El Perú ¿un país bamba?
Por: Juan Carlos Rodríguez Farfán

En el libro “La Conquista de América” (1982) de Tzvetan Todorov, el escritor húngaro-francés, propone como hipótesis para explicar el triunfo de la empresa de dominación española a la improvisación como recurso político y militar. Si del lado de los amerindios se practicaba una ritualidad estricta: cada actividad personal y social eran regidas por un calendario y una organización del espacio, en otras palabras, nada estaba hecho al azar; del lado de los europeos se impuso la improvisación como mecanismo de sobrevivencia y como estrategia global. El número reducido de soldados ibéricos, los obligó a realizar ataques por sorpresa, alianzas con cacicazgos adversos al régimen, utilizando astutamente las rencillas vigentes y la manipulación de los símbolos ancestrales. En ese contexto, la improvisación era la mejor estrategia frente a una civilización signada por el rito y lo sagrado. Cinco siglos después la situación se ha invertido. Ahora los europeos se caracterizan por organizar el futuro, por prever, por establecer una ritualidad cuasi sagrada en cuestiones económicas, políticas y tecnológicas, lo que ha constituido con el tiempo el argumento decisivo de su preeminencia en el mundo. Mientras tanto los países surgidos de aztecas, mayas e incas viven en la improvisación permanente, en la lógica de la inmediatez, del día a día como horizonte. La improvisación es ahora nuestra forma natural de gestionar el presente histórico. En el Perú la planificación como instrumento de gobierno no existe. Ni en las élites, ni en el ciudadano de a pie. Pero ocurre que si no se bosqueja el porvenir vamos a seguir sufriendo las veleidades de gobernantes precarios con proyectos de contrabando. Si a ello le agregamos nuestra fascinación por lo inacabado, por lo aproximativo, por el remedo, sólo contribuiremos al reino de la informalidad con su estética y ética bamba. Por eso no me parece extravagante el accionar del Presidente Pedro Castillo con respecto a la conformación del fallido gabinete Valer. Si los partidos actuales son bambas, las instituciones de gobierno han devenido igualmente bambas. Las nominaciones a los cargos cruciales ¿por qué no deberían ser bambas? Para ser presidente de la república, primer ministro o gobernador regional en el Perú, como en cualquier otra latitud, no se puede improvisar en medio de una azarosa campaña electoral. La banda bicolor en el pecho o cintura no define la condición de estadista. La visión de país no se resuelve en los mítines. La estatura de dirigente de un país, que en nuestro caso incluye múltiples nacionalidades, lenguas y universos, no puede resolverse con un elemental conteo de votos. La estatura de dirigente, de líder, se construye con el tiempo, con una lectura histórica y cosmogónica de nuestro devenir. Sin complacencias, sin anteojos ideológicos, con la cruel lucidez que integra cuerpo gozante y alma libre, para intentar mejores luchas por una vida digna, por una vida bella. El Perú de hoy es un país bamba, un remedo, una parodia trágica de lo que deberíamos ser. Somos un contrabando de nosotros mismos. Y sin embargo no merecemos esta falsaria identidad. No tenemos derecho a estropear un legado tan sutil como maravilloso. ¿Y qué tal si nos decidimos a recuperar de los arenales y granitos los colores indómitos de nuestra grandeza antigua: la ritual, la sagrada, la que miraba el cielo estrellado antes de sembrar una semilla?

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