De treguas e ingenuidades
Por: Juan Sheput – El Montonero
El aforismo está allí. Se lo atribuyen a Napoleón, a Lenin, a Mao. Lo cierto es que en la narrativa estratégica el dicho siempre es utilizado para señalar un retroceso estratégico, de ninguna manera una muestra de debilidad o de derrota. Me refiero a aquella frase que se puede resumir como “retroceder primero para luego avanzar”, sin perder de vista el objetivo final.
No tengo duda de que el Gobierno, rodeado de asesores con oficio político, locales y extranjeros, viendo que su posición está debilitada por la gran cantidad de hechos de corrupción e incompetencia que agobian a Pedro Castillo, han recurrido al Manual de Coquito de la Política y han hecho 1) Atacar agresivamente al adversario (Congreso), 2) Victimizarse, 3) Arrinconar al adversario para después lanzarle un salvavidas, 4) Pedir una tregua, 5) Continuar con el plan inicial nuevamente fortalecidos.
Como es obvio, para sacar adelante su plan contaban de antemano con la inexperiencia mayoritaria de los parlamentarios y también con el deseo de estabilidad laboral de algunos. El resultado es visible: una mal llamada tregua política que lo único que genera es que el Perú se deteriore institucional y socialmente aún más.
En su magnífica novela Munich (llevada a la pantalla con el título de “Munich en vísperas de la guerra”, en producción de Netflix) Robert Harris rescata la figura del primer ministro británico Neville Chamberlain, atribuyéndole el rearme británico gracias a la tregua obtenida del Führer. Va así en contra de la corriente histórica: la pasividad de Chamberlain permitió la agresividad de Hitler y, por tanto, su consolidación en Europa.
Mi posición sigue a favor de la corriente histórica. A lo largo de su trayectoria, el comunismo jamás se ha hecho de problemas para retroceder cuando las circunstancias lo ameritaban, ni para pactar con el enemigo si esto les permitía una recomposición estratégica. Ejemplos abundan en la historia. Rusia pactó con China para enfrentar a Japón en la década de los reinta del siglo pasado, y en estos días para hacer frente a los Estados Unidos. El objetivo final no cambia, solo las posiciones tácticas.
Pedro Castillo, acorralado y sin mucho que perder, se lanzó hacia adelante para luego conseguir una tregua. A cambio no ha tenido que otorgar nada, salvo dejar de hacer bulla. Siguen los ministros indeseables, los prefectos ligados a Sendero Luminoso, el llamado a la asamblea constituyente, el deterioro de los servicios públicos, el país en caída libre. Sin embargo obtiene una tregua: la que le brinda el Congreso en aras de la “gobernabilidad”. Nada más ingenuo. Nuestro Congreso se asemeja a Chamberlain. Con la agresividad no se puede tener concesiones.