Recesión y política
Por: Christian Capuñay Reátegui

En enero de este año, la exministra Carolina Trivelli advertía en una entrevista que, aun cuando la economía peruana resistía los embates de las crisis interna y externa, cada vez tambaleaba con más intensidad. Desde su perspectiva, tarde o temprano, llegaría el momento en que esta ya no daría más. Diez meses después, el Ministerio de Economía y Finanzas no tuvo más alternativa que admitir una recesión.

La solidez de la economía fue una de nuestras principales fortalezas. Durante décadas mantuvimos tasas de crecimiento superiores a las de los vecinos, pese a las turbulencias internas y a los contextos mundiales desfavorables. Ni siquiera el ciclo de crisis que propició el advenimiento de cinco presidentes en cinco años impidió que las cifras sean positivas. Allí donde todo parecía funcionar mal, la economía se mantuvo como una isla de eficiencia.

Ahora no solo sufrimos los embates de las crisis política, de inseguridad y alimentaria, sino también una contracción económica cuya salida parece todavía incierta, por lo que el panorama se presenta tan sombrío como impredecible. Si bien la idea de que la expansión del producto bruto interno genera desarrollo es cuestionada desde hace varios años desde la academia, su aporte a la reducción de la pobreza es innegable. Por consiguiente, si no crecemos, es legítimo preguntarse ya no si este indicador aumentará, sino más bien cuánto.

Los analistas atribuyen esta desaceleración a factores climáticos que afectaron sectores productivos importantes, por ejemplo la pesca y el agro, y a la pérdida de confianza empresarial, señalada como responsable del descenso en los flujos de inversión privada. Sin embargo, es incuestionable que también es resultado de la incertidumbre causada por la política, no solo por los dislates de los últimos gobiernos, sino también por las decisiones de los sectores que en la búsqueda de concentrar poder están afectando la democracia. Aunque los responsables pretenden soslayar las consecuencias de sus actos, es comprensible que los capitales vean con recelo un entorno en el que la institucionalidad jurídica es arrasada con pretextos y leguleyadas.

A todo esto, cabe pensar en cuáles serán los efectos de la recesión en el mediano plazo y especialmente en el ámbito político, teniendo en cuenta que, de no mediar otra sorpresa, habrá elecciones generales el 2026. ¿Qué efectos tendrá este escenario en el ánimo de un electorado cada vez más harto? ¿Será posible que la relativa estabilidad económica de los últimos años haya neutralizado las posibilidades de impulsar cambios centrales y que en un contexto de recesión y crisis las puertas se abran y el camino se allane para intentar dichas transformaciones? El tiempo lo dirá.

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