José Quiñones, ejemplo juvenil de heroísmo
Por Cecilia Bákula El Montonero

EN SU HONOR

En estos tiempos en que de muchas maneras pareciera ponerse en tela de juicio la obligación de todos los peruanos, sin distingo alguno, de estar en capacidad y voluntad de ofrendar la vida por la patria y sus sagrados intereses, el recuerdo de José Abelardo Quiñones, es necesario. 

Y justamente en horas como las actuales, en las que los peruanos somos capaces de encontrar pequeñas razones para manifestar inmensas diferencias entre nosotros y no ver las grandes ideas, necesidades y riquezas que nos unen, la figura de un joven como Quiñones debería hacernos pensar no solo en la fragilidad de la propia existencia, sino también en los valores que se inculca a la juventud y en la necesidad de orientar la educación que se les viene impartiendo. Si bien podríamos hablar de una mala información, cada vez es peor la formación que recibe nuestra gente y, en la urgencia de mirar el futuro común de la historia nacional, de la Patria con sentido de unidad, de desprendimiento de lo poco mío, en beneficio del bien común.

Conocer la obra de los héroes significa, pues, conocer la vida de esas personas que supieron deponer su yo, su individualidad, en favor de un gran ideal, de un bien mayor. Y entregaron todo, ofrendaron todo, por ese mañana mejor que ellos mismos no alcanzaron a vivir, pero con el que soñaron con intensidad y del que nosotros sí nos hemos beneficiado.

El Perú cuenta con gran cantidad de héroes; no todos son conocidos ni no todos tienen una fecha en el calendario cívico patriótico y en estos momentos, una figura sencilla pero radicalmente decidida, con una voluntad férrea por cumplir un deber libre y virilmente asumido, obliga a que se difunda y conozca, porque Quiñones, lejos del engreimiento de un joven caprichoso, oportunista o quejumbroso, aceptó como hoy hacen muchos de los nuestros, en las difíciles situaciones que les toca vivir, el reto de hacerse tempranamente adultos en la vida diaria y optar por dar un paso adelante y defender sus valores, sus creencias, su Patria.

José Abelardo Quiñones nació en Pimentel en 1914 y en 1934 ingresó como cadete a la Escuela Central de Aviación, optando por la especialidad de ser piloto de caza, lo que implicaba una gran pericia y, sin duda, unos nervios templados y al graduarse, recibió el premio “Ala de oro” como distinción a su joven carrera militar. Su alto sentido del deber, su compromiso y seriedad con la misión que se le podría haber encomendado, quedó de manifiesto en un artículo que él mismo escribió en la revista Aviación, en su edición del mes de septiembre de 1939; ahí leemos:

El piloto de caza tiene el deber de llegar hasta el sacrificio antes que pase un solo avión de bombardeo”. En el transcurso de su vida y ante la proximidad de la acción militar en la frontera norte, Quiñones dijo: “Todo ser humano tiene en el camino su pedestal de héroe, el mérito consiste en que llegado el momento, tenga el coraje suficiente para subirse a él.

Y, en efecto, su heroísmo estuvo en ese arrojo extremo para cumplir su deber al límite, hasta las últimas consecuencias, hasta la vida misma y con el objetivo claro de que esa entrega tenía el sentido supremo del servicio. Fue así como el 23 de julio de 1941, en pleno conflicto bélico con el Ecuador y en la obligación de defender el territorio patrio, con tan solo 27 años pero con conocimiento, arrojo y experiencia, Quiñones integraba la Escuadrilla XXI al mando del comandante Antonio Alberti; iba piloteando un avión de caza monoplaza North American NA-50, unidad a la que conocía perfectamente; se les conocía con el sobrenombre de “toritos” y él había denominado a la suya con el sobrenombre de “pantera, por la habilidad de ese animal para la caza sigilosa y exitosa.

La Escuadrilla XXI alcanzó el objetivo que tenían fijado y sus integrantes recibieron la orden de bombardear el puesto ecuatoriano de Quebrada Seca. Fue en el momento de arremeter en un segundo descenso para lanzar sus mortíferas y certeras bombas que el avión de Quiñones fue alcanzado por el fuego antiaéreo ecuatoriano y él, en vez de saltar del avión, acción que le estaba plenamente permitida para salvar su vida y utilizar su propio paracaídas, en cuyo uso tenía gran experiencia y habilidad, Quiñones orientó su nave con precisión perfecta hacia el blanco ecuatoriano, estrellándose contra la base enemiga logrando destruir importantes instalaciones militares, definiendo en mucho la victoria del Perú en ese combate y ofrendando su vida pues murió instantáneamente. No fue un “accidente”; fue un acto de entrega, de arrojo, de valentía, de libre decisión, de patriotismo.

Al ofrendar plena, libre y conscientemente su vida por la Patria, Quiñones fue más allá del cumplimiento del deber en el campo de batalla. Y de ahí su ejemplo; el llevar su acción al máximo rendimiento, a la perfección, al extremo del cumplimiento y ese es el heroísmo, hacer lo que corresponde por el ideal. Ese es el ejemplo y el sentido supremo del sacrificio de Quiñones y de muchos peruanos silenciosos que, siguiendo -quizá si saber- el ejemplo viril y juvenil de José Quiñones, cumplen su deber diariamente con carácter de heroísmo en muy difíciles condiciones.

Como reconocimiento a su inmolación, la Nación declaró Héroe Nacional del Perú, le confirió, en forma póstuma, el grado de Gran General del Aire, estableciendo que en su honor, el espacio aéreo peruano se denomine como Cielo de Quiñones.

No obstante, y lo señalo como una gran incongruencia, su heroísmo parece no haber sido entendido ni aquilatado recientemente por el Congreso pues honrar a los héroes no se logra incrementando los días festivos ni feriados, como lo ha establecido la Ley N° 31822, publicada el 8 de julio de este año, que señala que cada 23 de julio será un día no laborable. Lo siento como una manera escandalosa y muy contradictoria de rendir homenaje pues va contra los valores que honró en vida el joven José Quiñones y lo veo como una manera muy poco constructiva de manifestar respeto y honra a quien en su momento, lejos de hacer prevalecer su derecho a la propia vida, se auto impuso la inmolación en beneficio de la Patria.

 Educación cívica y no festiva, coherencia y no palabrería, le reclamo a los legisladores.

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