Comunidades intelectuales
Por: Rubén Quiroz Ávila
Las personas que dedican toda su vida a la escritura y a la reflexión siempre requieren de recursos bibliográficos y de redes académicas que enriquecen su propio modo de pensar y sentir el mundo. Algunas forman pequeñas comunidades de pares y personalidades acuciosas que las interpelan muchas veces con respeto, otras no necesariamente, pero hay una dinámica en la que las ideas son o deben ser confrontadas.
La idea fundamental de las comunidades que discuten e intercambian pareceres es enriquecerse mutuamente y que sus propuestas tengan algún tipo de impacto en la sociedad. Las redes intelectuales son claves para un proceso de ardua deliberación y de diálogo intenso que minimiza posibilidades de ideologías autoritarias. Aquellos que no quieren dialogar o ejercer un espacio democrático de intercambio tienden a grados de autoritarismo y soberbia. El debate es una zona de confrontación argumental imprescindible.
Sin embargo, también se puede fingir el diálogo. Es decir, más que un intercambio real saludable y que ayuda a las precisiones de las inminentes complejidades de la discusión argumentativa, puede darse más bien una puesta de escena. Una ceremonia vacua y falsa de supuesto debate en la que las decisiones y las consecuencias que implicarían ya están previamente tomadas y acordadas. Las comunidades intelectuales cuestionan profundamente ese tipo de escenografía y ficción política. Están en la esencia de toda red intelectual la discusión y el disenso.
Por ello, las ideas que han tenido un impacto mayor tanto por cuestionar el estado de las cosas como por proponer lecturas alternas han sido resultado de profundos y sostenidos debates. No hay mesías en las comunidades intelectuales. Siempre se deben a los demás. Entendamos que somos y logramos resultados en tanto funcionamos como comunidades. Cuanto más horizontal y permanente el intercambio de ideas, se reducen las lecturas unívocas y jerarquizantes de las cosas. Nadie tiene la razón per se. Por un asunto de salubridad, toda idea debe ser confrontada. Tiene que ser insertada en el circuito de reflexión e interpelada. Quien cree que tiene la receta y la fórmula precisa para explicar y salvar el mundo es un signo más bien de delirio. Aquel que cree que ciertas ideas son la panacea que debe aplicarse sin cuestionar, estamos realmente ante un mesianismo exacerbado e inminentemente violento. Lamentablemente, muchas veces esta tipología de falacias tiene una hegemonía explicativa aunque no tengan la razón. Han sido impuestas por aparatos de control social y medios de comunicación usados como mecanismos para implementar ese modelo de creencias.
En consecuencia, el deber de las comunidades intelectuales es discutir todo aquello que parezca una idea natural. Hay que cuestionar permanentemente cualquier pretensión de solución totalitaria. Siempre será sospechosa una idea que se sostenga a sí misma como la única y la última.