Nos quedan tres años de vida
Por: Juan Carlos Rodríguez Farfán

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Nos quedan tres años de vida, es la sentencia espeluznante de la GIEC (Grupo Intergubernamental sobre la Evolución del Clima). En su reporte de 3,000 páginas publicado hace algunas semanas, este organismo conformado por 276 científicos, de 65 países diferentes y cuya elaboración ha demorado 4 años, nos alerta que si no cambiamos la curva ascendente en la producción de CO2 (gas carbónico) el planeta estará sujeto a un calentamiento tal que la catástrofe climática será inevitable. Según los especialistas, los humanos estaríamos en la condición del toxicómano que posterga para mañana la decisión de detener el consumo de la substancia que mina su organismo. La substancia en este caso es el CO2, generado por la industria, agricultura, vehículos y modo de vida moderno que utiliza en su mayoría la energía fósil (petróleo, gas y carbón). El CO2 expulsado en el ambiente está produciendo el efecto invernadero que destruye la atmósfera y provoca el recalentamiento global. A pesar del panorama sombrío, quizás la enseñanza esencial de esta situación es que los científicos reconozcan que la tierra es un ser vivo. Un ser sujeto a convulsiones, a enfermedades y de cuya protección depende nuestra propia supervivencia. La consciencia de vivir al interior de un ser vivo es, quien sabe para el mundo occidental, el descubrimiento más importante en los últimos tiempos. Las culturas aborígenes de Australia, América del Norte, África y América del Sur, en particular la andina y la amazónica, ya se percataron de esta evidencia hace miles de años y han obrado consecuentemente en los tiempos antiguos. Actualmente la situación ha cambiado. El capitalismo mundializado, fenómeno económico, político y tecnológico, no considera al planeta con el respeto y veneración de nuestros ancestros. La histérica búsqueda de la rentabilidad y la satisfacción voraz de nuestra gula consumista nos está conduciendo al descalabro. Ahora más que antes se hace necesario repensar el sistema económico imperante. La híper producción capitalista justificada por un pretendido bienestar material como clave de la felicidad, no se puede continuar manejando impunemente. El informe de la GIEC, con el valor científico que lo exime de sesgos ideológicos, es sin concesiones. Si no se cumplen los acuerdos para la disminución de CO2 hasta el 2025, (establecidos en el Acuerdo de París del 2015) lo que se viene es una cascada de catástrofes producto del calentamiento de 2 o 3 grados Celsius en todo el planeta. ¿Pero qué son dos o tres grados más?, se dirán algunos. Si consideramos al planeta como un ser viviente 3 grados significan una fiebre altísima y 4 grados en muchos casos la muerte. La toma de consciencia es urgente, de parte de los individuos, de las empresas, de las industrias, de los Estados. Lastimosamente en el Perú no se tiene una percepción justa del peligro, estamos tan preocupados en resolver lo coyuntural, el nefasto “día a día” o tan ciegamente entregados al espejismo que nos ofrece el neoliberalismo y su mal llamada modernidad. El gobierno actual no tiene un proyecto ecológico ni nada que se le parezca, los gobiernos locales y regionales mucho menos. La casa está ardiendo pero preferimos mirar al costado. Pero deberíamos inquietarnos, según los cálculos prospectivos hacia el 2040, si las cosas se mantienen como hasta ahora, el Perú tendrá una escasez de agua entre el 40 al 80%. Es terrorífico semejante escenario. Si no somos capaces de salvaguardar nuestra casita, de que nos sirve tanta tecnología y eventual riqueza. El calentamiento global, ya está generando estragos en ciertas partes del planeta. En el 2020 se ha establecido que 30 millones de individuos se han visto obligados a migrar por razones climáticas. Y esto sólo es el comienzo. Lo que se avizora es una proliferación de conflictos internos y externos. La migración económica es resultado de la depredación de los suelos. La guerra futura ya no será por la posesión de metales o petróleo sino por el agua. En el contexto del cambio climático, son las sociedades donde hay pobreza y desigualdad las que resultarán las más vulnerables. De ahí la necesidad de instaurar reformas orientadas a establecer una justicia social verdadera. Una disminución de la vergonzosa brecha entre ricos y pobres que existe actualmente en nuestro país y en el mundo. El informe último de la GIEC (institución galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 2007) debe no sólo alertarnos sino también estimular nuestro compromiso con la vida. La nuestra propia, la de los semejantes, la de los animales y plantas, la de la conservación armoniosa de este hermoso planeta llamado tierra. Ojalá logremos zafarnos de la apraxia, esa inercia que nos mantiene inmóviles cuando la catástrofe está al frente de nuestra vereda.

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