Ser madre en el Perú
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario
Algunos se acuerdan de su madre solo cada segundo domingo de mayo. Como casi todas las efemérides, suelen ser pretextos u oportunidades, según se vea. Las celebraciones de ese tipo ratifican nuestros antecedentes familiares del tamaño del amor logrado. Si ese cariño ha sido cultivado como corresponde, el ritual del homenaje maternal es una validación. Pero si solo es más la burocracia de la fecha, cuando pocas veces se han preocupado de su madre, es un gesto de hipocresía, en el que la publicidad ha vencido al afecto verdadero y el cariño tiene un precio.
A ello hay que considerar los roles que se le atribuyen, mayoritariamente domésticos. Por eso, los obsequios tradicionales y su habitual propaganda están llenos de artefactos, de utensilios y demás objetos que se asumen, erradamente, corresponden a las madres celebradas. De ese modo, más que un reconocimiento parece ser la confirmación de un error histórico en la que la subordinación está naturalizada. Ese papel que atribuye condiciones ligadas a funciones hogareñas se ha instalado de tal manera que todavía, no obstante los múltiples esfuerzos por modificar esa tergiversación, permanece en el sentido común.
Es que ser madre en el Perú muchas veces parece un castigo. Tanto por el paradigma de tener solo un rol meramente funcional al cuidado del hogar, como de las pocas oportunidades para su desarrollo personal por las condiciones de ser mujer. Quien tiene hijos, mayoritariamente, le dedica mucho tiempo al cuidado filial, además de las cargas domésticas que, por los estereotipos triunfantes, la mujer tendría que cumplir. Por supuesto, no es lo mismo ser madre entre la población más vulnerable, desde una etnia o con lengua no española, que ser mamá entre los sectores más privilegiados. En uno de los sectores sociales no hay celebración, sino conmemoración.
Por eso, en un país profundamente desigual como el nuestro, muchas de las festividades tienen poco de poético. Más es un recordatorio de nuestras inmensas brechas socioeconómicas que, entre las actuales batallas en las que estamos envueltos como nación, permanecen cruelmente todos los días y la esperanza para que haya una mejora de las vidas parece ya agotarse.
A pesar de ello, algunos hemos tenido el privilegio de ser amados por nuestras madres, de tal manera que nos han hecho lo que somos. Nuestra pequeña patria es siempre la familia, incluso en sus diferencias. La verdadera herencia materna son las lecciones de resistencia cotidiana, de creatividad para sobrevivir, de magnificencia en los momentos requeridos, de valentía en la adversidad, de levantarnos una y otra vez ante las caídas. Tal vez, incluso, la voz de nuestras queridas madres nos arrulla más allá de la edad que tengamos, o su caricia indeleble y luminosa se ha impregnado en nuestras almas. También nos toca cuidarlas, con ternura, paciencia y absoluta gratitud.