¿CÓMO RESOLVER CONFLICTOS DESDE LA PERSPECTIVA REALISTA EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES?
Por: Anthony Medina Rivas Plata – Director de la Escuela Profesional de Ciencia Política y Gobierno UCSM

El realismo es la teoría clásica por excelencia en la Teoría de las Relaciones Internacionales. Su robustez teórica se debe tanto a las raíces filosóficas que la sustentan (las cuales se remontan a autores como Macchiavello y Hobbes), así como al rol que ha cumplido para explicar las dinámicas interestatales de las potencias centrales durante el siglo XX, y en particular durante el período que duró la Guerra Fría (1947-1991). Aunque existen muchas teorías que le han disputado preeminencia en el mundo académico, el realismo sigue siendo el punto de referencia para explicar por qué los Estados se comportan de cierta manera y no de otra. Por ello, el manejo de la Teoría Realista de las Relaciones Internacionales ha sido un insumo obligatorio para los cálculos de poder que suelen realizar analistas estratégicos, diplomáticos y militares a la hora de tomar decisiones de alta política, en particular de política exterior.

Los principios del realismo en Relaciones Internacionales se resumen en seis, como producto de la obra clásica del politólogo Hans J. Morgenthau, titulado “Politics Among Nations: The Struggle for Power and Peace” (‘Política entre Naciones: La Lucha por el Poder y la Paz’). En dicho libro escrito en 1948, el también profesor de la Universidad de Chicago señalaba que: 1). El interés supremo de los Estados es el de la maximización de su poder, el cual se logra a costa de otros, haciendo de la política internacional un juego de suma cero en donde lo que gana uno es lo que pierde otro. 2). La política internacional obedece a leyes objetivas que gobiernan la naturaleza humana; siendo que el egoísmo inherente al ser humano permea a los Estados, los cuales buscan la preeminencia de sus intereses nacionales por encima de los demás Estados. Esto hace a la cooperación un proceso ‘transitorio’ o ‘de tregua’ que se ejecuta sólo para ganar tiempo frente a situaciones desventajosas. 3). El interés nacional como maximización del poder tiene una lógica, pero no es un concepto inmutable; y de hecho puede cambiar dependiendo del escenario estratégico en el que se ubique determinado Estado. 4). Los objetivos morales de un Estado en particular, así sea el más fuerte de todos, no pueden ser los mismos de los Estados en conjunto. Un buen estadista deberá conocer qué es bueno y qué no lo es en las relaciones entre Estados, y saber distinguirlo de lo bueno y lo que no lo es en términos morales. 5). Como consecuencia del precepto anterior, el análisis no debe enfocarse en las ideologías de los gobernantes de los Estados, las cuales pueden variar; sino en la correlación de fuerzas estructurales que fuerza a dichos Estados a elegir cursos de acción de política exterior con las que sus gobernantes pueden incluso no estar de acuerdo. 6). La autonomía de la Ciencia Política, y en consecuencia de las Relaciones Internacionales, impacta también en la autonomía de su objeto de estudio; por lo que el análisis político debe evitar caer en determinismos filosóficos, económicos, sociales o culturales.

Vistos estos principios, se entiende que la política internacional es un juego anárquico, en el que si bien los Organismos Internacionales cumplen un rol importante gestionando los conflictos con vías a su resolución; al no existir un gobierno mundial con jerarquía supranacional que pueda mantener a raya a la totalidad de Estados, éstos siguen comportándose de acuerdo a su nivel de capacidades y a la correlación de fuerzas en la que se hallan inmersos. En ese sentido, para los realistas, la conflictividad es inherente a la naturaleza humana, por lo que el objetivo de una negociación diplomática que busca resolver un conflicto es desactivarlo temporalmente, buscando limitar al mínimo los condicionantes que pueden hacer que este se reactive, sin considerar la posibilidad de que este se resuelva para siempre. La idea de una ‘Paz Perpetua’ entre los Estados como la planteada en su momento por Immanuel Kant no existe en el mundo de los realistas; quienes consideran que la inevitabilidad de los conflictos exige de los estadistas mantenerse alertas de manera permanente, minimizando daños, y generando condiciones mínimas para el mantenimiento de una paz que puede quebrarse en cualquier momento.

Hace un par de días fue publicado en la revista Foreign Policy el artículo: “The Realist case for an Ukrainian peace deal” (Una manera realista de lograr un acuerdo de paz en Ucrania), escrito por Stephen M. Walt, quien ocupa la cátedra Robert and Renée Belfer de Relaciones Internacionales en la Universidad de Harvard. Walt no sólo es considerado uno de los investigadores en Relaciones Internacionales más influyentes en los Estados Unidos, sino que también es conocido por su defensa férrea del uso de métodos realistas en la política exterior de su país. El artículo de Walt cuestiona ciertos sentidos comunes que varios analistas políticos a ambos lados del Atlántico han estado manejando sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania.

En primer lugar, Walt considera que la perspectiva de un cambio de régimen en Rusia es irreal y debe ser descartada. Una eventual capitulación del gobierno de Putin, con su correspondiente salida y enjuiciamiento por crímenes de guerra frente a un tribunal internacional en La Haya es algo que no va a ocurrir, dado el fortalecimiento de su posición al interior de su país como consecuencia de la guerra. De igual manera, todo posible acuerdo de paz medianamente duradero tendrá que dar ciertas concesiones a Rusia, como el reconocimiento de Crimea como territorio ruso, la no membresía de Ucrania en la OTAN y la resolución del status de las provincias rebeldes del Donbass en términos favorables a los intereses rusos.

En esa línea, el autor considera también que China ha perdido una gran oportunidad para posicionarse como mediador en el conflicto; lo cual pone en entredicho la capacidad de dicho país para convertir su poder económico emergente en poder político concreto capaz de modificar las fuerzas estructurales del orden internacional. De cara al discurso que se suele usar en China sobre la ‘decadencia’ de las potencias occidentales, Walt opina que el haber apoyado la mayoría de iniciativas anti-estadounidenses de Rusia le viene pasando factura al gobierno de Xi Jinping, cuyos principales intereses de seguridad no están en Europa, sino en el Pacífico Asiático.

Concluye Walt señalando que las diversas iniciativas lideradas por Estados Unidos para aislar económicamente a Rusia no sólo representan un interés por crear ‘áreas de influencia’ económicas compartimentadas; sino que también, de manera tácita, implican aceptar el hecho de que la interdependencia compleja y la hiperglobalización económica están llegando a su fin frente a la evidente primacía de los más acotados intereses nacionales de las potencias centrales; tal y como Morgenthau decía en 1948. Resolver el conflicto en términos realistas necesariamente implicará que los tres actores principales (Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia) tendrán que llegar a un acuerdo que no dejará totalmente satisfecho a ninguno, pero que sin duda será menos malo que persistir en un atolladero militar que puede terminar por desgastarlos de manera indefinida, con el grave costo económico y en vidas humanas que ello implica.

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