El mundo Mendoza
Por Willard Díaz
El jueves 04 pasado en la noche se inauguraron las exposiciones que la Universidad Nacional de San Agustín presentó para el mes de enero de 2024, en su Centro Cultural. Vistas en conjunto significan un buen muestrario del avanzado desarrollo de las Artes visuales en nuestra ciudad. Tres colectivas tres personales y una exposición fotográfica turística son un festín para la vista. No obstante, por sobre la cantidad de trabajos destaca sin duda alguna la colección de acuarelas del agustino Giancarlo Mendoza, premiado numerosas veces en certámenes internacionales, un innovador nato en la disputada escuela de la acuarela arequipeña. La suya es una de las mejores exposiciones que hemos visto en los últimos años: derroche de técnica, imaginación plástica, perfección compositiva, maestría del color.
He aquí palabras que escribimos para el catálogo de esa muestra:
“La acuarela, de base acuosa por etimología, aspira por lo común a la transparencia, a lo diáfano y translúcido. Décadas de “escuela de acuarela arequipeña” nos han embelesado en todas las variedades del realismo figurativo, con la luz límpida que atraviesa el cielo sobre el paisaje campestre y recrea los ambientes tradicionales, bien logrados es cierto, pero hoy casi anacrónicos. Y he aquí que de pronto Giancarlo Mendoza se aventura en abandonar el sendero y llevar su caudal líquido y sus colores por otros cauces, prefiere iconizar nuevos mundos, unos fantásticos y otros surreales, en los cuales la naturaleza se ha tornado ímpetu, fuerza material, y la presencia de lo humano se reduce a perfiles arquitectónicos e indicios, hundidos en, y a veces luchando en medio de, flujos y reflujos, corrientes líquidas, de viento, de vegetación agitada, de movimiento puro.
Se podría pensar que este mundo nuevo descubierto por Mendoza es solo un mundo interior que se expresa en nuevas dimensiones, pero el agua, el primigenio elemento de la existencia, impide la desaparición del signo plástico al mezclarse con el color, perfectamente elegido y combinado, y adquieren ambos la textura en el punto necesario para que el arte luzca aquello que la imaginación le impone. Nada aquí es real, pero nada es imposible porque el signo se rebela y al hacerlo despliega un nuevo rol de preguntas. Lo que era indicio, señal de caminos, transparencia de imágenes ya sabidas, repetidas y tranquilizantes ha cedido el primer lugar al material pictórico, a la maestría, al extrañamiento. De allí en medio brota una nueva luz, salta a los ojos la epifanía de algo aún desconocido e inexplicable pero impactante, algo en proceso de ser ante nosotros. Un nuevo orden del mundo que si bien conserva restos del anterior —edificaciones desnudas de su función, disminuidas e insignificantes, ningún poblador, ninguna otra pista—, los conserva sumergidos en entornos magníficos, poderosos, extraños, dominantes. Y el conjunto produce esa epifanía, esa revelación del significado nuevo de la imagen y de su representación ilusoria.
¿Qué más pedirle a la novedad que ilustran estas acuarelas? El solo cuestionarnos el hábito lector, invitarnos al acto creador de la mirada, de la observación concentrada y de la imaginación ya es un progreso sustancial frente a nuestra pintoresca costumbre plástica romántica y conservadora. Y lo mejor es que Mendoza lo logra con lo mismo: agua, mucha agua, y colores.