CARLOS ESCUDERO RAMOS: HISTORIA DE UN CRONISTA CONTEMPORÁNEO
Por: Hélard André Fuentes Pastor

Arequipa debe a sus cronistas la narrativa de su cotidianidad, de sus usos, costumbres y tradiciones. Ellos son las voces vibrantes de todas las épocas y la idea preclara de la continuidad cultural. Precisamente, una de las voces más nítidas entre los cronistas del siglo XX fue el padre Carlos Escudero Ramos –que junto a otros escritores como Manuel Gallegos Sanz, Ángel Gonzales Valencia, Ángel Valdivia Rodríguez o Issac Torres Oliva– retrató el rostro de su ciudad.

Aunque Arequipa hacia los años veinte era bastante pequeña, sus calles y plazas fueron lo suficientemente grandes para una vida diaria llena de recuerdos, esas cosas que a menudo suelen quedar en las remembranzas familiares o que fenecen mientras la ciudad va reinventándose con las siguientes generaciones. Carlos Arturo –como lo bautizaron sus padres– nació el 28 de agosto de 1929, época donde la identidad arequipeña comenzó a afianzarse con las experiencias culturales de su gente; además, se formó en un periodo de cambios, de añoranzas y resistencias. Entonces, su madre, Francisca Javiera Ramos Fuentes (hija de José Ramos y Ventura Fuentes), tenía 24 años, y su padre, Carlos Julián Escudero León, 34 aprox. Al parecer, aquel vivía de manera independiente en la calle Muñoz Najar N° 261, tal y como declaró en algunos documentos del registro civil. El enlace matrimonial se produjo después del nacimiento de sus hijos, pues como reza en las partidas bautismales de los menores (iglesia de Santa Marta), se asentaron en calidad de ‘hijos naturales’ a Miguel Ángel (nacido 14/04/1931 y bautizado 20/05/1931) y Ernesto Alfonso (nacido 12/02/1933 y bautizado 03/05/1933). Asimismo, gracias a una anotación al margen de la inscripción de Ernesto, tenemos conocimiento de su ‘legitimización’ con el matrimonio de sus padres en la parroquia de San Antonio de Abad de Miraflores; por otra parte, en la de Miguel, se indica que se trataba de un ‘hijo declarado’ que fue procreado en «tiempo de soltería y libertad».

Los años de infancia y adolescencia de Carlos transcurrieron con aire costumbrista. Aquel fue un niño adorador, y como muchos otros pequeños, también sembraba el trigo en latas y esperaba con gran expectativa la Noche Buena por los regalos que recibiría del Niño Dios. Entonces, no existía Santa Claus y su madre le decía –«como te portaste bien, ahí viene la sorpresa; pero si mal, ahí está mi seriedad y silencio»–. De dichas evocaciones se desprende que Francisca fue una mujer pausada, paciente, prudente, y, sobre todo, entregada a sus hijos, más aún cuando la ausencia de su esposo golpeó a la familia, pues como contó el sacerdote arequipeño (en una entrevista para un programa de Radio María), a la edad de 7 años quedó huérfano de padre.

Tomando en consideración la partida bautismal de Carlos Julián (02/12/1895, a los 28 días de nacido, hijo de Julián Escudero y Zoila León), y la edad a la que tuvo a su primer hijo, es muy probable que el incidente se haya producido cuando frisaba los 40 años de edad. El padre Carlos, cuenta que su mamá se hizo cargo de cuatro hijos, uno de ellos expósito.

Su niñez transcurrió en el barrio de Miraflores, según narra en las casas aledañas a la calle Grande (hoy Muñoz Najar). Él, realizó sus primeros estudios en varias escuelas: primer año de primaria lo cursó con el preceptor Ciriaco Vera Perea, quien también fue fundador del Instituto de Maestros; pasó por la escuelita N° 961 que estaba dirigida por el profesor Augusto Quesada León y quedaba en la calle Guañamarca (actualmente Rivero); allí tuvo como profesor al reconocido ajedrecista Luis Daza.

Aquella etapa marcó su proyecto de vida que orientó en el ámbito del periodismo, la docencia y la religión. Inmediatamente, al término de sus estudios secundarios, recibió la formación sacerdotal en el Seminario Arquidiocesano San Jerónimo. A la edad de 23 años, el 23 de mayo de 1953, se dio su ordenación diaconal y el 19 de septiembre de dicho año, la presbiteral. Carlos Arturo fue un sacerdote tan querido como conocido. Su paso en calidad de capellán del ejército en Tercera Región Militar, sus homilías en un barrio de Cayma y oficiando misas en la capilla del Sagrado Corazón de Jesús de Chullo, en el Hospital Nacional, celebrando la imagen de la Santísima Cruz en Alto Selva Alegre, en la capilla del cementerio Parque de la Esperanza, etcétera, hicieron de él, un verdadero predicador de la Palabra de Dios, sobre todo, en la parroquia Nuestra Señora de los Dolores de Cerro Colorado.

Precisamente, César Cornejo Samanez, recuerda que el padre junto a los vecinos de la Cooperativa Ingenieros y de la calle Los Arces en Cayma, hicieron posible la construcción de la capilla de dicha urbanización, iniciada en 1997. Por su parte, Alfonso Ojeda, comenta que el sacerdote arequipeño prestó apoyo a su padre, Lino, en la edificación del templo al Señor de los Milagros de Mariano Melgar. De aquellos testimonios se desprende que fue un cura ameno, forjador de voluntades, honesto, generoso y entregado a su misión pastoral.

Aquel espíritu inquieto se afianzó con sus estudios superiores de sociología en la Universidad Nacional de San Agustín, en la década del 60, durante el rectorado de Alfredo Corso Masías. Por aquellos años, también surgió su vocación periodística, esa necesidad de contar historias, que lo llevaron a ser un referente de la crónica contemporánea en Arequipa; en ese sentido, llegó a ocupar importantes cargos como dirigente del Centro Federado de Periodistas, en la Federación de Periodistas Católicos de América Latina en 1959 y cofundador de la FIOP (Confederación Interamericana de Periodistas Profesionales) en 1960. Vale decir que tenemos conocimiento que su actividad periodística se inició en El Deber.

Fue un tiempo de preparación, de conocimiento, pues accedió a una beca del Instituto de Cultura Hispánica para realizar estudios de Sociología y Prensa (1962-1964) en Madrid y por el Centro Internacional de Estudios Pastorales, «Sociología religiosa» (1962), en Roma. Según una nota del diario El Pueblo de 1966, se graduó como sociólogo el 27 de junio en la Universidad de Salamanca. Por esos años, ya era colaborador de dicho periódico; no en vano, relatan que conoció «Roma, Atenas, Costa Azul, etc. Antes estuvo en Egipto, Alemania, y Francia. Nuestro diario contó con sus colaboraciones en torno al Concilio Ecuménico Vaticano II que fueron enviadas desde Roma» (JGCM. Texao. 2019: T. X, 678). Posteriormente, tuvo una columna en el diario Correo, llamada: «En el Clavo» y llegó a publicar algunos apuntes en Arequipa Al Día. Así podemos afirmar que encontró un refugio en las letras para preservar los recuerdos de su generación.

Su pasión por el periodismo alternó con su preparación pedagógica que lo llevó a alcanzar un doctorado en Ciencias Sociales y profesor de primera categoría. De este modo, enseñó el curso de religión en muchos colegios de Arequipa. Lo hizo en Nuestra Señora de la Merced, la Independencia Americana (sección nocturna), Honorio Delgado Espinoza, Colegio Nacional de Señoritas Arequipa, Juana Cervantes, I.E.P. San Pedro (para señoritas) y otros, donde se preocupó por la formación espiritual de los niños y jóvenes, que no hace mucho tiempo quedaron descorazonados con la partida del padre, el 10 de febrero del 2022, dejando un tremendo vacío en la historiografía y la crónica periodística.

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