «¡Cuántos encuentran comprensión y consuelo en las personas ancianas, solas o enfermas, pero capaces de infundir ánimo mediante el consejo afectuoso, la oración silenciosa, el testimonio del sufrimiento acogido con paciente abandono! Precisamente cuando las energías disminuyen y se reducen las capacidades operativas, estos hermanos y hermanas nuestros son más valiosos en el designio misterioso de la Providencia» (Carta a los ancianos, 1.X.1999, n. 13). Por eso, como dijo Benedicto XVI, «son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe» (Discurso, 8.VII.2006).

Aprovechando esta jornada dedicada a ellos, con el Papa Francisco los invito a realizar de modo constante «un gesto concreto para abrazar a los abuelos y los ancianos. No los dejemos solos, su presencia en las familias y comunidades es valiosa…Honrémoslos, no nos privemos de su compañía ni los privemos de la nuestra; no permitamos que sean descartados».

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