El legislador leguleyo
Por:Juan Carlos Rodríguez Farfán

En los últimos cuarenta años, con raras excepciones, el tipo de legislador predominante en el Perú, es el leguleyo. El experto en trámites, el erudito en encontrar los vacíos de la regla, el mago de la interpretación jurídica, el que se sirve del derecho para la defensa de intereses subalternos e inconfesables. El espécimen raro es el jurista. El que aporta con su reflexión a la evolución de la sociedad. El que, más allá de argucias “para ganar pleitos”, pone por delante el bien común y la búsqueda de la justicia. La degradación de la calidad del jurista puede explicarse de diversas maneras. La formación académica en las universidades ostensiblemente ha disminuido en rubros esenciales. La enseñanza y la práctica de la ética profesional ya no son imprescindibles. El éxito se mide por los bienes obtenidos y no por el bien ofrecido. No importa si para alcanzar el objetivo deseado el leguleyo se sirva de cualquier medio, en particular de aquel producto de la “viveza peruana” que es nuestra forma criolla de corrupción. Si a esto le agregamos el modelo económico dominante que preconiza la ganancia material como aspiración suprema, el problema parece sin solución

Más allá de preferencias políticas sobre el actual gobierno o el actual parlamento, podemos constatar que su relación (o no-relación) está basada en la negociación de oscuros intereses y en una pugna de egos. Un verdadero legislador debería reflexionar en cómo mejorar la condición de la mayoría de los ciudadanos. Del mismo modo debería impulsar el debate sobre cuestiones latentes de la sociedad, intentado generar cambios sustantivos. Por su parte el gobernante debería actuar escuchando los clamores de su población, así como las voces divergentes de la oposición. En el caso peruano lo que se opera no es ninguna de las opciones antes mencionadas. Lo que acontece es un permanente concurso de “quien la tiene más grande”. Un juego procaz e inmaduro donde lo que importa es pechar, obstruir, sabotear, ningunear lo que el otro intenta hacer: la irresponsable conducta del perro del hortelano. El impase entre el legislativo y el ejecutivo pone en evidencia nuestra incapacidad al diálogo. Nos condena a una existencia de archipiélago. Nos recuerda dolorosamente que un proyecto de nación con horizonte y aspiraciones comunes sigue siendo una utopía. Los únicos ganadores en esta ciega contienda son los extremistas de derecha y de izquierda. Aquellos que promueven el absurdo proyecto de destriparnos entre peruanos hasta el fin de los tiempos. Mientras tanto imperan el hambre, el desempleo, la precaria educación, la salud de quinto mundo, el galopante feminicidio, el cretinismo y la corrupción erigidos en religión. Los legisladores verdaderos deberían despertar del sueño de los justos y redorar el blasón legado por sus insignes predecesores. El verbo, proferido o escrito con justeza y elegancia, tiene aún valor para quienes no nos hemos resignado a la chabacanería ni al ruin usufructo. Todo no está perdido si nos decidimos a esgrimir nuestra libertad. Todo no está perdido si permanecemos aspirando a una sociedad solidaria. Todo no está perdido si buscamos incansablemente la belleza.

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