La retórica de la meritocracia
Por: Rubén Quiroz Ávila

Por supuesto que todos queremos que haya igualdad de oportunidades. Esa es la razón por la cual se defienden los derechos individuales. En tanto que cualquier inequidad es una anomalía para lograr ese objetivo. La idea clave que sostiene la meritocracia supone que son los méritos y el talento los que determinan las posiciones de las personas en la batalla por ocupar posiciones en las organizaciones. Es un deseo trascendental de la vida moderna para limitar los privilegios hereditarios o que son resultado de negociaciones que suelen ser cercanas a lo delictivo.

Este buen deseo choca con la realidad. Ya que existe una asimetría en la estructura que permite igualar las condiciones con las cuales todo individuo debería, cuando menos, partir. Es notorio en ámbitos tan cruciales como la salud y la educación. En un sistema de convivencia en el que el acceso al cuidado de la salud es un problema tan grave que la red pública de sanidad prácticamente ha colapsado. Falto de recursos y con gestiones improvisadas es para todo peruano que no tiene otra opción casi una condena a la muerte. Algo parecido sucede con el sistema público de educación. Desde colegios precarios, incompletos, masivos, con entusiasmo, pero sin recursos, docentes con remuneraciones de sobrevivencia hacen que la mayoría de la población peruana, que requiere de una educación de calidad, tenga casi nulas las posibilidades de potenciar el talento. Hay, por supuesto, pequeños y contados grupos que logran superar esos obstáculos y avanzan en la equiparación. Sin embargo, son estrictamente inusitados.

Por ello es un espejismo sostener que son solo los méritos los que deciden la ubicación en una organización. Seguro hay excepciones y que los resultados por ello hablan por sí mismos. Pero la realidad nos va indicando que hay dos mundos paralelos y cada vez más antagónicos. Una gran masa de peruanos parte con desventaja; mientras otros exclusivos grupos, con recursos amplios, tienen ya una ventaja decisiva desde el inicio. Además, son circuitos sociales calculadamente endogámicos. A eso hay que sumarle la cadena de estereotipos que en la captación de recursos humanos son excluidos por proceder de instituciones públicas.

Poco se está haciendo para equilibrar la balanza social. Más bien se agudizan las brechas. Mientras que un gran sector mayoritario de la población está buscando la supervivencia, otro sector totalmente ajeno a esas circunstancias consolida prácticas de segregación. Lo cual produce individuos sin sensibilidad social ni empatía por las condiciones de desventaja de sus coetáneos. Incluso, les achacan que están en esa situación por voluntad propia. La élite ha construido una visión triunfadora de sí misma y pregona que todos los demás son simplemente perdedores.

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