LOS AMORES DE VARGAS LLOSA
Por: Luis Eduardo Daza
La vida amorosa de nuestro Nobel de literatura ha sido fecunda, prolífica y versátil. De un modo u otro se encuentran en sus novelas, muchas de las cuales mantienen sus nombres reales en la ficción.
Por ejemplo, Teresita, el primer amor del puberto Mario Vargas Llosa, se encuentra en la novela La Ciudad y los Perros como la inolvidable y hermosa Teresa, personaje que lleva al borde de lo inverosímil al relacionarla sentimentalmente con tres cadetes de la misma sección del Colegio Militar Leoncio Prado. En la vida real, el escritor peruano debuta románticamente con esta pre adolescente. Se declara formalmente, como era costumbre en esos tiempos, la Tere le dice que iba a pensarlo. Lo piensa, cruelmente, dos largas semanas, mientras tanto, Mario sueña despierto: la atacan diez forajidos y de pronto aparece él y la salva, entonces ella, agradecidísima, lo besa en la boca dulce y tiernamente. Pasado las dos semanas lo acepta. Pero nunca se besan. Solo se besan cuando jugaban a la berlina o a las prendas, y solo en la mejilla. Sus amigos, Tico, Emilio y otros, que también aparecen en la novela La Ciudad y los Perros, le reprochaban: “Te la tienes que chupetear”
Pero Teresita fue un amor fugaz, de apenas un mes. Luego aparecería Helena. También se le declara. “Me gustas mucho, estoy enamorado de ti ¿quieres ser mi enamorada?”. Helena también lo piensa largamente, pero lo acepta. Coincidentemente, Helena aparece, igualmente, en la novela del colegio militar, a la que se unen toda la pandilla de adolescentes, amigos del escritor y su entorno: Miraflores, la Avenida Larco, El Cream Rica, el club Terrazas. Este universo real es trasladado a la ficción de manera magistral. (Cualquier escritor sabe que tal asunto es una tarea embarazosa y complejísima porque provee la impresión de ser un ridículo) Pero allí está ese universo miraflorino espléndidamente descrito y contextualizado en la primera novela del nobel.
En pleno romance con Helena, Vargas Llosa es internado en el Leoncio Prado, hecho que corta la relación. Y no solo con Helena, también con toda esa pandilla miraflorina de la que tanto aprendió: a bailar, conversar, pasear por el parque Salazar. En este colegio el narrador pasaría dos años. Las vacaciones del verano que antecedían al quinto, nuestro nobel ingresa a trabajar a La Crónica, tradicional periódico limeño. En él, no solo trabaja, se relaciona con sus colegas, adultos todos ellos, que lo ingresan a la vida de bohemia y al debut sexual en los burdeles limeños. Sus colegas Carlos Ney, Becerrita, y Norwin pasarían a la inmortalidad al ser convertidos en personajes en la novela Conversación en la Catedral. Enterados sus padres y tíos que Marito se estaba “perdiendo”, lo trasladan a Piura a culminar sus estudios secundarios, plantel en el cual lideraría un movimiento rebelde junto a su amigo Javier (Silva Ruete) quien ser convertiría en ministro de economía en su adultez. Este hecho nos rebela importantes rasgos de personalidad del escritor, que a pesar de tener terror a su padre, conseguía responder con terca insubordinación a su entorno.
Después de terminar sus estudios escolares en Piura, regresa a Lima a presentarse a la universidad. Sus padres y tíos querían que ingresara a la Pontificia Católica del Perú, una universidad de “blanquitos”. Pero Mario, que ya había leído la novela de Jan Valtin “La Noche Quedó Atrás”, que relata la apasionante historia de un joven comunista , sus amores y desengaños, quería ingresar a San Marcos, cuya propia confesión dice: “Yo quería ingresar a San Marcos, la universidad donde estaban los cholos, los comunistas, quería aventura”. Y lo logró.
Ingresando a San Marcos, en plena preparación para el examen oral de ingreso, conoce a Lea Barba, la que inspiraría el hermoso personaje de Conversación en la Catedral, Aída. Sus vicisitudes sentimentales con Lea son casi las mismas que transcurren en la novela citada con Aída. Se enamoró de Lea, que lo andaba acusando de ser un pituquito miraflorino. Luego de largas caminatas, desde la universidad hasta sus domicilios, estando a punto de declararle su amor, aparece Felix Arias Schreiber, que en Conversación en la Catedral figura como Jacobo. Las caminatas ya no se hacen de a dos, sino de a tres. Van al cine, al teatro, discuten largamente y se integran a la facción comunista clandestina Cahuide, compuesta por universitarios radicales y sindicalistas. Una noche, Lea llama por teléfono a Mario, quería conversar con él, con urgencia. Mario acude a la cita y Lea le dice que Felix se le ha declarado. Y Mario, un Mario enamoradísimo de ella, en vez de animarla a rechazar la propuesta, la anima. Y lo hace por la extrema timidez que produce el enamoramiento. Entonces Lea acepta a Felix y el trio caminante se desintegra.
Estando por culminar sus estudios universitarios llega a Lima, desde Bolivia, su hermosa tía Julia de 28 años, recién divorciada. Hay que decirlo, Mario a los diecinueve era muy precoz, se iniciaba como escritor y trabajaba en incontables tareas. Tuvieron un romance muy complicado por la oposición férrea de su padre autoritario y la sobreprotección de sus tíos, los Llosa, quienes trataban al escritor con el diminuto Marito. “Fígurate que nuestro Marito y la Julia, se ven a escondidas, los han visto besándose, yendo al cine”. Su furibundo padre la amenazó por lo que Julia hubo de irse a Santiago de Chile. Este distanciamiento en vez de apagar ese amor, lo robusteció. Hay un pensamiento que dice: “El temor de separación es todo lo que une”. Y es cierto. Julia terminó regresando, después de lo cual se casaron a ocultas en una pobrísima provincia al sur de Lima, teniendo como alcahuete, a su inseparable amigo Javier (Silva Ruete) eterno templado de su prima Nancy.
Se fueron a Francia. Diez años después se aparece por París, la hermosa chiquilla quinceañera Patricia Llosa, su prima. Todo anduvo muy bien hasta que la inquieta Patricia comenzó a disfrutar las emociones intensas que ofrece Paris de noche: salía al teatro y a discotecas. Llegaba tarde a casa por lo que Julia le aconsejó a Mario que le llamara la atención. Una noche Julio ramón Ribeyro fue a dejarla en taxi y observó que Mario la esperaba en la puerta muy enojado. Ese enojo eran celos. Poco a poco Patricia fue desplazando a Julia que tuvo que aceptar lo inevitable: Mario se había enamorado de su jovencita prima. Julia se fue a Bolivia y Mario y Patricia tuvieron un matrimonio de cincuenta años. Todo parecía estar bien entre ellos, incluso Mario dejó caer unas lágrimas cuando narró, como discurso de premiación, que Patricia se encargaba de todo en ese hogar y que le reprochaba dulcemente. “Déjamelo a mí, Mario, tú, lo único que sabes es escribir”. En efecto, Mario no sabe ni freír un huevo, según confesión propia..
Mario e Isabel Preysler ( la ex de Julio Iglesias) ya se gustaban, décadas antes de que iniciaran su romance, estando ambos felizmente casados. En 1987 Isabel, como periodista de la revista Hola de España viaja a EE.UU. a realizar una entrevista a Vargas Llosa. Esta se concretó en la universidad de Princeton. En esa entrevista hubo miradas, de esas que dicen más que las palabras. Ambos sabían que se gustaban. Pero los dos estaban casados, tenían matrimonios bien integrados. Isabel se fue de EE.UU emocionada, guardando su amor secretamente, durante años. Y Mario pensaba en ella rutinariamente.
Meses después de la muerte de su marido, en el 2014, Isabel se aparece rutilante en un evento literario en la que estaba presente el premio nobel. Hubo las mismas miradas intensas de 1987, miradas que decían: “atrévete, ahora estoy suelta en plaza” Y Mario se atrevió, la condujo a un lugar apartado, la invitó a salir esa misma noche, y ya no pudieron evitarlo. Fue instantáneo. Se besaron en la parte trasera del taxi que los conducía al exclusivo y selecto lugar de su primera cita. Antes de irse a vivir con Isabel, para aplacar los sentimientos de culpa de dejar a Patricia, se dijo: “La he hecho feliz cincuenta años, le he dado hijos que ya no necesitan de mí, tengo derecho a ser feliz”.