La vacancia y la superación de los teopopulismos
Por: Aldo Llanos – El Montonero

Una vez más no se pusieron de acuerdo, y ya el tema de la vacancia empieza a perder su fuerza y fascinación inicial. Y no es porque no hayan aparecido nuevos elementos de juicio para ratificarnos de la podredumbre política del Gobierno de turno sino, porque la “polarización polarizante” que vivimos, más temprano que tarde, producirá una crisis mayor por el oscurecimiento de posibles salidas más allá de lo propuesto por los polos en tensión. ¿Y cuál es el rol de los cristianos inmersos en este impasse político? Pues antes que diseñar cualquier estrategia u hoja de ruta político-religiosa, primero debemos escapar de las trampas del teopopulismo y volver a la esencia del cristianismo. (Ver mi artículo ¿Debemos los cristianos participar en política? Y cómo superar el peligro de las ideologías).

El teopopulismo es el conjunto de prácticas que llevan a algunos (o muchos) cristianos, a identificar la esencia del cristianismo con propuestas políticas estrictamente seculares. De este modo, se llega a decir que el signo distintivo de un cristiano es votar por las “izquierdas”; o en sentido contrario, por las “derechas”. Sin embargo, esta identificación crea una “polarización polarizante”, cerrando toda vía de encuentro y puesta en común al proponer (antropológicamente) que el modo cristiano de estar en el mundo pasa en primer lugar por el testimonio de una pretendida coherencia, y no parte desde el testimonio de un Cristo que sale en búsqueda de nuestras incoherencias y que nos redime.

El más claro ejemplo de esto fue el quinquenio de Donald Trump al frente de los EE.UU., quien fue aupado a la presidencia ayudado en parte por un discurso político-religioso desarrollado por el sector que lideraba Steve Bannon y Newt Gingrich. Aunque tampoco todo es culpa de ellos. Durante la presidencia de Obama, las élites progresistas estuvieron más interesadas en implementar sus políticas de reingeniería social que escuchar el clamor de la América “profunda”. Esto permitió que muchos evangélicos y católicos norteamericanos terminaran creyéndose el discurso sacralizador pro-Trump, convirtiéndolo en una suerte de defensor de la fe. Sin embargo, lo que ocurrió realmente es que su gobierno se transformó en aquello que juró combatir: otro fundamentalismo, pasando del fundamentalismo “políticamente correcto” a otro “políticamente incorrecto”.

Al mismo tiempo, a los católicos seducidos por el teopopulismo se les fue insuflando una vena anti-Francisco, que los inducía a pensar que el Papa había entrado en ruptura con la tradición de la Iglesia. Y es que se la ha dicho de todo: desde “modernista”, “comunista” hasta “agente del Nuevo Orden Mundial”. Nada más lejos de la realidad.

¿Cómo escapar de este (nuevo) maniqueísmo (esta vez) de derechas? Pienso que se trata de abandonar en la práctica toda teología política, en el sentido de Carl Schmitt, para quien la dialéctica amigo-enemigo se encuentra en su mismo centro. Se trata de desarrollar una cultura esencialmente cristiana, una cultura del encuentro, que rechace el monismo y el maniqueísmo político y que priorice la unidad en la diversidad y la recomposición de los opuestos. Pero para eso, hay que desacralizar la política y toda pretensión salvífico-política del mundo.

¿Quién será capaz de iniciar y llevar a cabo esto antes o después de la vacancia? ¿El fujimorismo?, ¿Rafael López Aliaga y su entorno?, ¿Una nueva izquierda de inspiración cristiana? ¿Quién?

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