Lejos de la historia y la cultura
Por Cecilia Bákula – El Montonero

Cuando el sector cultura era tan solo una OPD (es decir, una entidad que dependía del ministerio de Educación), se tenía –eso creo– una clara idea de que la suya era una misión operativa y técnica, asociada principal y fundamentalmente a la gestión del patrimonio cultural. Hoy no me cabe duda de que el Ministerio de Cultura es un agente político sin rumbo y que la responsabilidad por el patrimonio cultural es lo que va a la saga entre todos sus intereses. O por lo menos, no es el prioritario.

Cuando en julio de 2010 se dio la Ley No 29565, mediante la cual se creó el Ministerio de Cultura, puedo afirmarlo porque fui testigo de ello, de la ilusión con que se hizo ese proceso y la esperanza que se puso en elevar el sector a las grandes lides de las decisiones de Gobierno. Se entendía que la cultura era, es y debería seguir siendo uno de los pilares de nuestra manera de ser y de nuestros actos.

Fue mi opinión que ese Ministerio, importante sin duda, se creó un poco tarde en la gestión del presidente Alan García. Y el día a día de un Gobierno muy exitoso, que quería cumplir con todos los peruanos y hacerlo con excelencia, obligó a dejar la puesta en marcha dicho ministerio, en el que él tenía puestas muchas esperanzas. Especialmente en quienes, a mi criterio, pensaron más como en ellos mismos y no como el propio presidente. Quizá ello explica que muchos aspectos de la gestión pública recalaran en Cultura sin que realmente le correspondiera. Y poco a poco, ese INC eficiente, actuante y con presencia efectiva se fue convirtiendo en lo que es hoy: un gran agente político, muy ajeno a sus propias obligaciones fundacionales.

Y hoy vemos cómo en el campo de las industrias culturales, que es un campo tan vasto en el que se quiere hacer caber todo y de todo, se promocionan, por ejemplo, producciones que –debiendo estar asociadas a la difusión de la historia nacional, máxime en tiempos de necesaria construcción de la identidad nacional y del mejor entendimiento entre los peruanos, del conocimiento del aporte de diversos peruanos, de todas las regiones de la Patria en la construcción de nuestro presente–, no parecen adecuadas. Y menos que se destine fondos públicos, por más concurso que haya habido, para realizar producciones cinematográficas que busquen relievar a personas cuya vida, por mucho o poco que pueda considerarse valiosa, muy lejos está de ser indispensable para la comprensión y “armazón” de la historia nacional.

Puede rebatirse que hubo un concurso; seguro que sí, pero, puedo intuir, entonces, que las bases del mismo no fueron las adecuadas y, adicionalmente, no debe olvidarse que el costo de esa producción, es decir, el monto pagado como fruto del referido concurso, no es una “dádiva” generosa del Ministerio de Cultura, es producto de los impuestos que los contribuyentes pagamos y, por lo tanto, tenemos el derecho de entender y saber que los fines a los que se destinan esos montos, no son los que promueven intereses de pocos, sino los que sirven para el bien de todos.

Resulta poco menos que grotesco que en estos años asociados al bicentenario, el Ministerio de Cultura sea un actor pasivo y mudo; la tan mentada y rica comisión del bicentenario, trajinada al antojo de la autoridad de turno; pasada del ministerio a la PCM sin que el ministro de cultura -de los tantos que ha habido- sintiera el pudor, el derecho y la necesidad de reclamar por ello- no tiene mucho que mostrar entre sus logros y si bien hay unas pocas ediciones de interés, lejos está de poder ofrecer a la ciudadanía acciones importantes, coherentes, de continuidad y orientadas a la comprensión de una fecha de tantísima importancia; no por la fecha en sí, sino por el significado y la oportunidad. 

Y si traemos a colación que en Lima, y siendo la capital, el Estado carece de una propuesta a nivel de Museos, teniendo en sus manos una poderosa, inmensa, rica y muy valiosa colección de bienes muebles, la situación clama por la incompetencia y la desidia e indolencia de sus autoridades pues, por ejemplo, el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, cerrado durante un larguísimo periodo, presentó una burla de exposición so pretexto del bicentenario y cabe señalar que la ciudadanía toda espera que el MUNA en Pachacamac abra sus puertas con un guión que hable de Nación, de historia de país, de Patria.  Sí debo mencionar que un rayo de luz se ha filtrado recientemente con la nueva designación de quien ha asumido la Dirección Nacional de Museos; una persona con conocimiento, experiencia y don de mando.  A ella dirijo mi esperanza: Marisol Ginocchio.

Vale recordar aquí y no con poca pena, que el Ministerio de Cultura es quizá la cartera, que en su joven vida, tiene un triste récord de altísima rotación.  En sus escasos años de existencia, ha tenido ya 23 ministros; algunos con una brevísima duración y entre los que llegaron a ceñirse el fajín, el tan deseado fajín, los hay de muy variado origen, muchos con casi ninguna afinidad y sí demasiadas ansias e intereses personales. Mala mezcla para sacar adelante un sector tan importante para un país rico como el Perú.

Y si en esas circunstancias y con esos variopintos personajes, se optó por destinar dinero a destacar pequeñas y controvertidas reseñas, es evidente que por intereses subalternos se ha dejado de lado a los paradigmas de nuestra historia; se ha rechazado el aporte de quienes desde todos los rincones del país realmente trabajaron, pensaron, escribieron, aportaron, lucharon y ofrendaron con seriedad su vida y son y siguen siendo los pilares de nuestra historia, de nuestra esencia, de nuestra identidad.

El sector Cultura tiene la obligación de aportar a la construcción del sentido y noción de Patria, de Nación, de identidad nacional, de sentido de pertenencia y ello implica asumir la responsabilidad de hacerlo utilizando esas industrias culturales para ayudar a la difusión de nuestra historia, no las pequeñas reseñas.

No quisiera compararnos pero estoy segura que países vecinos, con una historia menos potente, habrían utilizado hasta los últimos céntimos de sus magros o abultados presupuestos para elaborar y difundir en todas las plataformas y en las diversas formas que las  industrias culturales hoy permiten y hacen muy creativamente, versiones nacionales que integren, construyan unidad y sentido de pertenencia y esa es una obligación que el actual Ministerio de Cultura deja de atender.

Luego, nos sorprendemos y los propios del sector dejan escapar una lágrima falsa, muestran una expresión de sorpresa y se rasgan las vestiduras cuando se muestra que las jóvenes generaciones desconocen la vida y obra, las acciones contundentes y los valores ciudadanos, éticos y morales de nuestros peruanos fundacionales quienes, lejos de poder ser comparables en honor y mérito, no reciben ni el recuerdo ni la memoria que merecen.

Ante la obvia pregunta del ¿por qué?, la respuesta cae de madura y es que mostrar los valores de muchos de los héroes y los prohombres que construyeron este país, en los siglos XIX y XX, significa enrostrar y desnudar la pequeñez y la nada de aquellos a los que se quiere ahora ensalzar, construyendo antivalores que dañan la noción de ciudadanía, de unión, de Patria, de peruanidad.

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